miércoles, 6 de abril de 2022

"Soy quien creo que soy" (2)

Lo que sigue es la segunda parte de la conferencia sobre bilingüismo dictada por la escritora canadiense Lori Saint-Martin en Buenos Aires, en 2019, editada por Gustavo Nielsen, cuya primera parte fue subida ayer.   



 Cómo me hice francófona: arqueología lingüística

Recorrido en cinco actos, cuatro idiomas y dos secretos.

(Segunda parte)

ACTO TERCERO: LA MUJER DE DOS CABEZAS EN BUENOS AIRES

Sin la muerte de mi hermana,no sé si habría pisado alguna vez las calles de Buenos Aires.

En mayo del 2010, Cari, menor que yo, murió a los 44 años de un cáncer de mama. Murió con muchas cosas sin hacer, antes que nada ver crecer a sus hijos. Entre el dolor y la furia, yotambién pensé en las cosas que soñaba hacer y siempre iba postergando.  Quería escribir una novela; lo hice. También quería volver al castellano. Lo había estudiado en la escuela secundaria, me gustaba, pero lo había dejado para dedicarmeal francés.

¿Por qué tanta urgencia para retomar una lengua? Es la manera, casi única, que encuentro para combatir la muerte y el olvido. Yrejuvenecer. Volver al principio del mundo cuando otra vez todo es posible.

Llevaba tantos años instalada en mis dos lenguasmaternas, que empezar de nuevo con otra fue una prueba, pero también una delicia. Viajé a Buenos Aires para lograrlo. Nadar en aguas nuevas, hacerme totalmente nueva por segunda vez.

Volver al castellano fue como encontrarme con un novio muy amado de décadas atrás y darme cuenta de que me seguía gustando. Ya sé que volví tarde, que siempre me costarámás escribir en español que en mis idiomas maternos, que siempre voy a equivocarme en muchas cosas, que siempre voy a tener acento, mientras que en francés no es así. Pero ya lo acepté, estoy en paz con mis imperfecciones y sólo pienso en el placer.


ACTO CUARTO: LA LENGUA FANTASMA

Ahora llegamos al segundo secreto, que de hecho es la cuarta lengua. Un secreto extraño, que estuvo todo el tiempo a la vista, como la carta robada de Poe, pero en el que nunca había reparado.

Hace tiempo, en las estaciones de trenes franceses, ustedes habrán visto, había carteles en los que se leía: Un trainpeut en cacher un autre. Un tren puede esconder a otro. Y pasa lo mismo con las lenguas: detrás de una, o por debajo de una, puede haber otra. Otro estrato. De nuevo la arqueología lingüística.

Una lengua puede contar para uno porque de entrada es suya, o porque uno la hizo suya. Pero hay más de una manera de no conocer un idioma, y mi ignorancia del alemán—la lengua perdida de mi familia— tiene otro peso que mi ignorancia del portugués, del polaco o del pashto, para quedarnos con algunas P. El alemán es mi lengua perdida, mi lengua fantasma.

Hace unos años, en Bogotá, los médicos descubrieron en el útero de una mujer de más de 80 años un feto calcificado, muerto unos sesenta años atrás y que nunca había sido eliminado. Se habla en tales casos de litopedia, de bebés de piedra. El alemán es mi bebé de piedra. Mi lengua de piedra. Pero también el río subterráneo que corre debajo de mi conciencia.

Mi historia con el alemán es que la mayoría de mis antepasados vino de Alemania, o más bien de Alsacia y Lorena, esa zona entre Alemania y Francia que los dos países se disputaron amargamente. Vinieron a Canadá en los años 1830 y 40, y no se movieron más. La ciudad donde vivían en Canadá era muy alemana, acuérdense—tan fue asíque se llamaba Berlín. Los míos conservaron el alemán y lo transmitieron a sus hijos durante varias generaciones. Tres de mis abuelos lo hablaban todavía. Pero hubo un corte, un quiebre con la Primera Guerra mundial.

En Canadá, un próspero país manufacturero, se invitó a boicotear los productos alemanes. Dijeron que mi ciudad estaba llena de espías. Se agredió a varios líderes de la comunidad, se robaronunbusto del káiser Guillermoque estaba en un parque, cosas así. Para una ciudad pacífica era mucho, era insoportable. Hubo un referéndum en 1916 y le cambiaron el nombre. Ahora se llama Kitchener. Lord Kitchener dirigió varias campañas imperialistas británicas, en Egipto, en Sudán, en Sudáfrica. Hizo muy feliz a los pobladores locales africanos quemando sus tierras y mandándolos a campos de concentración que amablemente les hacía construir.

La primera comunión de mi abuelo materno, Andrew Schmidt, tuvo lugar quince días después del referéndum que borró el nombre de Berlín. Su futura esposa tenía entoncesnueve años. Cuando tuvieron hijos no les enseñaron su idioma; ya vergonzoso, ya peligroso, ya inútil.

¿Qué tiene todo eso que ver con mi vida? Es que debajo de los idiomas que hablo, hay este estratodesconocido, escondido, quizás reprimido en el sentido que lo entiende Freud. Y porque, muy tarde, hace dos o tres años, me di cuenta de los paralelos entre mi ciudad tan odiada y yo. En ambos casos, es una historia de lengua. Una lengua perdida o encontrada, la muerte de una ciudad bilingüe que pasó a ser monolingüe, de Berlín a Kitchener, y mi traslado a otra ciudad bilingüe, Montreal. Mi ciudad natal y yo tenemos otra cosa en común, el hecho de haber roto con el pasado por medio de un cambio de nombre. Al alejarme y romper, yo estaba repitiendoen cierto sentido, y sin saberlo, lo ya ocurrido, un trauma familiar y colectivo. Entre romper y volver, entre los verbos franceses renier y renouer, de sonidos tan similares y sentido opuesto, hay toda la diferencia del mundo, y ninguna.

Me gusta pensar que, en la lejana patria franco-alemana, mis antepasados posiblemente hablaban francés. Si es así, en vez de fundar algo totalmente nuevo, como lo pensaba, yo volvía a algo muy viejo, reanudaba en vez de cortar, o más bien, reanudaba al mismo tiempo que cortaba.

Así que no soy tan singular, tan diferente como lo pensé durante décadas. Me habría matado saberlo cuando era joven, cuando justamente hacía tantos esfuerzos para diferenciarme. Ahora me gusta mucho pensar en estas cosas. Me acercan a mis padres muertos, a mi hermana muerta, a todos aquellos que vivieron en alemán, su lengua viva, mi lengua fantasma. Y que siguen viviendo en mí.


ACTO QUINTO: ¿QUIÉN TE CREÉS QUE SOS?

Vivimos en un mundo de muros, de fronteras, de puertas cada vez más cerradas. Las lenguas no son así. La tierra, el dinero, los empleos, los alimentos, el tiempo, todo existe en cantidades contadas. Las lenguas son inagotables, infinitamente abiertas. Nadie—salvo a veces la vejez—puede robarnos nuestra lengua. No podemos impedirle a nadie que la aprenda.A una lengua nunca le pueden sobrar hablantes, ya sean nativos o no. Hay para todo, hay para todos.

El gran tema de mi vida, entonces, son las lenguas. Las transformaciones y los pasajes, las metamorfosis.Vivo de eso, de literatura, de traducción, de interpretación simultánea en las conferencias. Vivo con tres idiomas cada día, me hace feliz. Bailoentre lenguas. Ellas son infinitas. No tienen bordes ni límites. Un viaje sin fin, sin punto de llegada—porque no se trata de llegar, sino de gozar de la odisea. Como todos ustedes, yo estoy atravesada por idiomas, voces, textos. El pasado vive en mí y yo nado en tres mares y respiro tres aires.

“Quién te creés que sos?”,me preguntaba mamá.

"Una mujer feliz de dos cabezas, casi tres.”

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