Sartre y la traducción: secuela de las Cartas persas
En la voluminosa obra sobre la vida de Gustave Flaubert entre 1821 y 1857 escrita por Jean-Paul Sartre (L’Idiot de la famille, 1971-1972, de próxima aparición en castellano), aparece una breve referencia a la traducción, inserta en el capítulo en el que Sartre analiza el fracaso de Flaubert como estudiante de leyes en París. Luego de la compacta producción juvenil, sobreviene un período de relativo silencio literario, que coincide con la estancia parisina para hacer estudios de Derecho. Gustave se aburre en la Sorbona y en su cuarto, en Rue de l’Est; abre el Código Napoleónico y comienza a bostezar. Miente a su familia sobre los exámenes, es reprobado, se deja estar. La hipótesis de Sartre es que el futuro autor de Madame Bovary se desconecta intelectualmente, está ausente. «Las Instituciones, es cierto, están escritas en latín —afirma Sartre—, lo cual demanda un esfuerzo suplementario. Traduce. Pero esta actividad casi automática (conoce la lengua) no implica necesariamente la intelección».
Esta inesperada acotación, que escinde la actividad traductora de la intelectual, se ubica en la línea de la que Montesquieu incluye en las Cartas persas, a mediados del siglo xviii. En efecto, en la carta CXXVIII, dirigida por Rica a Usbek, se reproduce un diálogo ficcional entre un geómetra y un sabio que traduce:
—Tengo una gran novedad que contarle: acabo de publicar a Horacio.En ambos textos aparece el traductor como autómata, como reformulador acrítico de los productos de una subjetividad artífice y pensante: la del autor. A partir de estas coincidencias podría proponerse una tipología binaria de escritores: el conjunto de los que piensan como Sartre y Montesquieu, y el conjunto de los que —por ser muchas veces ellos mismos traductores— reconocen las dificultades y hasta las claudicaciones de la traducción, sí, pero no le cercenan nunca la dimensión reflexiva y creadora.
—¡Cómo! —dijo el geómetra—, hace dos mil años que se publicó.
—Usted no me entiende —insistió el otro—; se trata de una traducción de este autor antiguo que acabo de editar; hace veinte años que me ocupo de hacer traducciones.
—¿Cómo, señor? —dijo el geómetra—. ¿Hace veinte años que no piensa? ¿Usted habla por los otros, y ellos piensan por usted?
Me sorprende que eminencias intelectuales como lo son Sartre y Montesquieu pensaran así. Una verdadera lástima.
ResponderEliminarMuy interesante la columna y el blog en general.
Saludos
Andrea