jueves, 9 de agosto de 2018

"Mucha gente 'no central' va incorporando palabras sueltas"


Publicada en Cultura InfoBAE el pasado 4 de agosto, con firma de Maximiliano Fernandez, la siguiente entrevista con Karina Galperín,  doctora en Letras por la Universidad de Harvard, profesora y directora de la maestría en Periodismo de la Universidad Torcuato Di Tella, se centra en la actual discusión sobre el lenguaje inclusivo en la Argentina.

“La sobreactuación contra el lenguaje inclusivo
es esperable porque es una disputa entre generaciones”

“Chiques” en vez de chicos. “Todes” en vez de todos. “Amigues” en vez de amigos. Usar la “e” en lugar del género masculino como neutro. El lenguaje inclusivo explotó en las tomas de colegios que se hicieron durante la vigilia a la sanción del aborto legal en Diputados. El fenómeno, aún incipiente, encuentra cierta aceptación, pero, sobre todo, despierta intolerancia de parte de sus detractores.

Karina Galperín, doctora en Letras por la Universidad de Harvard, profesora y directora de la maestría en Periodismo de la Universidad Torcuato Di Tella, es una de las voces que se alzó a favor del fenómeno o, al menos, optó por una postura más comprensiva.

En diálogo con InfoBAE, expresó: “Estamos ante un fenómeno inédito porque nunca ocurrió de esta manera que se toquen los principios de la lengua. Siempre los cambios fueron de un modo más inconsciente. No en torno a problemas – sociales o reivindicaciones. Eso se conjuga con que estamos en una época donde la circulación de la palabra escrita y oral tiene una amplitud y velocidad también sin precedentes”.

–Más allá de que se gesta a partir de una demanda colectiva, ¿cuál fue el puntapié inicial?
–No lo conozco y no sé si alguien lo conoce. De hecho, todas las descripciones del fenómeno son bastante vagas sobre sus orígenes. Se suele escuchar de sus detractores que es algo impulsado por el movimiento feminista, pero nadie especifica cómo, quién, cuándo. Yo creo que hace casi 20 años que comenzaron aisladamente en distintos lugares a surgir iniciativas sobre el lenguaje. En Argentina, en torno a la nueva Constitución surgieron ciertas alternativas.

–¿El movimiento feminista no potenció el fenómeno?
–Probablemente no nos hubiéramos fijado si el movimiento feminista no nos hubiera llamado la atención. Hay un nuevo foco que involucra al lenguaje, pero no creo que sea una iniciativa avanzada en forma orgánica por las mujeres. Me parece que es algo muy espontáneo, que tuvo un impulso dentro de la militancia y eso explica por qué tuvo atractivo en algunos círculos. Lo que sí, eso no explica por qué es un fenómeno lingüístico que atrae a otros sectores.

–¿Los cambios se producen porque el español es machista?
–Los lenguajes no son machistas o feministas. Las lenguas expresan relaciones y registran el mundo tal como existe. En este momento estamos viendo ciertas maneras para designar las composiciones de grupos con el que no estamos del todo satisfechos. Sobre todo la cuestión que el género masculino se use tanto para lo masculino como para la especie en su conjunto. Hoy, por la realidad nuestra, que cambió mucho en términos de posición de los grupos relevantes en la sociedad, dejó de ser preciso. Le estamos pidiendo a la lengua una precisión que incluya la distinción.

–O sea que hay otra ventaja más allá de la inclusión que se pregona…
–Es una cuestión de ser más precisos. No se puede obviar que existe una relación con el feminismo, pero esa relación abarcaría solo un uso lingüístico de nicho. Si estamos hablando de un fenómeno más amplio, es porque salió de esos círculos y le ofrece un atractivo a otra gente que simplemente quiere ser más precisa al expresarse.

–¿Creés que traspasó los colegios más ideologizados de Capital?
–Eso sin dudas porque es una lectura muy parroquial. No estamos hablando de un fenómeno argentino. Es un fenómeno dentro de la lengua española que existe en muchos otros países. Por ejemplo, en España hay una polémica muy álgida, pero también hay una discusión casi calcada a esta en otras lenguas. Lo que hizo el discurso de los colegios fue visibilizar algo que la mayoría no tenía idea de que existía, pero que en realidad existía hace más de 20 años.

–¿Qué debería hacer la escuela a partir de la explosión del lenguaje inclusivo?
–Me parece un error, en este momento de proceso de cambio, implicarse en más que informar, utilizar la lengua de manera natural. Estamos todavía en un mundo cuya norma es la norma antigua. Por lo tanto no dejaría de enseñar la norma. Tampoco enseñaría la novedad a no ser que los chicos lo pidan. Si los chicos lo utilizan, hay un buen tema de discusión.

–La RAE ya sentó posición y dijo que el género neutro es el de siempre.
–La gente que le pide algo a la RAE le está pidiendo algo muy prematuro. La RAE es como un escribano. En el momento en que este cambio sea consolidado deberá expedirse. Pero no es un cambio seguro. Estamos viendo una percepción de problema y ahí una solución que se está imponiendo: la del tercer género en “e”. Quizás la academia debería agregar que ven cierto diagnóstico de problema de parte de los hablantes, pero que ninguna alternativa se estableció como dominante.

–¿Esos otros casos en el mundo prosperaron o están en un estado embrionario como acá?
–En Francia, la academia y el gobierno fueron lapidarios en contra de los cambios, diciendo que eran una aberración que ponía a la lengua francesa en un peligro mortal. Esa reacción tan visceral también te habla de que hay una presión por ese uso muy fuerte.  En Alemania se ha avanzado en distintas instancias. En otras lenguas como el portugués, el hebreo, incluso el inglés en el que no hay género en sustantivos y adjetivos hay discusiones en torno a los pronombres. Claramente es un fenómeno bastante extendido, por no decir global. Ante una sociedad que cambió muchísimo, se está preguntando si la manera en que nombra las cosas la lengua está en la línea de las necesidades.

–¿Por qué creés que genera tanta indignación?
–Cualquier cambio en el lenguaje, que es una de las cosas más afectivamente arraigadas en nosotros, genera ese tipo de reacción. Los cambios son difíciles en general y en la lengua mucho más. Pero yo distingo dos tipos de reacciones: la reacción de “me resulta inutilizable”, “no estoy acostumbrado”, “no creo que me sirva”, pero que lo comprenden. Del otro lado, la reacción que yo no entiendo es la de “me resulta espantoso y ridículo” porque eso es cerrarse a entender algo que me parece muy interesante.

–¿Se exagera en la reacción?
–Es una sobreactuación esperable. Es una reacción que siempre ocurre ante los cambios. Sobre todo porque esto tiene un componente generacional: de enfrentamiento entre jóvenes y viejos, que siempre son ríspidos y arduos.

–¿Cuál sería el siguiente paso? ¿Una sistematización?
Lo que está pasando es que mucha gente “no central” va incorporando palabras sueltas, pero no todo el sistema. Hay gente que sigue hablando como siempre, pero dice “todes” o “amigues”. Vamos a ir muy despacio. No sé cómo. Es imposible de predecir. Falta muchísimo para que esto se establezca si es que finalmente se establece.

–¿De acá a cuántos años le ves posibilidad de instalarse?
–No tengo idea. Yo diría siglos. Como cambio completo me parece muy lejano. Yo desdramatizaría porque cuando ocurren estos cambios y dicen “me van a imponer”. En la lengua felizmente nadie –o casi nadie– le impone algo a alguien. Por lo tanto, relajémonos. Que los que no se quieran plegar, sigan hablando como siempre. Y los que quieran incorporar los cambios, también lo harán. Un paso adelante que ya se dio es que pasamos del ridículo a la risa cuando usamos lenguaje inclusivo.

–¿No estigmatiza eso a los chicos?
–Pero hay algo que puntualizar. Tanto los chicos como los grandes somos usuarios competentes de nuestra lengua. No hablamos de la misma manera en cualquier ámbito. Los chicos son perfectamente dúctiles como para hablar de esta manera con sus pares y traducirse a la lengua tradicional cuando hablan con los mayores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario