El 1 de
agosto de este año, en la revista Letras
Libres, de México, Jorge Ortega firmaba
el siguiente artículo, a propósito de la traducción del poeta José Emilio Pacheco de los Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot, que, un año antes, fue publicado en coedición por
Ediciones Era y El Colegio Nacional, de México. (Ver, a manera de complemento, el comentario a la versión anterior del mismo traductor, mencionada por Ortega, que se publicó en este blog, en la entrada del 14 de febrero de 2014)
La silenciosa proeza
En un
artículo de 1987 incluido luego en Al paso y que aborda el
discreto aporte de Enrique Munguía, el primer traductor de T. S. Eliot en
nuestra lengua, Octavio Paz juzgaba de ejemplar la versión que José Emilio
Pacheco acometía de los Cuatro cuartetos, pieza suprema del hijo
predilecto, aunque tránsfuga, de San Luis, Misuri. Pacheco había ido
compartiendo por entregas su traducción de ese poema que hasta 1989 hace
íntegramente pública, con el apoyo de El Colegio Nacional, en la serie
Cuadernos de la Gaceta auspiciada por el Fondo de Cultura Económica. La versión
que ahora recoge Ediciones Era no solo permite encontrar diferencias en el texto
de 1989, sino que confirma la aguda exigencia del traductor para obtener una
versión más consumada, y tal vez perfecta, del poema eliotiano, y ratifica el
secreto a voces según el cual Pacheco llevaba ya tres décadas y media
trabajando en la traducción y glosa de los Four quartets. Su
entrañable relación con dicho poema bien puede ser un símil del vínculo
regenerativo que Pacheco mantuvo con su propia poesía a través de la revisión y
la corrección continuas.
En
efecto, la de José Emilio Pacheco es quizá la mejor versión de los Cuatro
cuartetos del idioma español. Acompañada de las pesquisas de Lyndall
Gordon, Rajendra Verma, Helen Gardner, Hugh Kenner y Carole Seymour-Jones, la
respaldan los lustros dedicados al proyecto y la información que fue capaz de
reunir y entretejer para disponer de un amplio contexto cultural que facilitara
un ejercicio de traducción más confiado en sus medios y, por ende, más
libertario. Me refiero, entre variadas cosas, a las licencias que Pacheco
adopta para utilizar ciertos giros conversacionales que de otro modo
comportarían una sintaxis rígida y poco desahogada. Julio Trujillo ofreció
recientemente (La Razón, 7/iv/2018) una muestra con la línea “We shall not cease from exploration”,
que si Pacheco tradujo antes como “No cesaremos en la exploración”, la
trasladaría después como “No dejaremos nunca de explorar”. Asimismo, Pacheco
asume decisiones tan minuciosas como la de situar una conjunción al inicio de
un verso en cuyo original no la hay a fin de suavizar el encabalgamiento y
evitar la cacofonía. Un ejemplo: “Towards
the door we never opened / Into the rose-garden”, que se traduce como
“Hacia la puerta que no llegamos nunca a abrir / Y da al jardín de rosas”.
En este
sentido, la determinación a mi parecer más visible tomada por José Emilio
Pacheco en su versión de los Four quartets radica en las
variantes que aplica en algunos bloques de texto, ora pasando doble espacio
donde no lo posee el poema de Eliot –generando de esta suerte otro módulo–, ora
partiendo el verso en hemistiquios y aumentando por lo mismo, en numerosos
casos, la longitud de la estrofa. Así, el pentámetro yámbico de la obertura de
la sección “East Coker” transita de los trece renglones a los diecinueve en
verso libre de múltiples medidas que patentan la labor de descomposición
rítmica que desarrolló el traductor para aclimatar el texto a la dicción
castellana. Pacheco se concedió entonces ejecutar cambios de forma o de
tipografía, inclinándose desde siempre, en la traducción, como lo quería
Haroldo de Campos, por una transcreación, o sea, una pasión trenzada por el
gusto de la traslación lingüística y el impulso de la invención verbal. Para
José Emilio Pacheco la traducción representa una conquista que desemboca
necesariamente en una apropiación.
Así lo
prueba la ausencia de la inequívoca advertencia del traductor en el umbral de
estos Cuatro cuartetos. Pacheco considera un poema suyo, una
empresa de composición personal, su versión de la pieza maestra de Eliot. No
precisa justificarse porque un libro de poesía no precisa de justificaciones.
Las notas tampoco exponen los motivos sobre la elección de tal o cual
procedimiento de índole prosódica. No obstante, José Emilio reproduce fielmente
a la vez el repertorio métrico de diversos episodios de los Four
quartets, como sucede con el soneto y su correspondiente rima que destapa
el segundo fragmento tanto de “Burnt Norton” como de “East Coker” –este último
con estrambote–, los quintetos aconsonantados del cuarto pasaje del mencionado
“East Coker”, la sextina anómala que luego se desbarata del también segundo
fragmento del apartado “The Dry Salvages”, las asonantadas octavas de pie
quebrado y, acto seguido, los tercetos –a la manera de la terza rima dantesca–
en el segundo movimiento de la sección “Little Gidding”, tramo final de la obra
y que T. S. Eliot prefería a los tres que le preceden.
Sin optar
por esa traducción que aspira ingenuamente a una imposible literalidad, José
Emilio Pacheco se mantiene equidistante al imperativo ético de replicar para el
lector hispano los artificios del original y, a la par, aprovechar el margen de
reelaboración poética que consiente la disparidad entre el inglés y el español,
incorporando modificaciones que a criterio del traductor potenciarían la
asunción del poema en un idioma ajeno y una época distinta.
Por otro
lado, esta versión de los Cuatro cuartetos resulta doblemente
valiosa por su cuerpo de notas, su entrelazada cronología y su bibliografía
mínima que despliegan toda una lección de historia, espiritualidad, filosofía,
botánica, ornitología, literatura y zoología marina que salta entre la sociedad
medieval, el período isabelino y la edad moderna. Pacheco es un clásico
iberoamericano que se ocupa de un clásico angloamericano. Ambos coinciden en la
universalidad de una visión humanista del mundo atraída por verdades
imperecederas, pero arraigada en un lugar y una hora concretos: “Now and in
England”, escribe T. S. Eliot en “Little Gidding”. Esa universalidad los une y
honra mutuamente en torno a un semejante perfil poético e intelectual, estético
y moral. Los Cuatro cuartetos de Pacheco no son una edición
crítica sino una traducción anotada; sin embargo, las acotaciones que aporta el
autor de Las batallas en el desierto favorecen un discernimiento
más fructífero del poema eliotiano y constituyen un excepcional simulacro de
filología que un poeta mayor le rinde a otro poeta mayor, una tarea comparable,
en nuestro presente, a las Anotaciones de Fernando de Herrera
a la poesía de Garcilaso estampadas en el lejano año de 1580.
Poema o ensamble de poemas de los cuatro puntos
cardinales, los Cuatro cuartetos son un destino primordial en
la trayectoria literaria y vital de Eliot. El vínculo geográfico de los
cuadrantes de “Burnt Norton”, “East Coker”, “The Dry Salvages” y “Little Gidding”
sugiere la cruz identitaria de un poeta que trasciende el laberinto de la
fatalidad para remontarse a la fuente del origen, el manantial de los
ancestros, en el que anida su axis mundi y concilia los
vértices de la dispersión. Es el aspa de cuatro brazos que halló y abrazó Eliot
en su conversión de 1927 y que a partir de 1934, cuando empieza la redacción de
los Four quartets tras el impacto que le produce una visita a
Burnt Norton, lo conducirá a procurar con fervor el legado del místico Juan de
Yepes, cuya Subida del monte Carmelo –traducido magistralmente
al inglés por el hispanista Edgar Allison Peers– tendrá no solo un eco sino una
sustanciosa paráfrasis en el tercer fragmento de “East Coker”. Sin sospecharlo,
T. S. Eliot pagaba su tributo a una tradición poética –la de Berceo, Cervantes
y Quevedo– que decenios más tarde le devolvería ese gesto, ese conmovedor
homenaje, en la espléndida traducción de José Emilio Pacheco hecha para México
e Hispanoamérica.
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