Que los latinoamericanos nos quejemos de las ínfulas
y las burradas de la
Real Academia entra en las generales de la ley. Que los
españoles, poco a poco, hagan lo mismo, indica a) un muestra de salud y b) un
claro síntoma de que la institución está meando largamente fuera del tarro. Con
el monumental El dardo en la Academia. Esencia
y vigencia de las academias de la lengua española, Silvia Senz Bueno y Monserrat Alberte ya
lo pusieron en evidencia. Pero alegra saber que, de tanto en tanto, El Trujamán
(vale decir, el Instituto Cervantes) publica columnas tan atinadas como la del
traductor español David
Paradela López, del 8 de agosto pasado. Ésta ha sido ampliada un día después en el blog Malpartiana, que él mismo administra:
http://malapartiana.wordpress.com/2013/08/09/r-de-rae
Traducir a la letra: R de RAE
Vaya por delante que quien esto
firma se declaró hace años insumiso a la nueva Ortografía de la Real Academia
Española, lo cual tiene su gracia cuando se traduce para el mercado libresco,
ya que el criterio ortográfico de cada editorial es el que prevalece en última
instancia, por encima del de la RAE y, por supuesto, del de uno mismo.
Vaya también por delante que no siendo mi terreno el de la norma lingüística,
mis observaciones habrán de limitarse a los problemas recurrentes que nos han
llevado a muchos profesionales a renunciar a la autoridad académica en general.
Porque la
autoridad, en el sentido clásico, deriva no de la norma y la imposición, sino
del crédito que quien la ostenta le merece al público general, y, para empezar,
uno no puede dar crédito a una institución que aboga por la unidad panhispánica
de la lengua pero divide su patrimonio léxico en dos obras muy distintas: el Diccionario de la lengua española y elDiccionario de americanismos (aunque «carente», éste último, «de
propósito normativo»). ¿Debemos entender, pues, que los americanismos no son
español? La «Guía del consultor» nos tranquiliza: el diccionario es «diferencial [sic] con respecto al español
general». Así, debemos entender, por ejemplo, que bicicross es americanismo, mientras que bululú y perol(acepción
segunda) son español general… aunque en tal caso ¿por qué elDRAE les
añade la marca «Ven.»?
Ah, y las definiciones de cantinflas,
por si no lo sabían, son distintas en una y otra obra.
Centrándonos en
el DRAE,
uno no puede dar crédito a un diccionario que (con o sin razones, por descuido
o por principio) no admite palabras de uso común, y no, no me refiero al
vocabulario de las (ya no tan) nuevas tecnologías: la Academia puede
anunciarnos a bombo y platillo que ya «se puede» decir blog, pero uno se pregunta
¿qué hacemos con setter (¿séter?), bóxer (el perro) intifada, yakuza, moussaka (¿musaca?) o złoty? Es el mismo
diccionario, que con su atávica aversión al extranjerismo parece querer
condenarnos a escribir eternamente con cursivas palabras que ya son patrimonio
del español y que difícilmente dejarán de serlo, comoapartheid, bungalow, curry o el famoso whisky (batik, en cambio, pueden
ustedes escribirlo de redonda con total tranquilidad).
La aversión al
extranjerismo léxico tiene su justa correspondencia con la aversión al
extranjerismo ortográfico. El castizo criterio académico recomienda,
verbigracia, escribir cuark en vez de quark. El razonamiento con
que la nueva Ortografía sostiene su decisión es tal vez
impecable desde el punto de vista normativo («la letra q solo tiene uso como elemento
integrante del dígrafo qu para representar el fonema /k/
ante las vocales e, i»),
pero contraviene el uso extendido en la «lengua culta y común de nuestros
días», que se supone es su modelo. (El razonamiento, dicho sea de paso, aparece
en la Ortografía, pero
no se refleja en el diccionario; no, tampoco el de dudas).
Lo de la
impecabilidad de los razonamientos depende a veces del punto de vista. El ejemplo
de la supresión de la tilde en sólo y los pronombres demostrativos es
paradigmático. La Academia
cree que estas palabras no cumplen «requisito fundamental que justifica el uso
de la tilde diacrítica, que es el de oponer palabras tónicas o acentuadas a palabras
átonas o inacentuadas formalmente idénticas», y por eso opta por suprimirla.
Los casos de duda «pueden resolverse casi siempre por el propio contexto»; los
demás «son raros y rebuscados, y siempre pueden evitarse por otros medios, como
el empleo de sinónimos […], una puntuación adecuada, la inclusión de algún
elemento […] o un cambio en el orden de palabras». Dicho de otro modo: no dejen
que la realidad estropee la perfección de la teoría.
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