sábado, 28 de noviembre de 2009

"La traducción es una parte importante del hecho literario"


Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971) es poeta y traductor, autor de los libros de poesía El canto en el umbral, Moradas del insomne o Antes del eclipse, entre otros, y traductor de autores como Philippe Jaccottet, Jacques Ancet, Gustave Roud o Hermann Broch. La siguiente entrevista –de la que se ofrece únicamente la parte pertinente a los intereses de este blog– fue realizada por Carlos Huerga y publicada en Deriva. Revista digital de literatura y cine, el 29 de junio de 2009.

Una entrevista con Rafael-José Díaz

–Eres poeta y traductor. ¿Qué supone para ti como poeta tu faceta de traductor? ¿Hay alguna relación entre ellas, como dos caras de una misma moneda, o por el contrario son creaciones distintas?
–La actividad primera, primordial, primitiva es la poesía. Escribir poemas se remonta en mi caso a la adolescencia y va íntimamente unido a la convulsión y la perplejidad que conlleva el proceso de autodescubrimiento. Traducir viene después y se vincula, sobre todo al principio, a una fascinación por las lenguas extranjeras y al extrañamiento que estas introducen en mi propia lengua. La actividad traductora se alía posteriormente con el placer de la lectura y con la pasión de la escritura. Me veo traduciendo para leer lo que está más allá de mi lengua y para escribir lo que de otro modo no hubiera escrito. En este sentido, se van formando extraños vasos comunicantes entre la traducción y la escritura, tareas que concibo de forma diferenciada pero que acaban interpenetrándose.

–¿Hay poetas de los que has traducido que supongan una influencia en tu escritura?
–Sí. Lo primero que traduje, a comienzos de los años noventa, fueron fragmentos de obras de Edmond Jabès, Jacques Ancet e Yves Bonnefoy que sólo en algún caso llegaron luego a publicarse. Una de las primeras series de poemas que escribí en esos años se titula “Detrás de tu nombre” y, además de la influencia del último Valente, está muy marcada por las traducciones y las lecturas que realicé de textos de Edmond Jabès: la ausencia como impulso primero de la escritura y la búsqueda de una palabra capaz de conjurar el fondo insondable de esa ausencia proceden no sólo de mis propias vivencias personales sino de esa otra vivencia no menos central que fue el encuentro con la obra de Jabès.
Posteriormente he traducido sobre todo al escritor suizo Philippe Jaccottet. La prolongada frecuentación de su obra me ha regalado la valentía, la humildad y la sinceridad de una voz necesaria y siempre autocrítica. Qué duda cabe de que constituye uno de los grandes peligros de la traducción permitir que la propia escritura acabe profundamente marcada por la obra traducida. El poeta convoca con sus palabras un mundo que es único porque es el mundo de su propia mirada y de su propio corazón diferentes a cualesquiera otros. Si hay influencias o confluencias con una obra traducida, y siempre las habrá, no han de ser conscientemente buscadas sino azarosamente encontradas.

–¿Cómo valoras la situación de la traducción literaria española?
–No puedo valorarla porque la desconozco. Lo único que puedo aportarte son impresiones personales que adolecerían de una excesiva parcialidad. Habría que distinguir, me parece, entre traductores profesionales, aquellos que se dedican a tiempo completo a traducir literatura para ganarse la vida, y traductores ocasionales, por denominarlos de alguna manera, aquellos que en paralelo a alguna otra actividad profesional traducen de vez en cuando libros o textos que normalmente no les ha encargado ninguna editorial y que luego serán sobre todo rechazados o ignorados por los editores. Mi actividad como traductor se enmarca dentro de este segundo grupo. La traducción de poesía no suele estar bien pagada, por lo que no podría plantearme convertirla en mi única actividad profesional. Tengo la impresión de que hoy en día en nuestro país la calidad y la cantidad de las traducciones literarias han alcanzado un nivel bastante notable. Es un signo saludable, además, que se estén abordando lenguas minoritarias como el polaco, el turco, el rumano, el coreano, y un largo etcétera, y que de este modo podamos acceder a autores y obras hasta ahora desconocidos para nosotros. Contamos con grandes traductores profesionales y, también, con estupendos poetas-traductores. De todas formas, dentro de poco se publicará un nuevo Libro blanco de la traducción en España que ofrecerá un panorama general muy útil para todos aquellos que nos interesamos por esta actividad.

–Aludiendo a la pregunta anterior, el escritor argentino Ricardo Piglia dice que habría que hacer en algún momento una Historia de la traducción. ¿Hasta qué punto es importante reconocer la traducción como parte del hecho literario y de la tradición?
–El deseo enunciado por Ricardo Piglia se va concretando poco a poco: los estudios de traductología son cada vez más numerosos. Se va fortaleciendo la conciencia de que la traducción es una parte importante del hecho literario. Un dato que muchos conocemos me parece inequívoco en este sentido: gran parte de los poetas más destacados del siglo XX (y no me refiero sólo a los españoles) han sido también importantes traductores y, en algunos casos, han reflexionado además sobre el hecho de la traducción. Con frecuencia se olvida que cuando leemos en nuestra lengua a autores extranjeros son dos voces fusionadas en una las que nos hablan: la voz del poeta y la voz del traductor. Poetas que me gustan como Emily Dickinson, Konstantinos Kavafis o Giacomo Leopardi son distintos en cada traducción. Esto, claro, unas veces conlleva un desencanto y otras un goce multiplicado.

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