miércoles, 4 de octubre de 2023

Gina Orozco y María Mercedes Carranza, las traductoras colombianas de Jane Austen y Emily Bronte, tienen la palabra


María Alejandra Ríos S., el pasado 30 de septiembre, publicó un artículo en la página web de la emisora colombiana HJCK, a propósito de la traducción de textos clásicos.

La traducción de clásicos, el relato vivo de la interpretación literaria

La bruma en el campo, el silencio en las veredas, los kilómetros entre una casa y otra. Inglaterra en el siglo XIX, fría casi todo el año, los caballos esperando a ser montados por algún caballero que verá a su amada o hará negocios en la ciudad. La historia nos la ha contado la literatura, los libros han retratado lugares que nunca hemos visitado, paisajes en donde ocurren sucesos maravillosos como lo que Jane Austen y Emily Bronte hicieron con Orgullo y Prejuicio y Cumbres Borrascosas.

Abordaremos la interpretación lingüística de los textos clásicos que acabo de mencionar, la nueva traducción de clásicos que es una reinterpretación del original. Exploraremos acerca de las distintas formas de traducir, además de hablar de dos de los libros más bellos que se han escrito en la literatura inglesa. En medio de conversaciones con ambas traductoras que decidieron enmarcar de nuevo estas historias.

Así como lo menciona el documento "El reto de la traducción de los clásicos. Consideraciones de sociología literaria y traductiva", de Miguel Ángel Vega Cernuda de la Universidad de Alicante perteneciente al Centro Virtual Cervantes: “La traducción de los clásicos recompone la unidad pre-babélica y nos hace partícipes de los tesoros espirituales de las gentes de otras latitudes y otros tiempos. Decir que los clásicos traducidos forman lo que Goethe denominaba Weltliteratur, es decir, la biblioteca de la humanidad, puede resultar una perogrullada, pero en cuanto perogrullada encierra una gran verdad: somos, nos hacemos humanidad, género humano en la medida en que traducimos. Dicho a la inversa: los traductores contribuyen a la humanidad universal”.

No podría estar más de acuerdo, el trabajo de la traducción hace parte del conjunto de la literatura, no podríamos leer los miles de libros que vienen de otras partes sin la habilidad fascinante de los traductores. El hecho de convertir un libro a un idioma distinto es la reinterpretación del idioma original, investigar acerca de las palabras y sus orígenes, entrar en la mente del escritor para tratar de entender la intención pura del texto.

Gina Orozco, traductora de la última edición de Cumbres Borrascosas, menciona que para ella ser traductora es “poder acercar a las personas al mundo y a otros mundos; conectarlas a otras formas de pensar y relacionarse con la realidad, concebidas y expresadas en otras lenguas; salvar la distancia entre lo que saben y lo que pueden aprender con un (no tan) simple cambio de idioma”. (La frase acá sería: La traducción salva la distancia…)

La traducción hace parte de la cadena literaria y la función de esta es compartir el mensaje auténtico de los libros a aquellos que no entienden la lengua original, es poner a disposición las historias al mundo entero. Compartir los conocimientos de escritores fascinantes quienes se expandieron por la tierra llevando cuentos y personajes memorables.

La definición más básica para la traducción es pasar de un lenguaje a otro, sin embargo, es también otra forma de escribir una historia. Hay dos acciones fundamentales, la escritura y la traducción, María Mercedes Correa, traductora de la nueva versión de Orgullo y Prejuicio cuenta que “en la escritura creativa, eres tú quien decide que hay en el texto, en cambio en la traducción tú estás dependiendo de las opciones del autor y eso es muy importante porque aunque somos escritores de traducciones, somos escritores sobre la base de una partitura a la que nos debemos, no podemos traducir de cualquier manera”.

“El reto creativo del traductor reside entonces en lograr que eso que el autor quiere decir —en el marco de su idioma, de su cultura, de su mente, del universo mismo de su obra— le llegue igual o casi igual al lector y que este lo pueda entender e interpretar a su vez dentro del marco de su propio idioma y cultura, y que con eso pueda comprender el universo de la obra, tal como lo concibió el autor”, complementa Orozco.

Orgullo y prejuicio y Cumbres Borrascosas fueron publicadas con 34 años de diferencia, una en 1813 y la otra en 1847, escritas en la Inglaterra del siglo XIX en la que la elegancia y los buenos modales premiaban en cualquier caso. Esto también modifica la forma del relato, las palabras usadas son características del estilo de vida de los personajes así como de las escritoras.

El tema de la traducción de clásicos implica aún más dedicación ya que hace doscientos años se usaban multitudes de palabras distintas, así que el traductor debe tener un respeto ante la forma original del relato, así como lo menciona Vega en su texto: “ese respeto no es tanto sometimiento a la literalidad o reproducción inconsciente de su tenor textual, cuanto búsqueda, no solo del sentido, sino de la "esencia de la forma" que la palabra no siempre entrega al lector precipitado o laico”.

Orozco explica la tarea de traducir textos clásicos: “Los clásicos suelen estar ambientados en un contexto histórico y geográfico que puede dificultar no solo la búsqueda de términos y expresiones que solo se usaron en cierta sociedad, época y lugar, sino la comprensión de una realidad con la que es posible que el lector no esté familiarizado, por lo que uno a veces se siente tentado a poner miles de notas al pie para facilitarle la lectura y la vida, o bien en la posición relativamente incómoda, o tal vez pedagógica, de dejarle al lector la tarea de contextualizarse e investigar por su cuenta, para que comprenda a cabalidad lo que le presenta la obra y el autor”.

En el caso de Orgullo y Prejuicio, Correa decidió alejarse de todas las traducciones ya existentes y viajar en el tiempo para leer la versión original del libro, se empapó lo más que pudo acerca del estilo de Jane Austen y comenzó a traducir por bloques como si estuviera construyendo la mismísima casa de Longbourn. Tras tener el “primer borrador”, decidió leer la traducción al francés y compararla con la suya, llenando así algunos agujeros que le habían hecho falta, se dio cuenta de que su versión carecía de algunos matices que eran importantes para ubicar al lector de manera correcta.

“Como sucede siempre en traducción, tuve que enfrentarme a toda una serie de retos lingüísticos, la mayoría salidos de las complejidades del lenguaje y la cultura victorianos, y que a veces se tornaban más difíciles cuando se cruzaban además con la idiosincrasia de los personajes de la novela. También fue difícil lograr un texto fluido y agradable de leer. Sin embargo, también fue una experiencia gratificante y enriquecedora; no siempre se puede traducir clásicos y fue una gran oportunidad el poder hacerlo”, menciona por su lado Orozco acerca de su experiencia con Cumbres Borrascosas.

La tarea de traducir este tipo de textos se extiende a una investigación minuciosa en términos de palabras y de contexto, así como lo mencionaron las traductoras anteriormente, es un tema para tomar con pinzas y separar minuciosamente. La lectura que hacemos debe reflejar lo que quiso escribir Bronte sobre el amor y la vida en los campos de Yorkshire.

El hecho de regresar a los clásicos hace parte del enriquecimiento de la cultura literaria, volver a leer este tipo de libros expande la capacidad de interpretar los contextos, las formas de narrar, la construcción de personajes, las situaciones sociales y la intención pura de la historia. Leer las cartas del Señor Darcy y la devoción epistolar en estos libros, por ejemplo, es fundamental para explorar el universo literario.

Los lugares y personajes emblemáticos de estas novelas (y de muchas otras) no serían lo mismo sin el trabajo de la traducción y el acercamiento a textos que veíamos tan lejanos. El retrato vivo de la escritura clásica ha estado en las manos de aquellos que construyen los palacios nuevos de la interpretación.

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