miércoles, 20 de noviembre de 2019

Coima o chayote, siempre es lo mismo

Chayotes

El 31 de mayo de este año, María del Pilar Montes de Oca Sicilia publicó, en su columna del diario Excelsior, de México, la siguiente explicación a propósito de la palabra “chayote”, ampliamente utilizada en México que el DRAE apenas define como “fruto de la chayotera, de aproximadamente diez centímetros de longitud, de color verde claro, forma alargada y superficie rugosa con algunos pelos punzantes. Es comestible”, pero que significa otra cosa.

¿De dónde viene “el chayote”?

Todos los mexicanos hemos comido chayote –lit–, aunque sea en caldo de pollo o cuando estamos enfermos de la panza o a dieta. Pero parece ser que en otros países es poca conocida esta hortaliza –Sechium edule– una cucurbitácea cuyo fruto es verde claro por dentro y espinoso por fuera. Vaya metáfora de lo que un chayote puede ser en el habla popular.

Esta jugosa verdurita es muy usada en México y tiene diferentes nombres: en Michoacán se le conoce –como huarás, en Chiapas como cuesa, en Oaxaca como chayocamote, en Puebla y Veracruz se le llama chayoteste. En otras partes de México se le llama chinchayote o simplemente chayote, del náhuatl –chayotli–, que quiere decir «calabaza espinosa».

Pero lo más «bonito» de esta verdura tan sana, y tan llenadora –aunque a la mayoría de los hombres no les gusta–, es que ha pasado a denominar al emolumento que se le da como «soborno» a los periodistas para que hablen bien de tal o cual político o, también, para que NO digan lo que deberían decir.

Y la historia es la siguiente:

En enero de 1853, José Manuel Pablo Martínez del Río compró parte de las tierras y aguas de la zona conocida como  Molino del Rey a José María Rincón Gallardo y edificó en estos terrenos un rancho al que le puso «La Hormiga», debido a que era la más pequeña de sus propiedades, la cual con el paso de los años fue transformada en una casa de campo.

La Hormiga, con la creación del Paseo de la Reforma, que unía el Bosque y el Castillo de Chapultepec con el resto de la ciudad, quedó situada en un punto estratégico para el gobierno, que en esos años buscaba un inmueble cercano al Castillo con el fin de que fuera ocupado por el miembro del gabinete de más confianza.

Y fue por ello que Venustiano Carranza la expropia a los Martínez del Río. Y así el primer funcionario federal que habitaría La Hormiga sería Álvaro Obregón como secretario de Guerra y Marina y luego Plutarco Elías Calles, como secretario de Gobernación.

Pero los Martínez del Río pelearon su propiedad y después de un juicio, Álvaro Obregón autorizó la compra a la familia.

Lázaro Cárdenas, el mismo día después de su toma de posesión, declaró que no quería vivir en el Castillo de Chapultepec –que hasta entonces había sido la residencia presidencial–, pues le parecía muy ostentoso y quería que todos los mexicanos lo pudieran visitar, por lo que eligió para vivir «La Hormiga», debido a que estaba en pleno Chapultepec y a él le gustaba «estar en contacto con la naturaleza».

El nombre de «La Hormiga» le pareció poca cosa para la casa del Presidente, por lo que se lo cambió por el de «Los Pinos», en recuerdo al nombre de la huerta donde se enamoró de su esposa Amalia Solórzano, en Tacámbaro.

A partir de entonces –hasta la presidencia de Andrés Manuel López Obrador–, Los Pinos fue la residencia presidencial; a Cárdenas le siguió Ávila Camacho y luego Miguel Alemán.

Desde principios del mandato de Miguel Alemán se empezaron a recibir visitas de importantes personalidades del ámbito de la política y la cultura, así como jefes de Estado extranjeros, pero, sobre todo, periodistas corruptos que iban por su mochada.

Resulta entonces que el encargado de entregar el emolumento se ponía en un lugar en el jardín, medio escondido, con su portafolio lleno de sobrecitos o sobrezotes para entregarlo a los responsables de la prensa, el radio y otros medios, y ese lugar estaba abajo justamente de una chayotera, que daba sombra –al ser una planta trepadora– y así los iba entregando.

Fue por ello que los periodistas listillos empezaron a usar frases como «vas por tu chayote» o «voy por mi chayote» y luego por extensión, «eres un chayotero», «te conformas con tu chayote», «chayotenota», «chayotetrip», –a los viajes pagados para hablar bien del lugar–, «chayo» y todas las otras formas que oímos y vemos hoy en día, por haber sido una práctica tan común en nuestro país.

Triste pero cierto.

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