miércoles, 6 de octubre de 2010

Ilija Trojanow no está solo

Publicada en la edición del domingo 3 de octubre del diario Página 12, la siguiente opinión del escritor argentino Ariel Magnus, invitado a Frankfurt, limita la exaltación mediática a propósito de la feria alemana y pone en su justo medio el nivel de expectativa que corresponde tener.

El show de los argentinos

“La verdad es que ya estoy harto de los argentinos”, me dijo hace unos días Ilija Trojanow, el autor de El coleccionista de mundos, y la verdad es que lo entiendo: como miembro de Litprom, una sociedad que incentiva la literatura de Asia, Africa y Latinoamérica, y jurado del Weltempfänger, una lista de los mejores libros recientemente publicados de aquellos continentes, recibió (y leyó en gran parte) a todos los argentinos que este año salieron traducidos al alemán. “Una pila así”, le acariciaba la cabeza a un imaginario chico de diez años. “Impresionante.” El hartazgo respecto a lo que parece ser el único tema de la feria –al menos domina claramente la previa– es también la sensación que mejor me supo transmitir otra gente acá en Suiza (somos siete en total los escritores invitados por el Goethe y Pro-Helvetia, a cambio de los seis que andan por allá). En todos los casos se trata sin embargo de un hartazgo bien, un cansancio lindo, digamos, pues refleja el interés que despertó la presencia de Argentina como invitada de honor.

Los suplementos literarios comentan las novedades, las librerías tienen su mesa temática, decenas de “noches argentinas” en todo el país ofrecen el espectáculo de auténticos aborígenes leyendo sus obras, aunque nadie las entienda (para decir que algo suena a chino, en alemán se dice que suena a español; la diferencia es que el español está de moda, incluida su variante argentina). Al mismo tiempo, muchos periodistas alemanes aprovecharon la excusa para viajar a la Argentina, lo que se tradujo en innumerables notas y programas sobre el tema, que ahora llegan a su paroxismo.

Salvando las distancias, es un poco como los mundiales o las olimpíadas, que cuando al fin arrancan uno ya no quiere saber nada más sobre el país anfitrión. El otro denominador común, aunque limitado a los que están en la parte logística, es la crítica al Comité Organizador argentino, que tardó demasiado en dar la lista de escritores invitados, algo imperdonable en un país donde los eventos culturales se fijan (y los folletos respectivos se imprimen) con meses de antelación. Acá me ha pasado que los micrófonos fallen en el medio de una lectura, pero eso sí, había estado dos horas antes haciendo la prueba de sonido, como corresponde. Veremos si tal vez pese al caos vernáculo –casi una atracción cultural más– las cosas igual terminan saliendo bien, que es lo que cuenta.

Lo que también veremos es si la feria sirve para que los argentinos importen algunas ideas alemanas, como el premio al mejor libro del año que dan los libreros o las innumerables becas y premios no comerciales para escritores. Ya el programa Sur de traducción es un gran avance en ese sentido, porque facilita que los libros se traduzcan, y cuando pase el show son ellos los que quedan.

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