domingo, 5 de julio de 2009

Una lectura en profundidad


Publicada en el diario La República, del 30 de mayo de 2004, la siguiente entrevista de Federico Cárdenas con el poeta peruano Javier Sologuren (1921-2004) sirvió de homenaje y despedida, revelando asimismo un aspecto poco conocido fuera de Perú de la labor del poeta.

La traducción es re-creación

-A lo largo de los años, y en paralelo a tu labor poética, la traducción ha sido una línea constante en tu trabajo. ¿Por qué esta dedicación?
-Es muy cierto lo que dices. Mi entrega a la traducción prácticamente coincide con los inicios de mi actividad literaria. Recuerdo haber tenido entre manos una pequeña revista de poesía francesa y ya entonces, diccionario en mano, haber intentado traducciones. Desde entonces, traducción y creación han ido para mí siempre de la mano. Lectura, escritura poética y traducción han sido tres constantes inseparables de mi trabajo intelectual. Traducir es para mí sin duda una forma de re-creación, de entrega al texto traducido, que nunca tengo el prurito de enmendar o mejorar.

-Octavio Paz dice que lo ideal sería que la poesía fuera siempre traducida por poetas, pero a la vez adelanta una objeción: los poetas tienden siempre a embellecer el texto traducido; por tanto no son -salvo excepciones- los mejores traductores. ¿Te parece atendible la objeción?
-Sí. Es bueno que la poesía sea traducida por poetas, pero creo también que cualquier persona con sensibilidad, conocimiento de un idioma y cultura puede ser un buen traductor. En los poetas siempre hay el riesgo de adulterar el texto original por un deseo estilístico de apoderarse de él, de sentir el poema ajeno como propio e insuflarle su estilo personal. Creo que algo de eso hizo Juan Ramón Jiménez en sus traducciones. Por otro lado, el deseo de embellecer es una de las frecuentes tentaciones del traductor. Y nada asegura que algo que suena estupendamente en español mantenga su relación por esta causa con el texto original.

-La traducción busca ser un equivalente, en otro idioma, del texto original. Pero, ¿no es esta una tarea imposible? En realidad, nunca se logra una reproducción, todas son aproximaciones.
-En efecto, por más capacitado que esté el traductor, jamás logrará dar una equivalencia total. Hay que pensar que la prosodia es lo propio de un idioma, y por tanto intraducible. Las modulaciones que logra el poeta en su propia lengua no son traducibles. También están, en muchos casos, las exigencias de la rima, si bien estas pueden ser dejadas de lado, ya que por respetar la rima es frecuente traducir en otro idioma cosas que jamás ha escrito el poeta.

-¿Estarías de acuerdo, entonces, con que el buen traductor es quien logra un poema análogo -pero nunca idéntico- al original?
-Completamente. Sin pretender teorizar sobre esta práctica mía, que llevo ejerciendo tantos años (y siempre por afición o pasión, nunca como actividad profesional o "pane lucrando"), pienso que la tarea del traductor es trabajar con una cierta estrategia de las equivalencias. Cuanto más equivalencias se logre, mejor traducido estará un poema. Te menciono un caso, que es el de un famoso soneto de Gérard de Nerval que se titula en español "El desdichado". Octavio Paz invitó en Vuelta a varios poetas a dar sus versiones. El verso "J'ai revé dans la grotte ou nage la sirène" fue el gran escollo para todos. Lo superé traduciendo "nadar" por "retozar" y creo que conservé el ritmo sin pretensión de embellecer el poema. "Retozar" implica nadar, y acaso añade movimientos graciosos que el verbo "nadar" no da.

-Si la traducción tiene un aporte de invención -o de recreación, como dices-, se podría afirmar que hay en ella un aporte creativo al momento de afrontar el poema o el texto en prosa.
-Sí. Al decir recreación puede pensarse que la distancia entre el poema original y el traducido es grande, puesto que interviene la creación personal. Pero pienso que es, sencillamente, el hecho de que el poema traducido "suene" en la lengua de llegada, que tenga el mismo tono que en la lengua de partida. No se trata de que el traductor aporte lo suyo a cambio de lo otro. Hay que rechazar cualquier tentación a modificar o embellecer, como te decía, pues ya bastantes problemas hay con el poema traducido.

-¿Qué es lo que te atrae o te impulsa a traducir un poema?
-El hecho de que el poema en sí mismo me "hable", me diga algo. Y también el hecho de profundizar más en el sentido del poema. La traducción, al menos como yo la veo, en realidad es una lectura en profundidad, y esto es tan cierto que el traductor va descubriendo y familiarizándose con la técnica del poeta, con sus metáforas favoritas, con su estilo. En cierto sentido, el crítico que hay en todo escritor -no olvides que el poeta es el primero en juzgar sus propias cosas- va de la mano con el traductor. Son dos actividades gemelas. Bien ejercida, la traducción es un paso importante para llegar críticamente al poema.

-Hemos hablado más que nada de traducción de poesía. ¿Y al momento de enfrentarte a la prosa?
-Reconozco que no acudo fácilmente a ella, salvo que se trate de poemas en prosa, casi siempre muy breves. Algo hay que me inhibe de entregarme a traducir trabajos en prosa que sean de largo aliento, por ejemplo una novela. Mis traducciones de Las aguas estrechas de Julien Gracq o, antes, de Cinco amantes apasionadas de Ihara Saikaku se debieron a compromisos súbitos, aunque haya encontrado en ambas grandes motivos de satisfacción.

-¿Se podría decir, sobre todo por Gracq, que te atrae la traducción de prosa poética, o que conserva un sentido musical de la frase y el estilo?
-Indudablemente. Sufriría mucho si tuviera que traducir documentos. Pero en el caso de Gracq, o en el de Georges Limbour -cuyos Diez relatos africanos estoy a punto de terminar- se trata de una prosa narrativa de marcados acentos poéticos. Gracq habla de su prosa como de un "precipitado", reencontrando en esto a Gaston Bachelard, quien afirma que cuando se nombra, las cosas se precipitan como la sustancia en un líquido. En Gracq cada objeto se enriquece y se transforma en una irradiación de sentidos. Es el bello aforismo de Novalis:"algo que amamos es el centro del paraíso".



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