La recepción de Sartre en
España:
el caso de La nausée
Ahora que se acaba de celebrar el
centenario del nacimiento de Jean-Paul Sartre (1905-1980), una de las voces
filosófico-literarias más escuchadas en su tiempo, conviene investigar la
historia de la recepción de su obra fuera de las fronteras francesas. ¿Cuál era
la reputación del escritor en España en los años cuarenta, cincuenta, sesenta?
¿Había traducciones disponibles de su obra? ¿Era leído? ¿Se representaban sus
obras de teatro? ¿Era un autor de éxito entre el público español? En el estudio
que sigue, intentaré esbozar algunos aspectos de la recepción de Sartre
basándome en un caso concreto, el de La nausée, novela publica por
Gallimard en 1938 [1].
Teniendo en cuenta la fecha de su
publicación, no se puede hablar de las tentativas de difusión de este libro sin
esbozar la política de censura de los sucesivos gobiernos franquistas. La
primera ley de prensa que legitima la censura, data de 1938. La censura depende
primero del Ministerio del Interior (1939-1951), después de la Vicesecretaría
de Educación Popular de la Falange (1942-1945), más tarde del Ministerio de
Educación (1946-1951) y con posterioridad a 1951, del Ministerio de Información
y Turismo, el órgano central de propaganda del régimen. En 1966 se publica una
nueva ley de prensa, a primera vista más liberal que la anterior, pero que
resultó en un aumento de la autocensura de autores y editores. Presentar un
libro a la censura siempre era un salto al vacío: los criterios eran vagos y su
aplicación, totalmente arbitraria. La atención de los censores dependía del
número y del tipo de público que podía alcanzar determinando medio. Así se
vigilaba severamente la prensa diaria y se juzgaba la admisibilidad de las
películas en varias fases: había que presentar primero el guión y, al acabarse
la cinta, se comparaba el producto final con el guión, eventualmente adaptado,
antes de que la película pudiera empezar su andadura por las salas de cine. En
la censura de una película podían intervenir hasta veinte censores, en la de
una representación teatral, diez, mientras que para una novela era poco
frecuente un número de censores superior a dos. Los españoles no tenían la
reputación de ser grandes lectores, de modo que las novelas no presentaban un
gran ‘peligro’, y la poesía, menos aún [2].
Jean-Paul Sartre era la personificación de
todo lo que resultaba reprensible al régimen, lo que no impedía que su obra
fuera conocida en círculos intelectuales. Por muy artificial que sea la
distinción entre Sartre, el filósofo, Sartre, el novelista y Sartre, el autor
dramático, resulta funcional para nuestro propósito. Cuanto más alejada su obra
del gran público, mayor la tolerancia de la que gozaba. En cursos
universitarios de filosofía, se mencionaba a Sartre y a otros filósofos
‘nefandos’, aunque sólo fuera para condenarlos, siendo la corriente oficial de
las universidades españolas el neotomismo, a veces con una pizca de
fenomenología, en su vertiente católica [3]. El estudiante de
filosofía que leía lenguas extranjeras, podía encontrar los libros de filósofos
no gratos en bibliotecas especializadas y algunos cátedraticos dejaban que los
ejemplares de su propiedad circularan clandestinamente entre estudiantes
escogidos. Publicar acerca de la filosofía existencialista y sobre Sartre en el
circuito académico ya no era realmente un problema a finales de los cuarenta:
el catálogo de la Biblioteca Nacional menciona ensayos acerca del filósofo
existencialista a partir de 1949.
A finales de los años cuarenta, la vida
intelectual vuelve a ponerse en marcha tímidamente y aparecen nuevas revistas.
En el número de noviembre de 1948 de la revista estudiantil La hora,
periódico oficial de los estudiantes españoles, publicado por la Jefatura
Nacional del Sindicato Español Universitario, el profesor de filosofía Carlos Alonso
del Real escribe un artículo titulado “Nosotros, europeos” que empieza como
sigue: “Querido camarada: Una de las cosas en que nuestra época se distingue de
las anteriores es por su mayor capacidad analítica. La fenomenología y sus
consecuencias (por entre ellas, si quieres, la instrucción del buen
existencialismo, el de Heidegger, no el del imbécil de Sartre), la bomba
atómica y todo lo demás, son una prueba de ello” (Alonso del Real 1948: 1). Tal
declaración supone al menos una familiaridad con la figura de Sartre entre los
estudiantes universitarios. En el madrileño café Gambrinus comenzó en 1948 una
tertulia sobre teatro contemporáneo, en la que se leían y se discutían las
obras de teatro de Sarte y de Camus. En 1949, en el mismo café, empieza una tertulia
filosófica para discutir el ‘magnum opus’ sartriano, El ser y la nada. Entre
los participantes se encontraba una serie de jóvenes autores que, más tarde, se
hicieron famosos en la literatura y el periodismo: Luis Martín Santos, Juan
Benet, Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, José
Vidal Beneyto [4]. No parecía impresionarlos, pues, el hecho de que
en la segunda mitad de 1948, Roma había puesto la obra de Sartre en el índice
de libros prohibidos por la Iglesia.
A pesar de estos tímidos intentos, se
puede afirmar que existe un retraso importante entre la publicación de la obra
de Sartre y su recepción crítica en Europa, por un lado, y su penetración en
España, por otro. Según Carlos Díaz (1983), la recepción de la obra filosófica
de Sartre siempre llegó diez años tarde: en los años cuarenta se hacía el
silencio sobre su obra; cuando Sartre era comunista y marxista, en España se
estudiaba el Sartre existencialista; el Sartre marxista solo se convirtió en
objeto de estudio en los últimos años sesenta y en los setenta, cuando se había
producido el relevo generacional entre los profesores de universidad, pero
entonces Sartre se decantaba por el anarquismo.
Si el teatro comercial era objeto de
extrema vigilancia, el teatro de cámara, que trabajaba para un público limitado
en las ciudades más grandes, tenía más posibilidades. A partir de 1963, las
normas de la censura cinematográfica también fueron vigentes para el
teatro [5]. Su aplicación podía resultar bastante arbitraria y era
menos severa para obras extranjeras que para las españolas, sobre todo las que
enfocaban la realidad contemporánea de manera crítica. Por lo que se refiere al
teatro de Sartre, conviene distinguir entre la disponibilidad de sus textos
teatrales y su representación. Los directores y autores teatrales de vanguardia
leían la obra de Sarte en francés y tal vez también en traducciones españolas
realizadas en Argentina o en España [6]. Las autoridades de la
censura sabían que la lectura de textos destinados a la representación teatral
atraía a muy pocos. Los análisis literarios o dramatúrgicos de textos teatrales
se destinaban a un público aún más minoritario y encontraban su cauce en las
revistas y colecciones especializadas. Aún así, el estudio universitario de la obra
teatral de Sarte no siempre estaba libre de peligros. El novelista Luciano G.
Egido hizo la experiencia cuando era profesor ayudante de la facultad de letras
de la Universidad de Salamanca. Declara el autor en una entrevista:
En aquella época, los primeros años
cincuenta, la Facultad de Letras era muy pequeña y todos hacíamos de todo, y a
mí, que era profesor adjunto, un año me tocó explicar estilística francesa.
Pedí a los alumnos un trabajo sobre Las manos sucias, de
Sartre, porque quería que analizaran el contraste entre el lenguaje del líder
obrero de la obra y el de su asesino, un joven burgués que se hace secretario
suyo para matarlo por orden del Comité Central. Unas alumnas fueron al obispado
a pedir permiso para leer el libro, que estaba prohibido. El obispo montó en
cólera, llamó al rector Tovar, y Tovar, que ejercía de comisario político,
aunque en aquellos años pasara por disidente, me pegó un rapapolvo de Dios es
Cristo. ¿Qué es eso de tener conciencia democrática a los 60 años y llevar toda
la vida viviendo dentro del franquismo? En fin, que me hicieron la vida
imposible y me fui. (Mora: 2003)
Si dar clase sobre Sartre no era exento de
riesgos, representar a autores ‘peligrosos’ como Bertold Brecht o Sartre
resultaba poco menos que imposible. En un artículo en que repasa el año teatral
1962, Ricardo Doménech dice que “ (...) el teatro de Sartre y el de Brecht –y
la mayor parte del teatro de Valle– continuó siendo «irrepresentable» por esas
causas que son conocidas por todos” (Domenech 1981: 45). Representar a Brecht
seguía siendo problemático hasta los primeros años sesenta. En su novela La
cola del dragón que trata de los últimos años del franquismo, Juan
Luis Cebrián describe cómo el admiral Carrero Blanco asiste a una
representación de El círculo de tiza caucasiano de Brecht para
prohibirla a continuación (Cebrián 2001: 366-371).
El autor español que más a menudo se ha
relacionado con Sartre es Alfonso Sastre, autor dramático y ensayista, que
impulsó la discusión sobre la modernidad teatral en España. En su Anatomía
del realismo analiza de modo explícito la importancia del teatro de
Sartre (Sastre 1965: 184-185 y 188-189) y proclama a Brecht, Sartre, Miller y
Beckett como puntos de partida del teatro del porvenir (215). Las tribulaciones
sufridas por Sastre a causa de la censura son múltiples y variadas y tienen que
ver tanto con las prohibiciones de sus propias creaciones [7] como
con las de obras ajenas que quería montar. En 1974, la revista teatral Primer
Acto organizó una encuesta entre autores teatrales acerca de sus
experiencias con la censura. He aquí las preguntas: “1. Obras que le haya
prohibido la Censura y fecha de su prohibición. 2.¿Cuál cree que fue la causa
en cada una de ellas? 3.¿Qué grado de modificación sufrieron sus obras
representadas previo paso por la Censura? 4. ¿Qué opina sobre la Censura
teatral española?” (García Lorenzo 1981: 262-263). A la primera pregunta,
Sastre contesta con una lista impresionante de obras propias, manifiestos y la
representación de Morts sans sépulture, en su traducción, prohibida
en 1968 (264). En 1966, Roma había suprimido el índice de libros prohibidos,
pero esta medida no parece haber tenido repercusiones inmediatas en la política
cultural española.
A partir de los primeros años sesenta, el
régimen aún conseguía mantener el control sobre la producción cultural
interior, pero ya no era capaz de impedir la entrada de bienes culturales del
extranjero. Miles de españoles habían emigrado hacia países europeos más ricos
y al volver a su país para pasar las vacaciones, traían nuevas ideas en su
equipaje mental. En Francia se había establecido una colonia importante de
refugiados políticos, con revistas propias y una editorial, “El ruedo ibérico”,
cuyas publicaciones llegaban a España. Poco a poco los jóvenes españoles podían
permitirse viajar y comprar en el extranjero los libros que no encontraban en
casa [8].
Esta evolución se puede detectar también
en la suerte de La nausée en España. En 1947, la novela fue
traducida por Aurora Bernárdez –sobre cuya obra volveremos a continuación– y
publicada por la editorial Losada de Buenos Aires. El uno de mayo de 1948, el
importador Joaquín de Oreyza pide autorización para importar cien ejemplares
de La náusea. La respuesta no se hace esperar: el 17 de mayo,
las autoridades de la censura deciden denegar la petición [9]. Para
su tiempo, La náusea no era un libro barato: el precio de
venta propuesto por el importador era de 24 pesetas. No cabe duda que los
aspectos materiales como el precio del libro y la colección para la que era
pensado desempeñaban un papel a la hora de permitir o no la importación o la
impresión de un libro; así resultaba más fácil publicar la obra completa de un
autor ‘sospechoso’ en una edición cara que un solo libro en una colección de
bolsillo, ya que la distribución de los libros caros era mucho más limitada: en
el caso de Sartre, la editorial Aguilar publicó unas Obras completas en
1970.
La novela vuelve a aparecer en los
archivos de la censura cuando, el 25 de junio de 1964, el editor Antonio Patón
pide permiso para publicar una traducción al catalán con una tirada de 3.000
ejemplares. Mientras tanto se habían modificado los impresos de la censura. El
editor tenía que mencionar explícitamente si el libro era destinado a los niños
o a las mujeres -eternas menores-, ya que, aparentemente, para ellos regían
otras normas. Resulta del documento que la organización burocrática de la
censura era bastante eficaz: en la casilla “antecedentes” se refiere a la
decisión de 1948 que suspendía la importación [10] . El 1 de
julio, el libro es adjudicado a un lector. El departamento de censura disponía
de una serie de lectores identificados con un número para guardar el anonimato.
La cara interior izquierda del formulario se reserva para el informe del
lector, que debe responder a una serie de preguntas fijas:
¿Ataca al Dogma? Páginas
¿A la moral?
Páginas
¿A la Iglesia o a
sus Ministros? Páginas
¿Al Régimen y a
sus instituciones? Páginas
¿A las personas
que colaboran o han colaborado con el Régimen? Páginas
Los pasajes
censurables ¿califican el total de la obra?
A continuación hay un espacio destinado al
comentario. En el caso de La nausée no se han rellenado
números de páginas al lado de las preguntas y el lector se limita a un breve
informe que reproducimos a continuación:
La conocida novela de Sartre. Una de las
primeras obras en que se presentaba la experiencia del desarraigo
existencialista con una lucidez extrema. Ciertos pasajes adolecen de la crudeza
de lenguaje y de contenido propias de la literatura del autor (así las páginas,
17, 29, 87, 162, 164, 229-231). Pero creo que a estas alturas, cuando la obra
ya es conocida por multitud de exposiciones que hablan de su argumento y
problemas, y teniendo además en cuenta que se trata de un relato denso de
contenido, de forma que difícilmente puede hacer mella en el gran público, aun
reconociendo las dificultades que su aprobación ofrece por las reservas con que
ha de autorizarse su lectura, creo que
PUEDE AUTORIZARSE
Madrid, 20 de
julio de 1964
El lector [FIRMA]
P. Álvarez Turienzo
Según este lector
que da muestras de buen sentido, ya no cabe prohibir la novela, puesto que la
información sobre su contenido se halla ampliamente disponible. Además, el
libro es tan difícil que no gustará al gran público, de modo que se puede
autorizar, a pesar de las necesarias reservas. El lector, que pone una firma
perfectamente legible, es el Padre Saturnino Álvarez Turienzo, miembro eminente
de la orden de los agustinos. En 1964 era prior del monasterio de El Escorial,
en 1966 fue nombrado catedrático de ética de la Universidad Pontificia de
Salamanca. Muchos de los intelectuales a los que apelaba la censura para juzgar
de las publicaciones, eran de este alto nivel.
El formulario
permite el seguimiento ulterior del caso: el 27 de julio viene la autorización oficial.
El informe contiene la copia de una carta enviada por el Director General de
Información al editor:
Con esta fecha se pone a su
disposición la tarjeta por la que se permite la edición de la obra LA NAUSEA de
Jean-Paul Sartre que, - como Vs. seguramente sabrá esta incluída en el Índice
de libros prohibidos por la Iglesia.
La autorización para la inscripción de la
citada en el Registro de ediciones no supone un acto positivo del Estado en
materia que está reservada a la conciencia del editor. Esta Sección se limita a
permitir la circulación del libro, dejando al editor las responsabilidades que
le atañen”.
Dios guarda a Vd. muchos años
Madrid, 28 de julio de 1.964
Esta carta, con su poca hábil tentativa de
separar autorización formal y amenaza ética, puede leerse como un síntoma de
cierta inquietud en las altas esferas, por autorizar un libro que figuraba en
el índice. Inquietud que parece confirmada por la presencia, en hoja aparte, de
un segundo informe de lectura, del lector 27, con firme ilegible e imposible de
identificar, con fecha de 22 de septiembre de 1964. El punto de partida de este
segundo texto es, precisamente, la prohibición del libro por la Iglesia:
Haremos constar previamente que
la obra, como todas las del autor, se encuentra en el Índice. Un libro difícil
de leer, difícil de entender. El autor dice al final que ha querido escribir un
libro distinto, que se adivine lo que es leyéndolo. Quiere que sea un libro que
cause vergüenza a las gentes de su existencia propia. En forma de novela - se
finge un diario en el que día a día se van relatando las cosas más dispares y
raras - lo que hace el autor es filosofía existencialista. La Náusea viene a
ser un concepto filosófico. No es una enfermedad, dice él, soy yo. Todo es
contingente, gratuito y el descubrirlo produce la náusea de vivir.
Por su carácter
obscuro, filosófico, no llegará al gran público. Hay un pasaje de mofa de
costumbres piadosas de España en la p. 54 que debe suprimirse.
La condenación de
la Iglesia es del año 1948, quizá entonces la filosofía existencialista se
consideró más peligrosa.
Con estas salvedades
me parece AUTORIZABLE.
Madrid, 22 de 9 de
1964
El Lector
La frase “Por su
carácter obscuro, filosófico, no llegará al gran público” está subrayada a
lápiz rojo. El pasaje censurable es la conversación que tienen el Autodidacta y
Antoine Roquentin sobre los viajes de éste; el Autodidacta ha oído hablar de
ciertas tradiciones relacionadas con el culto de la Virgen del Pilar en
Zaragoza y quiere saber si son ciertas (Sartre 2004: 58). Los documentos
presentes en el informe no permiten saber si los lectores partían del original
francés o del manuscrito de la traducción catalana. Si la segunda hipótesis
fuera cierta, entonces el manuscrito debería encontrarse clasificado con los
impresos, pero no es así. En sí, esto no prueba nada ya que no todos los
legajos llegaron completos al archivo. Aunque los informes de los lectores no
dicen nada al respecto, podría ser que hubiera menos severidad para una
traducción al catalán, siendo éste un idioma minoritario en el contexto
peninsular.
El traductor al catalán es Ramon
Xuriguera, que ya había traducido Les enfants terribles de
Cocteau en 1934 (segunda edición en 1964) y Madame Bovary de
Flaubert en 1966. La náusea catalana aún tardaría en ver la
luz hasta 1966. Al año después del primer intercambio de documentos entre el
editor y las autoridades de la censura, el traductor escribió un prólogo para
situar la obra que también tenía que ser aprobado por la censura; el 5 de abril
de 1965, el prólogo fue autorizado por F. Aguirre. El 6 de mayo de 1966, los trámites
se cerraron mediante la entrega del número de ejemplares previstos por la ley.
El legajo contiene una copia del libro impreso. Se conserva la cinta
publicitaria que debe atraer la atención del comprador con el eslogan “La
novel.la fonamental de SARTRE editada per primer cap a la Península” (‘La
novela fundamental de Sartre editada por vez primera en la Península’). La
traducción conoció una reedición en 1976 [11]. Mientras tanto había
entrado en vigor la ley de prensa de 1966 que permitía a los editores consultar
‘voluntariamente’ a las autoridades de la censura, pero después de la muerte de
Franco esto ya no se hacía.
La transformación del régimen de Franco en
una democracia se hizo poco a poco. En 1977 se suprimió la censura, junto con
el Ministerio de Información y Turismo (Espinet Burunat 2005: 42), pero el
depósito legal permaneció en el mismo departamento, llamado ahora Dirección
General de Promoción del Libro y de la Cinematografía. Así se explica la
presencia en el archivo de la censura de un informe de 1981, en el que Alianza
Editorial hace entrega de unos ejemplares de La náusea de
Sartre, esta vez en traducción española, en la colección “El libro de
bolsillo”. La tirada era de 15.000 ejemplares y el precio de ventas era de 240
pesetas [12]. La segunda edición, con una tirada de 12.000
ejemplares, salió en 1982 [13]. La edición actualmente en venta en
España es la de Losada, 2003, en la traducción de Aurora Bernárdez.
Aurora Bernárdez nació en 1920. En 1945
conoció a Julio Cortázar, que se marchó a París en 1951 para alejarse del
régimen de Perón. En 1953 Aurora se vino a París y se casaron. Después de
presentar un examen de traductor para la UNESCO, ambos empezaron a trabajar
para esta institución. Ya en los años cuarenta, Aurora Bernárdez había iniciado
una carrera impresionante de traductora literaria en Buenos Aires, donde se
editaban muchísimas más obras literarias internacionales que en Madrid y el
mercado para la traducción era de mayor importancia. Además de La
nausée, de Sartre tradujo Les mains sales, Les mouches, Morts
sans sépulture, La putain respectueuse, Huis clos, Les séquestrés d’Altona,
Qu’est-ce que la littérature. Además, vertió al español obras de Paul Valéry, Lanza del Vasto y
Simone de Beauvoir. No sólo traducía a partir del francés sino también del
inglés (Lawrence Durell) y del italiano (Italo Calvino). Es editora de la
correspondencia de Cortázar y de Animalia, una antología de textos
de Cortázar sobre fauna, publicada en 2005.
El análisis de su traducción de La
nausée exigiría un estudio aparte. Aún así, conviene recordar el
número impresionante de reediciones que conoció: la edición publicada en Buenos
Aires en 2002 es la vigésima séptima, de modo que podemos hablar de un ‘clásico
moderno’. Cabe preguntarse si no convendría una nueva traducción para el
público español de hoy, ya que la de Aurora Bernárdez se hizo hace más de
cincuenta años en un contexto lingüístico argentino muy diferente del actual,
lo que puede dificultar la legibilidad para el lector joven actual. Una nueva
traducción de La nausée, ¿no sería un hermoso regalo de
aniversario para Jean-Paul Sartre [14]?
Bibliografía
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del realismo. Barcelona: Seix Barral.
Notas
[1]
Para un análisis de la novela como testimonio existencialista de esta novela,
véase Pais 2005.
[2]
Para datos sobre la censura, véase el tercer capítulo (“La censura española.
Fundamentos y consecuencias. Requisitos previos para comprender una época”) de
Neuschäfer 1994: 47-55. Ver igualmente Abellán 1987. Según una encuesta de la
Federación de Gremios de Editores de España, respecto al año 2004, un 48% de
los encuestados asegura no comprar ningún libro al año, en un momento de la
historia en que hay más lectores que nunca. Ver
[3]
Gustavo Bueno recuerda que “los textos, o los cursos escolásticos, eran muchas
veces los únicos cauces por donde aparecían en el tiempo de silencio los
nombres y las doctrinas de Voltaire, de Kant, de Hegel o de Marx, aunque fuera
para ser refutados” (Bueno 1996: 61).
[4]
Es probable que se discutía el texto francés. No tengo datos sobre ninguna
traducción previa a la de Juan Valmar, publicada en 1966 (ver Sartre 1966).
[5]
Véase la Orden de 9 de febrero de 1963 (M.I.T.), por la que se aprueban las
Normas de Censura Cinematográfica. (B.O.E. 8-III-63). Para la lista completa de
todo lo que resultaba prohibido en películas y obras de teatro, cf. García
Lorenzo (1981: 231-236).
[6]
Así, por ejemplo, en julio de 1948, el editor José Janés recibe el permiso de
editar Muertos sin sepultura (Morts sans sépulture). El informe del
archivo de la censura 3733-48, conservado en el Archivo Histórico Nacional de
Alcalá de Henares, no menciona datos acerca de la traducción.
[7]
Un ejemplo. En Prólogo patético (1949) plantea la pregunta de
saber si se justifican los ataques terrorristas que ponen en peligro la vida de
inocentes a fin de conseguir un objetivo superior. La obra se prohibió. En el
mismo año, en París se estrenó Les justes de Albert Camus,
sobre el mismo tema. Véase Ruiz Ramón (1989: 396).
[8]
El presidente del gobierno, José-Luis Rodríguez Zapatero, mencionó este hecho
en su discurso ante la Asamblea Nacional francesa el uno de marzo de 2005:
“Desde los primeros ejemplares de la Enciclopedia que llegaron a España en el
siglo XVIII, hasta los libros prohibidos que los españoles que se oponían a la
dictadura venían a comprar a París durante los años 60 y primeros 70 del siglo
pasado, con gran frecuencia las ideas y los anhelos de libertad han llegado a
España del otro lado de los Pirineos y con gran frecuencia, por desgracia, los
espíritus más libres de entre los españoles han tenido que atravesar los
Pirineos para huir de la intolerancia” (Zapatero 2005).
[9]
Véase el informe 1925-48, archivo de la censura, AHN, Alcalá de Henares.
[10]
Informe 3882-64, petición del 16 de junio de 1964: “ANTECEDENTES: 1925-48 //
Susp. Imp.”.
[11]
Véase el informe 13443-76, archivo de la censura, AHN.
[12]
Informe 11274-81, archivo de la censura, AHN.
[13]
Informe 6935-82, archivo de la censura, AHN.
[14]
Una primera versión de este texto fue presentado en neerlandés en el coloquio
dedicado a “Sartres verjaardagen - Les anniversaires de Sartre” celebrado en
Amberes los 23 y 24 de marzo de 2005. Fue publicado con el título “De receptie
van Sartre in Spanje: La nausée” in Bernard Van Huffel en Winibert
Segers (eds.), Sartres verjaardagen. Giften en gaven.
Leuven/Voorburg: Acco, 2005, pp. 251-261.
Su recomendación final se basa en que acaso la traducción de Bernárdez haya perdido actualidad, pero sigue considerando que el "publico español" es uno solo y que, en todo caso, el contexto local afecta la traducción para ese ideal público español universal.
ResponderEliminarYo creo que toda traducción merece ser revisada, más cuando pasó tanto tiempo desde su publicación. Creo que no estaría mal que hubiera una nueva traducción argentina para todo ese "público español de hoy". Hacerla sería una perfecta simetría.
ResponderEliminarNo digo que no haya que hacer otra, Fondebrider, sólo señalo que para el autor el público español sigue siendo uno solo
Eliminar"La autora", tal vez por ser belga, no tiene los mismos prejuicios que los hablantes nativos.(Quizá tenga otros)
EliminarInteresante informe.
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