jueves, 25 de septiembre de 2014

Mejor ser atenienses

La siguiente nota fue publicada con firma de Sabina Berman, el 21 de septiembre pasado, en Proceso.com.mex . La autora pone el dedo en una llaga que al Estado mexicano –que produce, adquiere y distribuye mal el 75% de la producción editorial mexicana– y a los muchos intelectuales que comen de ese plato no les gusta nada.

El Fondo, dormido en sus laureles

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Leo Zuckerman se preguntó si se justifica la existencia de una editorial subsidiada como es el Fondo de Cultura Económica. “No nos hagamos bolas”, escribió en poesía vernácula. “El Fondo sirve (únicamente) a una élite cultural, académica e intelectual”.

Airadas le llegaron las respuestas de dos de nuestros escritores más aristocráticos. Empleo el término “aristocrático” en el sentido en que lo hacía José Vasconcelos: por virtud de la excelencia, incluidos en una minoría. Jesús Silva Herzog Márquez le llamó liberal salvaje. Jorge Volpi le recordó que la alta cultura siempre ha sido patrocinada y nuestras instituciones culturales subsidiadas cifran la ventaja cultural que tenemos sobre el resto de Latinoamérica.

Y sin embargo, me parece a mí que la pregunta de Leo se sostiene. Sí, ¿por qué el Fondo no ha logrado, en medio siglo, llegar a más lectores? ¿Por qué no llega a los millones de preparatorianos y universitarios del país? ¿De verdad el defecto reside en esos lectores posibles pero no reales, o es en el Fondo?

Que es lo mismo que preguntarse asuntos más particulares. ¿Por qué los últimos 24 años las colecciones de poesía y de dramaturgia del Fondo no han crecido mientras que su cava de vinos sí, hasta ser famosa entre los editores del idioma de la ñ?¿Por qué uno de nuestros mayores antropólogos, cuyo nombre él no me agradecería que tecleara aquí, puede publicar su último libro, de tema mexicano por cierto, en una de las más exigentes editoriales universitarias de Estados Unidos, pero en el Fondo se le pide que espere tres años para su publicación en español?

¿Por qué los primeros años del Fondo fueron los de su expansión territorial, de la multiplicación de sus librerías en el mundo de la ñ, mientras en los últimos 24 años inaugurar una librería en Bogotá y una en la colonia Condesa de la capital se proclama como una hazaña?

Más preguntas concretas. ¿Cómo sucedió que España a finales del siglo XX se adueñó de la difusión y la enseñanza del español en el planeta, a través de su Instituto Cervantes, si era el Fondo el que tenía la ventaja hasta un lustro antes?

¿Y cómo es que ahora, cuando una España en crisis económica debe cerrar sus institutos Cervantes, el Fondo no avanza para ocupar los vacíos? En el mismo sentido, ¿por qué es que ante el encogimiento de las editoriales españolas, el Fondo no lidera la avanzada de nuestras buenas editoriales nacionales?

Es decir, dicho en poesía vernácula, ¿cuándo se durmió el Fondo en sus laureles? ¿Cuándo se acomodó en la seguridad del subsidio y el deleite de su cava de vinos y se olvidó de crecer y de servir a más que a una minoría autosatisfecha?

Leo se pregunta si se justifica la existencia de una editorial subsidiada cuyos libros llegan a muy pocos. Digo que me parece a mí que la pregunta es importante, aunque la respuesta que Leo da es, sí, para citar a Silva Herzog, la de un liberal salvaje. (Perdón, amigo Zuckerman, y con el aprecio intacto a tu afán de sacudir las complacencias de las élites.)

Aun en términos económicos, es una respuesta poco útil. ¿Qué gana México con cerrar el Fondo? Nada, nada y nada. Salvo la diferencia actual entre sus costos y sus ventas, 200 millones de pesos, una partida minúscula en el contexto del presupuesto estatal. ¿Y qué oportunidades gana el país si el Estado decide despertarlo y hacerlo crecer?

Servir a muchos más, coleccionar a nuestros clásicos de las últimas tres décadas, lo que no ha hecho, y expandir nuestro mercado editorial a otras latitudes, ahora que ocurre el encogimiento de las editoriales españolas.

Los espartanos cogían a sus hijos de los talones y los hundían en el río helado. Si no morían de neumonía los dejaban vivir. Si enfermaban, los atravesaban con una espada, para abreviar su agonía. Por eso fueron atenienses y no espartanos Sócrates y Platón. Por eso los espartanos fueron magníficos en el arte del asesinato, la guerra, pero no en las artes de la cooperación y el bien vivir, las bellas artes y la filosofía.

Somos ya espartanos en exceso. Cultivemos nuestras instituciones atenienses. Pongamos a un lado los laureles marchitos del Fondo y despertémoslo. Para volver a lo vernáculo: esperemos del Fondo otros laureles más verdes.


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