El poeta, narrador, ensayista y
traductor mexicano José Emilio Pacheco
murió el 26 de enero pasado. A modo de breve homenaje, a continuación se
publica en dos días sucesivos un ensayo
de la gran crítica argentina Susana
Zanetti (1933-2013), aparecido en la revista Orbis Tertius, 2010, XV. Su resumen señala que “La importancia de
la traducción y de la versión en la actividad intelectual del escritor mexicano
José Emilio Pacheco cobra mayor relevancia en cuanto ambas constituyeron la
sección final de sus poemarios, con el título de “Aproximaciones”. Por otra
parte, todos sus libros acuden a fuertes relaciones intertextuales, homenajes,
citas y textos “a la manera de”, además del uso de heterónomos, conformando una
red que respalda su concepción de que “la poesía se hace entre todos”,
concepción que le posibilita, por momentos, confiar en la permanencia de la
palabra poética ante la convicción del futuro como destrucción y ruina”.
Traducciones, versiones y homenajes
en la poesía de José Emilio Pacheco (I)
En la ignorancia a medias de un idioma,
ya que el dominio es imposible,
las palabras demuestran estar hechas
de la esencia del mundo y la poesía.
José
Emilio Pacheco, “Tierra de nadie”
No sería desatinado pensar la
traducción de Cuatro cuartetos de T. S. Eliot por José Emilio Pacheco en 1989
como culminación de ese trabajo que se ha empeñado en definir como
“Aproximaciones”, en tanto ensaya asir una experiencia poética en otra, una
lengua en otra, convencido de que “asumir el paso del tiempo es interrogar
fundamentalmente el lenguaje”, (1) ciñéndolo al presente que recrea la palabra
al leer o al traducir un poema. Poco antes, en 1984, las había reunido en
volumen aparte con el título de Aproximaciones
(1958-1978), como denominaba a las traducciones o mejor, versiones, de las
secciones finales de sus libros, incluidas a partir de Los elementos de la noche (1963). Ellas los cerraban como si
culminara en los versos ajenos su poesía.(2)
Como es habitual en él, Pacheco
modifica el texto de los poemas en las sucesivas ediciones de su obra, reunida
bajo el título de Tarde o temprano.
En la tercera edición del año 2000 suprime las “Aproximaciones”, reproducidas
siempre en sección final del libro, si bien es cierto que ya en libros
unitarios anteriores —El silencio de la
luna (1994) o La arena errante
(1999)— no incorporaban nuevas “aproximaciones”, aunque
la intertextualidad que
comentaremos sigue presente en sus últimos libros de 2009.
Sabemos la importancia que han
tenido las interrelaciones de la producción poética en muy diferentes lenguas,
redes alimentadas en buena medida por las traducciones realizadas especialmente
por poetas que no solo se empecinaron en alcanzar, como Pacheco, una versión
que siguiera muy de cerca el original, sino que sobre todo respondiera a su
concepción de la poesía y a su saber de la propia lengua. Su trabajo no se
detuvo allí. Singularizan su poesía la intertextualidad y la contaminación
profusa con la producción ajena.
Desconfiando de afirmaciones como
las de Paul Valéry o de Roman Jakobson (“La poesía es por definición
intraducible”3), las generaciones de poetas mexicanos a partir de
Contemporáneos, y aun antes, si recordamos a Balbino Dávalos en la Revista Moderna (1898-1903),
se destacaron por su interés en la modernización de la literatura nacional,
valiéndose, entre otras posibilidades, de la traducción de textos de muy
diverso origen. En esta tradición de apertura se incluyen las revistas Estaciones, la Revista Mexicana de Literatura, La Palabra y el Hombre, la bilingüe El Corno Emplumado o Diálogos, con las que Pacheco colaboró
asiduamente.
Varias veces se ha referido
Pacheco al modo en que deben leerse sus “Aproximaciones”, y los fundamentos de
su trabajo de traducción. “No tengo nada contra los traductores académicos pero
mi intención es muy distinta: producir textos que puedan ser leídos y juzgados
como poemas en castellano, reflejos y aun comentarios en torno de sus intactos,
inmejorables originales. […] De alguna manera no son, como podría creerse,
‘traducciones de traducciones’, sino poemas escritos a partir de otros poemas”.
Enseguida refiere la lección recibida del poeta Jaime García Terrés (1924-1996)
—importante gestor cultural, abocado a ampliar y profundizar la apertura
cosmopolita—: “me enseñó a aspirar a la soltura y al respeto por el texto en
español”. (4)
Comenzó con este trabajo a los 23
años. Tradujo por entonces a Beckett, “De profundis” de Oscar Wilde,
Eisenstein, Tennessee Williams, Pinter, etc., más allá de los incorporados en
sus “Aproximaciones”. En éstas se vale de traducciones existentes —apunta
siempre la procedencia de las que utiliza—, de lenguas que conoce o, sobre
todo, ignora.
La lectura alimenta su tarea y la
versión se atiene a su concepto del traslado al español. En “Gustave Flaubert
(1821-1888)” celebra la entrega del escritor francés al “término exacto” (le
mot juste, dice) pues solo existe “una palabra para cada cosa y debe ceñirse /
—como la piel al cuerpo— a lo que nombra”. Aunque banalmente se piense que
“nada queda en traducción de frases como las suyas. / Y sin embargo todo
escritor debe honrar / el idioma que le fue dado en préstamo, no permitir / su
corrupción ni su parálisis” (p. 70). (5) En 1989 expresa con mayor precisión el
sentido de sus “aproximaciones”, el modo en que deben entenderse los versos
recién citados: “Pongo términos de otro idioma en el vocabulario al que me
confina mi país, mi región, mi clase, mi edad, mi instrucción, el habla de mi
familia, mi dominio o mi ignorancia de ambas lenguas, mi habilidad o mi ineptitud
como versificador y prosista en español. Ni usted ni yo existimos antes ni
volveremos a existir”. (6)
Esta condición que decide sus
elecciones, nacidas de su modo de estar en el mundo, es fundamento también de
su poesía, y así lo expresa muchas veces, entre otras en “A quien pueda
interesar” de Irás y no volverás (1969-1972): “A mí sólo me importa el
testimonio / del momento inasible, las palabras / que dicta en su fluir el
tiempo en vuelo. / La poesía anhelada es como un diario / en donde no hay proyecto
ni medida”. (p. 152)
Con algo más de optimismo, pero
con la preocupación del sentido de su función, en Los narradores ante el público, (7) y aún un joven de 26 años,
expresa ideas que mantendrán su actividad como poeta e intelectual hasta el
presente: “Tras la crisis —si hay salida, si hay porque tiene que haber,
futuro— algunos piensan que la poesía se habrá hecho modesta, porque tampoco
son sus poderes, salvar al mundo sino iluminarlo”. (p. 261)
Su versión de “Les chimères” de
Nerval —ya traducida por Xavier Villaurrutia y Octavio Paz— despertó una
inesperada actividad traductora en México en 1975, cuando a raíz de la
afirmación de Salvador Elizondo en Plural de que la mejor traducción del poema
era de Pacheco, impulsó nuevas versiones en los siguientes números de la
revista, de Arreola, Segovia, Elizondo, Zaid y José de la Colina , promotor del
desafío, entre otros.
Cito los primeros versos del
original francés y de la versión de Pacheco, porque muestran claramente cómo
sus traducciones tienden a dejar de lado lo contingente (en este caso la novela
de Walter Scott), el detalle que cierra el alcance mayor del sentido, y abstraer
universalizando las significaciones.
En Nerval leemos: “Je suis le ténébreux, —le veuf, —l’inconsolé, / le
prince d’Aquitaine à la tour abolie / ma seule étoile est morte, —et mon luth
constellé / porte le soleil noir de la Mélancolie ”. Así queda en Pacheco “El
desdichado”: “Yo soy el tenebroso, el viudo inconsolado. / A mi abolida torre
la desdicha me guía. Cargo una muerta estrella y un laúd constelado. Son esos
negros soles mi aciaga astronomía”. (8)
Es indudable que Pacheco se ha
apartado de la “tradición de la ruptura” afirmada por Octavio Paz en el prólogo
a la antología Poesía en movimiento.
México, 1915-1966, dirigida por él y en la cual había Pacheco colaborado,
junto con Alí Chumacero yHomero Aridjis. Paz fundaba esa concepción en la idea
moderna del instante, siempre nuevo y único, en un tiempo siempre en
movimiento, que la poesía refleja. Al recibir el Premio Nobel insiste en esa
valoración: “La poesía está enamorada del instante y quiere vivirla en un
poema; lo aparta de la sucesión y lo convierte en presente fijo”. (9) El
rupturismo vanguardista cede paso en Paz a “la poesía de la convergencia”, de
apertura a la tradición y a otras culturas, auspiciada en Vuelta (en su artículo “El romanticismo y la poesía contemporánea”)
en 1987, y ya experimentada en sus “transliteraciones” de Versiones y diversiones (1974). Los legados de la tradición son
entonces una suerte de don que irán templando su escritura, atenaceada por la
violencia destructora de la materia y de los seres, violencia engendrada por el
tiempo y la historia, que amenaza volver estéril la palabra. “Nuestras voces
son desmoronamientos de guijarros en las tumbas”, dice Milosz en “Adiós a la
noche”, uno de los poetas admirados por Pacheco, en tanto sus poemas apuestan a
conjurar el derrumbe haciendo pie en la memoria (en las tramas de citas,
traducciones, epígrafes y dedicatorias) de ellos que, devueltos al presente,
enriquecerían percepciones y experiencias de hoy. Intensifica esta presencia
las búsquedas de concisión y de la versión ajustada en su sonoridad, en sus
tonos o en ritmos equivalentes, en el refinamiento de las metáforas de sus
traducciones, o en el modo de introducir el cruce de textos múltiples, sea en
un solo poema, sea en citas o glosas de López Velarde, Nervo, Joyce, Ortega y
Gasset, Goethe o Garcilaso. Seguramente ha prestado atención a las
observaciones de Octavio Paz en El arco y la lira sobre las ideas de Etiemble y
Eliot acerca del placer estético y su dependencia de lo fisiológico, muscular y
respiratorio, que inciden en el ritmo verbal, vinculado siempre a la historia,
a una época y a una sociedad, propia.
Sus traducciones se ligan
evidentemente a su concepción de la poesía, como concentrada en la intensidad
del instante, aunque reconozca cada vez más sus límites de eficacia y
perduración, y luche para no aceptarlos. La relación entre el tiempo, el
instante y la poesía está en el centro de las significaciones más
problematizadas, constantemente resignificadas: se percibe el lazo con las
formas breves, la condensación de la percepción, sobre todo de la mirada y el
simbolismo de la intensidad de la luz, como en “Sor Juana” de Islas a la deriva
(1973-1975):
Es la llama trémula
en la noche de piedra
del virreinato. (p. 174)
Y lo reitera, como en estos
espléndidos ejemplos, entre muchos otros. De Irás y no
volverás (1969-1972), “Definición”:
La luz: la piel del mundo. (p. 143)
Una de las “Alabanzas” de Miro la tierra (1984-1986):
Tinta, sal y en la
página ardiente
toma la forma
en que tu interna oscuridad se ilumina. (p. 340)
La red de reescritura y lectura
alienta definirla como “La dulce, eterna, luminosa poesía” en “Crítica de la
poesía” de No me preguntes cómo pasa el
tiempo (Poemas, 1964-1968), p. 75, (10) o sumir la tarea en la duda y el
desaliento, ya En el reposo del fuego (1963-1964), como vemos en el
poema 10 de la sección III, primer momento del
desolado pesimismo con que
reflexiona en su poesía sobre el pasado y la realidad mexicana. Cito sólo los
versos iniciales: “Hay que darse valor para hacer esto: / escribir cuando
rondan las paredes / uñas airadas, animales ciegos. / No es posible callar,
comer silencio, / y es por completo inútil hacer esto / antes que los gusanos
del instante / abran la boca muda de la letra / y devoren su espíritu.” (p. 57)
Un ejemplo importante, entre
varios otros, es la serie de traducciones de Islas a la deriva (1973-1975) de Seferis, y especialmente de
dieciséis poemas de Cavafis, (11) en los cuales se acentúa la tematización de
la muerte, la vejez y el fracaso del hombre y de la historia a partir del mundo
griego antiguo, haciéndolo confluir con lo ya expresado en la segunda sección,
“Antigüedades mexicanas”, que vuelven a revisar la conquista y el pasado
colonial, para culminar, por una parte, en el presente de ruina de “México:
vista aérea” (Recordemos el comienzo: “Desde el avión ¿qué observas? Sólo
costras, / pesadas cicatrices de un desastre”, p. 177) y en “Crónica”, que
pareciera volver al comienzo de la espera del invasor, cuya crueldad había
expresado en “Crónica de Indias”, respaldado en el epígrafe por la reticente
reflexión de Bernal Díaz del Castillo (12)(“La guerra terminó o tal vez no ha
empezado. / El fuego derribó nuestras murallas /y hacemos guardia entre las
armas rotas”, p. 177). Por otra, en la “Lectura de la Antología griega”, que
acentúa la libertad de Pacheco para introducir su áspera crítica al presente
con un epigrama atribuido a Simónides, titulado “Vietnam” (“Los griegos
deshicieron el gran poder / de los persas cargados de oro”), reuniendo
nuevamente a Cavafis y México.
Volverá constantemente al tema.
En El silencio de la luna, publicado
en 1994, la brevedad de “Limpieza étnica” (“Dijimos nunca más / y ahora,
monstruosa,/ se repite la historia”, p. 440) condensa la revisión del pasado,
insertando irónicamente en la sucesión de estragos el poema “Fin de la
historia”, y haciendo confluir en los epígrafes la mezcla de la alta poesía o
de la Biblia
con información de la guía de la ciudad de México o el discurso del “empresario
del Circo” —acercándose a las parodias de la antipoesía de Nicanor Parra—, en
tanto toma de la Eneida el título del libro. (13)
sigue mañana
Notas
1
Ortega, Julio, Figuración de la persona, Barcelona, Edhasa, 1971, p. 263.
2 Son poemas de John Donne, Baudelaire (“La
chevalure”), Rimbaud (“Le bateau ivre”) y dos de Salvatore Quasimodo. Los repite en igual sección de De algún tiempo a esta parte y de Tarde o temprano (1980).
3 En
Ensayos de lingüística general,
segunda sección, p. 4.
4
“Nota” a Tarde o temprano. Cito por
la segunda edición (México, FCE, 1986). En los años cincuenta Jaime García
Terrés dirigió la
Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM y la Revista Universidad
de México entre 1953 y 1965; impulsando la difusión de los movimientos
artísticos y culturales mundiales, “de cultura abierta”, sin descuidar la
tradición lingüística y cultural hispana. A los intelectuales españoles
republicanos refugiados en México León Felipe, Luis Cernuda, Manuel
Altolaguirre, Luis Buñuel, entre otros, se sumaban en estos años los
hispanoamericanos José Luis González, García Márquez, Álvaro Mutis, Augusto
Monterroso, etc.
5
Poema de Los trabajos del mar. Cito
por la primera edición de 1983. Tiene como subtítulo “Un artículo en verso para
el centenario de su muerte”. En la cuarta edición de Tarde o temprano, altera el título “El centenario de Gustave
Flaubert” y como subtítulo “(Un artículo en verso)”.
6 Citado
por Carmen Corona del Conde en “Algunas reflexiones sobre la traducción”,
aparecido en La Jornada Semanal n.
22, 12 de noviembre de 1989, p. 27. Tomo la referencia del excelente artículo
“La palabra en el desierto. José Emilio Pacheco y T. S. Eliot” de Carlos A.
Guzmán Moncada, en Arrabal, nº 1,
1998, pp. 243-249.
7 Vol.
1, México, Joaquín Mortiz, 1966.
8
Cito por Tarde o temprano (2º
edición, 1986) p. 292.
9 Obras completas, México, Fondo de
Cultura Económica, 1994, vol. 1, p. 35
10
Cuando no se aclara la edición de la cita de la poesía de Pacheco, debe
entenderse que proviene de la última edición de sus poesías completas, siempre
corregidas, que reúne con el título de Tarde
o temprano (Poemas 1958-2009). Edición de Ana Clavel, 4º ed., México, Fondo
de Cultura Económica, 2009.
11
Versiones dedicadas “A Celia y Jaime García Terrés, quien me descubrió a
Cavafis, y el arte de la traducción en 1960” .
12
“Con el objeto de propagar la fe / y arrancarlos de su inhumana vida salvaje, /
arrasamos los templos, dimos muerte / a cuanto natural se nos opuso. / Para
evitarles tentaciones / confiscamos su oro. / Para hacerlos humildes / los
marcamos a fuego y aherrojamos. / Dios bendiga esta empresa hecha en Su
Nombre”. El epígrafe de Bernal Díaz del Castillo dice: “…porque como los
hombres no somos todos muy buenos…”
13
“…Et jam Argiva phalanx instructis navibus ibat / A Tenedo, tacitae per amica
silentia lunae…” envida II: 254-255” Y agrega la traducción:
“…ya la falange de la griegas naves / de Ténedos venía, bajoel velo / del
silencio amistoso de la luna…”. “Aurelio Espinosa Pólit: Virgilio en verso castellano”, p. 467.
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