Un breve artículo del mexicano Gustavo A. Silva , a propósito de su compatriota Carlos Fuentes, publicado en Panace@, Vol. IX, nº 26, segundo semestre de 2007
Carlos Fuentes y el anglicismo
Soy un gran admirador de la obra literaria de Carlos Fuentes. Mi admiración se extiende a sus colaboraciones periodísticas y a su extraordinaria capacidad oratoria, que he tenido la suerte de disfrutar en varias ocasiones. Lo que no obsta para que yo, como simple lector, observe con pena la frecuencia con que en sus escritos afloran anglicismos que mucho los afean.
Una de sus obras donde esta tendencia resulta más patente es El espejo enterrado, publicada originalmente por el Fondo de Cultura Económica. La impresión que me dejó el libro fue que se trataba de una mala traducción; pero, por más que busqué, no encontré que por ninguna parte se dijera que había sido traducida.
La inclinación de Fuentes por el anglicismo se manifiesta también en su recentísima obra Inquieta compañía, en la que tropezamos con pedruscones como estos:
• «figmento imaginario» (figment of imagination) por producto de la imaginación;
• «tomando cuidado» (taking care) por teniendo cuidado;
• «libro telefónico» (phone book) por guía telefónica o directorio telefónico, como diríamos en México
• «fuera de moda» (outmoded) por anticuado, pasado de moda;
• «cualquier número de» (any number of ) por una cantidad o una infinidad;
• «siéntase libre de» (feel free to) por no tenga reparo o inconveniente en;
• «Dresden» por Dresde.
Al final de este libro se da crédito a una persona por el cuidado de la edición y a cuatro por la corrección; entre tantos no pudieron mejorar el original, ni siquiera se dieron cuenta de que el apellido de uno de ellos tiene mal puesto el acento:
«Rámirez».
Uno se pregunta si un autor famoso le ata las manos a los correctores o si estos se dejan intimidar por la fama del autor y no se atreven a señalarle ningún defecto. Me parece que otras ediciones literarias mexicanas cojean del mismo pie, pues tengo por allí un ejemplar de Vislumbres de la India, de Octavio Paz, con «cualquier número de» defectos que debiera haber evitado una buena corrección.
En el caso de Fuentes, el considerable peso del inglés en su escritura se explica porque pasó su infancia en Washington, D.C. y habla el inglés como un estadounidense. Él mismo ha declarado que en algún momento se enfrentó con la disyuntiva de escribir en inglés o en español. (A ratos, tal parece que no se hubiera decidido.) Pero eso no debería justificar su propensión al empleo de anglicismos. Lo irónico de todo esto es que, en Inquietas compañías, el autor pone esta frase lapidaria en boca de uno de sus personajes, un abogado:
"Imagínese, estudiamos juntos en la Sorbona cuando el derecho, así como las buenas costumbres, se aprendían en francés. Antes de que la lengua inglesa lo corrompiese todo ―concluyó con un timbre amargo."
Una de sus obras donde esta tendencia resulta más patente es El espejo enterrado, publicada originalmente por el Fondo de Cultura Económica. La impresión que me dejó el libro fue que se trataba de una mala traducción; pero, por más que busqué, no encontré que por ninguna parte se dijera que había sido traducida.
La inclinación de Fuentes por el anglicismo se manifiesta también en su recentísima obra Inquieta compañía, en la que tropezamos con pedruscones como estos:
• «figmento imaginario» (figment of imagination) por producto de la imaginación;
• «tomando cuidado» (taking care) por teniendo cuidado;
• «libro telefónico» (phone book) por guía telefónica o directorio telefónico, como diríamos en México
• «fuera de moda» (outmoded) por anticuado, pasado de moda;
• «cualquier número de» (any number of ) por una cantidad o una infinidad;
• «siéntase libre de» (feel free to) por no tenga reparo o inconveniente en;
• «Dresden» por Dresde.
Al final de este libro se da crédito a una persona por el cuidado de la edición y a cuatro por la corrección; entre tantos no pudieron mejorar el original, ni siquiera se dieron cuenta de que el apellido de uno de ellos tiene mal puesto el acento:
«Rámirez».
Uno se pregunta si un autor famoso le ata las manos a los correctores o si estos se dejan intimidar por la fama del autor y no se atreven a señalarle ningún defecto. Me parece que otras ediciones literarias mexicanas cojean del mismo pie, pues tengo por allí un ejemplar de Vislumbres de la India, de Octavio Paz, con «cualquier número de» defectos que debiera haber evitado una buena corrección.
En el caso de Fuentes, el considerable peso del inglés en su escritura se explica porque pasó su infancia en Washington, D.C. y habla el inglés como un estadounidense. Él mismo ha declarado que en algún momento se enfrentó con la disyuntiva de escribir en inglés o en español. (A ratos, tal parece que no se hubiera decidido.) Pero eso no debería justificar su propensión al empleo de anglicismos. Lo irónico de todo esto es que, en Inquietas compañías, el autor pone esta frase lapidaria en boca de uno de sus personajes, un abogado:
"Imagínese, estudiamos juntos en la Sorbona cuando el derecho, así como las buenas costumbres, se aprendían en francés. Antes de que la lengua inglesa lo corrompiese todo ―concluyó con un timbre amargo."
Señores:
ResponderEliminarAgradezco que hayan reproducido este comentario mío acerca de la obra de Carlos Fuentes. Seguramente les interesará comentar otra nota que publiqué en la misma revista acerca de un error craso en una obra que se tradujo en Argentina. El enlace es: http://medtrad.org/panacea/IndiceGeneral/n17-18_entremes-Silva.pdf
Los saluda cordialmente,
Gustavo A. Silva
Muchas gracias, Gustavo. El nuevo comentario que nos envió será publicado en los próximos días.
ResponderEliminarCordialmente