Chris Andrews |
Ilan Stravans publicó el 22 de diciembre de 2013, en El Cultural,
del diario uruguayo El País, una
entrevista con el traductor australiano Chris
Andrews, responsable de singulares traducciones de literatura
latinoamericana.
El delirio del traductor
Literatura latinoamericana para lectores en inglés.
La prosa de Roberto Bolaño ha
cautivado al público anglófono, en parte debido a las sutilezas de uno de sus
traductores, el australiano Chris Andrews, a quien se le debe el estilo sucio,
desafiante, hard-boiled, de Nocturno de Chile y Estrella
distante. Explica qué diferencia hay entre traducir a Bolaño y
traducir el estilo matemático de César Aira, y el por qué de ciertos
estereotipos que los norteamericanos construyeron en torno a la figura de
Bolaño.
–¿Cómo llegaste a la traducción?
–Cuando terminé mis estudios en la Universidad de
Melbourne pensé que me gustaría traducir textos literarios, pero mis comienzos
fueron muy lentos, porque, como se sabe, hay pocas traducciones literarias al
inglés. Además, los encargos se hacen casi siempre en Nueva York y Londres,
casi nunca en Australia. Empecé sin embargo con una editora de Melbourne, para
la cual traduje dos libros de viaje (en el sentido amplio). La segunda fue el
hermoso Negro sobre negro de la autora catalana Ana Briongos,
sobre el Irán de los años noventa.
–¿Y a Roberto Bolaño?
–En 2001 estaba de viaje en
Chile, hablando con libreros y pidiendo consejos. Acababa de salir Nocturno de Chile, pero por
cautela o tacañería compré Los
detectives salvajes en la edición de bolsillo. El diario de
Juan García Madero me agarró desde el primer párrafo. Había allí una energía y
una frescura que me dieron ganas de seguir, y que seguí. Es una experiencia
ampliamente compartida. Hay como una vibración que se desprende de las páginas
de Bolaño; se transmite mediante ciertas estructuras sintácticas, pero no creo
que haya una explicación puramente formal. Tiene que ver también con el estilo
existencial del autor.
De Chile me fui a Londres, para
molestar a unos editores, porque no me había servido de nada mandar cartas y
e-mails desde Melbourne, y allí tuve mucha suerte, aunque no lo supe hasta casi
un año más tarde. Me recibió Christopher Maclehose de The Harvill Press y me
preguntó qué había leído recientemente. Hablé con entusiasmo de Bolaño. Él
acababa de comprar los derechos de Nocturno
de Chile pero ya
tenían un traductor para el libro. Al año siguiente Euan Cameron de Harvill me
pidió diez páginas traducidas a título de prueba. Por alguna razón, el
traductor no había podido hacer el trabajo y Harvill necesitaba un sustituto, y
rápido, porque el libro ya estaba en el catálogo. Me contrataron, y Barbara
Epler de New Directions publicó el libro poco después en los Estados Unidos.
Hay que decir que los dos primeros libros traducidos –Nocturno de Chile y Estrella
distante– no se vendieron muy bien en Gran Bretaña. En el mundo anglófono,
el fenómeno empezó a cobrar fuerzas en Nueva York con los cuentos de Last
Evenings on Earth (tomados
de Llamadas telefónicas y Putas asesinas) y sobre todo
con Los detectives salvajes,
traducido por Natasha Wimmer.
–En el mundo anglosajón se han
consolidado algunos mitos sobre Bolaño. Por ejemplo, el que lo pinta como un
drogadicto que se redime a sí mismo. O que es un producto manufacturado por las
fuerzas capitalistas. Y hay gente que critica estos mitos.
–Creo que hay que mirar las
críticas por separado. La de Sarah Pollack me parece muy inteligente: lo que
ella propone es una "lectura de una lectura," y lo que critica no es
la obra de Bolaño directamente, sino su recepción en Estados Unidos. Ella dice
que la obra se presta"inconscientemente o quizás con una
deliberación provocativa" a
lecturas que confirman una serie de estereotipos acerca de América Latina. No
veo allí una deliberación provocativa, pero es cierto que los lectores
norteamericanos tenían por donde agarrar la obra de Bolaño, en particular por
el lado de la violencia. Sin embargo, no hay que dejar pasar por alto la manera
en que su ficción tuerce también los estereotipos. En Los detectives salvajes, los
realistas viscerales son haraganes, pero lo son más por poetas que por
mexicanos: no faltan mexicanos trabajadores en la novela. Para no ir más lejos,
las chicas que salen del grupo: Laura Jaúregi, las hermanas Font, Xóchitl
García. Además, la haraganería encarnada por Ulises Lima, o mejor dicho, la
inmunidad al exotismo (porque él se dedica a su oficio: escribe poemas) es una
característica que la novela en su conjunto valora positivamente. Eso, al
menos, es lo que trato de sostener en un libro que saldrá el año próximo.
Cuando a veces se presenta a
Bolaño como un artefacto manufacturado por las fuerzas capitalistas, eso es un
contrasentido. Bolaño era un escritor profesional –lo ha subrayado Christopher
Domínguez Michael– pero no comercial. Escribió sus novelas con la esperanza de
que se vendieran bien, pero no modificó su propuesta para que encajara mejor
con las supuestas expectativas del mercado. Al contrario, se volvió más radical
en el plano estético a medida que el éxito fortalecía su posición. Lo muestra
su decisión de publicar Amberes –en vez de otro texto inédito, mucho
más ameno, El Tercer Reich– y la monstruosidad
estructural de 2666.
En cuanto al inexistente Bolaño
heroinómano, fue un malentendido de ésos que suelen acompañar la fama, pero
comprensible, porque hay una continuidad trabajada entre autobiografía y
ficción en su obra. Designar a un personaje por la mayúscula B., por ejemplo,
que puede remitir tanto a Bolaño como a Belano, es una manera de desdibujar la
distinción entre el yo autobiográfico y el alter ego ficcional.
–¿Qué diferencia hay entre
traducir a Bolaño y traducir a César Aira?
–Es curioso que, tratándose de
autores tan disímiles, el trabajo no es muy distinto en su fenomenología,
quizás porque el traductor tiene la nariz pegada al texto, salvo en las últimas
revisiones, y lo ocupan tanto los miles de elecciones entre palabras y giros.
Claro que hay desafíos diferentes. ¿Como reflejar el abigarramiento
multinacional del castellano de Bolaño en inglés, que también es una lengua
intercontinental pero dominada por dos bloques rivales: la estadounidense y la
británica? No hay una solución general a este problema recurrente; se resuelve
caso por caso, según los parámetros dados por el contexto. El traductor de Aira
se enfrenta a un desafío muy particular: el de seguir el movimiento
ultrarrápido de sus desarrollos conceptuales sin cometer sinsentidos ni
normalizar su pensamiento extravagante. A veces pienso que cuando Aira se va
por un sendero ensayístico es como un matemático brillante y travieso que
demuestra un teorema en la pizarra: va saltando etapas por creerlas evidentes,
y a veces termina por franquear el paso hacia el delirio sin avisar. Quizás el
riesgo mayor sea el de dejar que la traducción entre demasiado pronto en el
delirio, porque Aira no sólo es loco sino que también es sabio.
–En la segunda parte del Quijote, se dice que leer un libro en
traducción es como ver un tapiz flamenco desde la parte de atrás. ¿Qué opinas?
–La metáfora del hidalgo es
ingeniosa: se pierden colores y detalles de la formas; las figuras no se ven
"con la lisura y tez de la haz." Cuando se publica una traducción, se
vuelve posible una experiencia que sencillamente no lo era antes, por ejemplo,
la experiencia de leer La
orilla africana de
Rodrigo Rey Rosa en inglés (el libro acaba de salir en la traducción de Jeffrey
Gray). Es una obviedad, pero me gusta pensar que los traductores estamos
aumentando la suma de experiencias valiosas posibles en el mundo.
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