domingo, 19 de julio de 2009

Una de teatro


Doctora en Filosofía y Letras y Licenciada en Economía, profesora fundadora de la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana, ex- presidenta de la Asociación Cubana de Traductores e Intérpretes, Lourdes Arencibia reflexiona en Cubaliteraria sobre la traducción de piezas teatrales, estableciendo claras diferencias entre trabajos de índole meramente literaria o académica y aquellos otros destinados principalmente para la puesta en escena.

La traducción para el teatro, ¿es un arte auxiliar?:
¡se levanta el telón!


La labor de traducción de una obra de teatro es cuando menos ambivalente, pues necesita enfocarse a la vez como traducción y como interpretación, participa a la par de las peculiaridades de la oralidad y de la escritura. Permítaseme explicarme. Lo primero que distingue la traducción de una obra teatral de la que realiza el mediador con textos que pertenecen a otros géneros literarios -no sólo como proceso estrictamente referido a la labor de transvase, sino como producto- es que en estos segundos casos, los textos resultantes re-escritos o re-creados en lenguas distintas de la de los originales, van a parar a manos de alguien -lectores por lo regular, anónimos- que lo harán objeto de interiorización o de un ejercicio de introspección individual en una apropiación silenciosa, aunque resulte intelectivamente activa.

En cambio, los primeros lectores de una traducción para la escena, suelen ser los directores de teatro, y muchas veces su primer contacto con la obra traducida es ya oral. Pero los segundos lectores de la obra son los propios actores, los directamente encargados de re-traducirla, re-presentarla, interpretarla, e interpretar (que viene de inter-partes) quiere decir para el actor de teatro, actuarla con arreglo a un cierto y determinado modo de apropiación casi “físico”, en el que interviene la mente y el cuerpo; significa visualizar y personalizar el texto que desde ese momento empieza a dejar de ser escrito, y dotarlo de voz, de movilidad y de gestualidad; respirarlo a mente, pulmón y corazón abiertos. Su relación con la obra traducida es totalmente diferente de la que tocó establecer a aquel otro lector que cuando más, gozó en diferentes niveles de plenitud de la experiencia de la lectura o se defraudó con ella, se “agarró” con el texto, con el autor y hasta con el traductor, o los echó a un lado. Cualquier estudioso del tema concuerda entonces en que la traducción de un texto para ser leído, interiorizado e imaginado por la vía de la lectura, difiere de la traducción del texto para ser escuchado y además configurado como lenguaje escénico para ser representado ante los ojos del receptor, como ocurre con las obras teatrales. Su apropiación es distinta. El público va a escuchar las palabras del nuevo texto que propone el traductor, pero no las va a ver. No puede volver atrás y escucharlas de nuevo para verificar su sentido. El impacto debe, por lo tanto, desde un principio, resultarle más fuerte, más claro, menos confuso, pero también su apropiación del contenido del texto traducido es diferente al de la obra original, porque pasa por las visiones plurales del traductor, del director y de los actores; intermediarios todos entre él y la cultura fuente.

Por consiguiente, huelga apuntar desde esta etapa iniciática, que el trabajo de un traductor de obras de teatro que entrega su acercamiento a los autores del género sólo con fines académicos o de ejercicio literario, no tiene mucho que ver con el que se desempeña en función de una puesta. En esta otra categoría, que es la que articula el presente trabajo, la propuesta ha de ser sobre todo actorproof, para emplear la jerga teatral.

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