viernes, 14 de febrero de 2014

Y ya que estamos con Pacheco...

Publicado el 8 de febrero pasado, en La Razón, de La Paz, Bolivia, el siguiente artículo de Wálter I. Vargas critica la muy elogiada traducción que José Emilio Pacheco hizo de los Cuatro Cuartetos, de T. S. Eliot. Las críticas se refieren fundamentalmente a la abundancia de notas, lo cual trae otra vez sobre el tapete la polémica respectiva. En la bajada del artículo se lee:En el un tanto misterioso asunto de la lectura literaria, a veces la indocumentación juega un papel benéfico”. 

Cuestiones eliotianas

Sólo ahora me entero que el recientemente fallecido poeta mexicano José Emilio Pacheco había encarado hace mucho (en los años 80) la noble y seguramente dura tarea de traducir los Cuatro cuartetos, de Míster T. S. Eliot. Cuando la leyó su compatriota Octavio Paz, según nos cuenta la revista Letras Libres, la saludó como “la mejor traducción del poema hecha en ningún idioma”, afirmación que exige conceder a Paz el conocimiento de todas las lenguas. También antaño leí un ensayito sobre Eliot del colombiano Jorge Zalamea, quien usaba traducciones de un coterráneo suyo, y también le parecía el mejor traductor del Premio Nobel de Literatura 1948. En nuestro medio, el poeta Álvaro Diez Astete puso en español hace tiempo algunos de sus poemas menores, por lo cual creo que corresponde señalar, en nombre de la patria, que se trata de la mejor traducción hecha de esos versos.

La cuestión, bromas aparte, es que en 2011 la revista mencionada publicó una de las cuatro partes (“The Dry Salvages”) de la versión de Pacheco. Y ahora, en enero de este año, coincidiendo con el fallecimiento del traductor, apareció en la misma publicación otra parte, la llamada “East Coker”. Mi escasísimo inglés, mi flojera, no me permiten confrontar ésta y la que siempre leí, de José María Valverde, con el original, para opinar en tema tan profesional. Lo que he hecho más bien, en mi calidad de simple lector, ha sido volver una vez más a experimentar la lectura de la versión del español, y en verdad en verdad os digo me quedo con ella. Me quedo con esa lenta y larga meditación, en la cual una desesperación serena y una suerte de teología exhausta se abren paso en una narración poética, densa pero no inestable o excesivamente oscura (como ocurre en The Waste Land). Me quedo con esa cadencia reflexiva, ese hechizo verbal que no da respiro, página tras página, y que me ha hecho considerar siempre a Eliot mi candidato a dios en materia de poesía moderna, y a Cuatro cuartetos el poema definitivo del siglo XX, por sentencioso o atrevido que esto parezca. 

En el un tanto misterioso asunto de la lectura literaria, a veces la indocumentación juega un papel benéfico. El lector no es un filólogo. Por eso el propio Eliot, hombre ducho en estas lides, se sintió siempre incómodo con las notas que puso a Tierra baldía. Pero no contento con esta incomodidad, ahora Pacheco le ha agregado a su vez a este otro poemario de Eliot un aparato de notas también profuso y erudito (30 notas, solo para “East Coker”).

Enterarse de que el famoso primer verso de “East Coker” (“En mi comienzo está mi fin”) alude al lema de la reina María Estuardo, puede ser útil, lo acepto. Es más cuestionable que cuando el poeta dice que pasó 20 años, “los años de l’entre deux guerres”, sin hacer nada, sea necesario aclarar en una nota que se trata del lapso entre las dos guerras mundiales (a menos que la publicación sea para colegiales). Y para colmo, señalar que la frase fue escrita originalmente en francés (hubiera sido extraño que de pronto el traductor hubiera escogido este idioma para traducir esta línea).

A ratos Pacheco comienza incluso a interpretar, y eso me parece también un tanto innecesario. Eliot dice “La poesía no importa. No era lo que uno había esperado”, y Pacheco nos aclara que lo hace porque lo trascendental para el poeta es la salvación cristiana, cuando para mí, el poema expresa a la condición humana culturalmente cansada ante la historia que da vueltas como un tiovivo (“No hay fin, sino adición: la arrastrada consecuencia de más días y horas, mientras la emoción toma para sí los años, sin emoción de vivir entre el hundimiento...).

En fin, que la presencia de tanta información interrumpe o molesta la lectura del poema. “Hay muchos lugares que son el fin del mundo, pero el mío es Inglaterra”, dice con otras palabras Eliot en otro lugar de los cuartetos. Trasladada la idea al hecho de la lectura, creo que el lector ducho de poesía sabe mantenerse en equilibrio entre el interés en los detalles del texto y su aplicación a su propia situación de lector.


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