Poeta, ensayista y docente universitario en la UNAM –cuyo Periódico de Poesía dirige (ver en los links de la columna de la derecha)–, el mexicano Pedro Serrano (1957) es, además, traductor al castellano de poesía en lengua inglesa. Junto con Carlos López Beltrán, es autor La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas (México D.F., Trilce Ediciones, 2000), una obra monumental que pone al día, como ninguna otra que se haya publicado últimamente, nuestro conocimiento de la poesía escrita en Gran Bretaña, a lo largo de los últimos veinte años. Corresponde aquí agregar que Serrano es un polemista apasionado, tal como lo demuestra el siguiente texto, especialmente escrito para este blog.
Descuidos y domesticaciones
El poeta mexicano Aurelio Asiain ha dedicando su página de Facebook a la recolección y publicación de textos o videos y portadas en los que aparezcan ranas. Leer su recolección no es sólo un placer sino una sabia instrucción. Asiain es una de las personas que mejor y más hábil uso ha hecho de la red para presentar temas que le importan. Su blog, http://aurelioasiain.blogspot.com es uno de los espacios donde mejor podemos internarnos en la elaborada red de callejuelas y esquinazos que es la cultura japonesa. Y aunque no le gusta que se lo agradezcan, el trenzado de fuentes y traducciones que ha estado armando en ambos espacios es, hay que decirlo, más que agradecible. Para quienes desdeñan de este medio, la creciente audiencia que sus espacios tienen, cada vez más participativa, es ejemplo de sus posibilidades y, ya, de sus logros. En una de sus entradas de facebook, el 30 de junio de 2009, tuvo la gentileza de incluir la traducción de “La rana”, de Paul Muldoon, que Carlos López Beltrán y yo hicimos para La generación del cordero. Como suele pasar en estas plazas tan públicas como los periódicos del siglo XIX, sólo que de manera acelerada, la publicación del poema tuvo respuestas inmediatas. Eduardo Hurtado, que se caracteriza por poner sobre la mesa y al primer impulso lo que piensa, rasgo que hay que valorar y apreciar en un medio tan taimado como el mexicano, calificó la traducción de “descuidada”, opinión que inmediatamente avaló otra poeta, Alicia García. Esto tuvo, por supuesto, reacciones súbitas. Por un lado, las mesuradas y sabias correcciones y reconvenciones hechas por Carlos López Beltrán, y por el otro las un poco menos templadas incriminaciones mías. Todo terminó, como suele pasar en las cantinas de las películas mexicanas, siempre y cuando no se hayan matado antes los agonistas, en abrazos, besos y mamelucos egipcios. Y aunque tampoco valía la pena seguir peleándose con los amigos, porque todos los nombrados lo somos, algunas cosas que salieron en la discusión son interesantes. El centro de la disputa era la traducción que hicimos de “upheaval”, que en el poema se refiere tanto a un montículo en el que está la rana como al inicio de la sublevación irlandesa, y que nosotros tradujimos, calibradamente, como “levantamiento”. Todos sabemos que en traducción hay miles de modos de encontrar el camino y cualquiera está en su derecho de opinar que una traducción no le gusta. Pero de ahí a discutir o a proponer hay un largo trecho, que es lo que vale la pena. Eduardo propuso “promontorio”. Por supuesto, “upheaval” no es promontorio, como Carlos se encargó cortés y científicamente de indicarle. Podrá no gustar, pero levantamiento en español es la palabra justa en este caso, pues sirve tanto para calificar una modificación del terreno como para hablar de un, digamos, desorden civil. Es decir, que en ambas acepciones esta palabra se traduce al ingles como upheaval en inglés. Tiene la falla de no coincidir en el número de sílabas, pero eso tratamos de solucionarlo por otro lado del verso. Así que con respecto a eso el comedimiento no sobraba. Lo que me exaltó sin embargo, para usar otra palabra levantisca, fue que Eduardo Hurtado calificara con palabra pecadora, como dice Borges de Gracián, nuestra traducción de “descuidada”. Era todo menos eso. Cada poema que tradujimos para ese libro pasó primero por las manos de uno de nosotros, luego por las del otro, hasta terminar en una versión final a cuatro manos, no siempre sin raspaduras. Es cierto que incluso así hay cosas que se pueden escapar, como nos pasó en algún caso de ese libro, pero no por descuido sino porque errar es parte de la naturaleza del traductor. Pero ver con displicencia un trabajo y llamarlo descuidado es otra cosa, que sin embargo se da mucho en la lectura de traducciones, porque carecen del valor añadido de autoridad que da el origen. Me acordé entonces de una vez en que, revisando rápidamente en Murcia una traducción hecha por Francisco Brines de un poema de Nick Drake para su lectura en público, puse un “ella” donde no lo había para que entrara mejor en ritmo del verso. Fue justo en el momento en que se leía la traducción, a la mitad de la lectura, cuando caí en la cuenta que el objeto del poema era masculino y no femenino. Por supuesto, me quería hundir en mi silla. Mi displicente lectura de la traducción no había seguido con suficiente atención el laborioso recorrido de Brines al traducir el poema, y se me hizo muy fácil meter una descuidada corrección donde había habido mucho prurito a la hora de escoger las palabras. Lo primero que hice al salir fue dirigirme a donde estaba Brines y pedirle disculpas. Y por supuesto también al autor. Estaban, justificadamente, furiosos con lo que yo había hecho. No sólo había tratado descuidadamente el trabajo de ambos, sino había llevado al poema a cauces por los que el original definitivamente no iba. Muchas veces lo que nos parece un descuido en la traducción de un poema es en realidad resultado de muchas vueltas y torsiones por parte del traductor, hasta que da con lo que cree que es la palabra justa. Nos puede sonar raro, pero eso es otra cosa.
Esto me lleva a la otra incomodidad que nuestra traducción provocó en los lectores de Asiain. El poema dice en su segunda estrofa: “The entire population of Ireland springs from a pair left to stand overnight in a pond”, que habla sabrosamente al mismo tiempo de una pareja de amantes y de una pareja de ancas de rana, y que nosotros tradujimos de la siguiente manera: “Toda la población de Irlanda viene de una pareja que se dejó a pasar la noche en un estanque”. Por supuesto que “dejarse a pasar” suena raro, pero cada vez me siento más a gusto con la expresión y, más bien, lo que ahora noto es que debimos quizás poner “surge” en lugar de “viene”, pero eso tendría que revisarlo, no vaya a saltar el descuido o la rana por otro lado. Sin embargo, a nuestros amigos les pareció que, como esa expresión no existía en español, era por lo tanto algo que simplemente no se podía hacer. Yo me pregunto por qué no. Siempre ha habido cosas que antes no se decían en una lengua y que, una vez que se empiezan a decir, son recogidas, y aceptadas hasta por los diccionarios. Pero de nuevo, una cosa es que lo diga un autor y otra un traductor, y aquí está de nuevo el síntoma de la reacción de mis amigos. Y lo que me llevó a preguntarme primero, y luego a afirmar entusiastamente, que un traductor en su traductoría tiene los mismos derechos que un autor en su autoría para permitirse todas aquellas libertades que el texto justifique. Pero en el desdoblamiento de una traducción, solemos pedir del traductor un poco más de conservadurismo, como lo saben todos los teóricos del tema. Por esa razón, mis amigos pasaron por alto que tampoco en el original la frase era una construcción usual, y se lanzaron en picada contra el cemento del prejuicio y afirmaron: “eso no se dice en español”. Es cierto que forzáramos un poco la lengua para que pudiera decir lo que en el poema se decía, e hicimos que la pareja “se dejara” a pasar la noche, como las ranas se dejan a desovar, en lugar de utilizar la más común expresión de que “se quedara” a pasar la noche en el estanque. Pero debido a que “quedarse” no es lo mismo que “dejarse”, el acto de intencionado abandono que el poema convoca se pierde en la traducción domesticada, y el juego de voluntad y descuido que hace que surja una población diferenciada se perdería. Y aunque si bien es cierto que no es usual, y que a las oxidadas ruedas metálicas de la gramática le saltan chispas con esos usos verbales, los espejos retóricos que aceitan nuestra lengua permiten perfectamente entender la construcción que hicimos, así que si la expresión no existía en español, podemos afirmar que ya lo hace, pues le dimos carta de entrada y naturalización, aunque sea temporal.
Los dos sobresaltos que nuestra traducción provocó son resultado de actitudes muy comunes cuando se lee en traducción, a las que por supuesto no soy inmune. Lo interesante es que esas reacciones nunca se darían si el texto fuera original, por lo menos ya no ahora, pues en este caso abrimos un espacio de legitimidad que, todavía, no le damos casi nunca a la traducción, y sobre cuya validez asumida por lo menos hay que empezar a preguntarse. A veces estos reparos son justos, por supuesto, pero muchas otras la reacción en contra de una traducción surge de una incomodidad propia, o de que se tiende a buscar la querencia, y antes de analizar emitimos el prejuicio y consideramos que lo que no nos calza es descuido. Hay que empezar a replantear la horma.
Es muy cierto lo que dice Serrano con respecto a las reacciones en tanto traducción-texto original, como también lo es el hecho de que la propia incomodidad pesa y, creo, esto último es lo que más pesa. Aún así, tenemos la ventaja de que cuando recibimos una crítica volvemos a mirar el asunto con nuevos ojos, accedamos o no a las sugerencias. Me ocurrió con una versión de 'Cascando'. Sigue como fue traducido originalmente. Quizá alguna vez lo cambie.
ResponderEliminarQué lindo:
ResponderEliminar...errar es parte de la naturaleza del traductor...
...se tiende a buscar la querencia...
...lo que no nos calza es descuido...
...hay que empezar a replantear la horma...