¿Quiénes son los sensitivity
readers,
guardianes de lo políticamente correcto en literatura?
El empleo de sensitivity reader apareció hace unos años y cobra cada vez más fuerza en
Estados Unidos. ¿En qué consiste? Leer los manuscritos y averiguar si los
libros contienen alguna frase que pueda ser considerada racista, homofóbica,
misógina…, es decir ofensiva de una manera u otra para un sector de la
población.
En
español, se podría traducir por “lectores de sensibilidad”. Los sensitivity readers, empleados por
editoriales o autores, se han multiplicado en los últimos años en Estados
Unidos. Su función es revisar textos buscando carencias de corrección política
o una falta de verosimilitud ligada a la identidad del autor, como cuando un
novelista escribe sobre un sector de la población al que no pertenece
(entiéndase en términos de minoría étnica, géneros, etc.).
Sería
pues algo equivalente al trabajo de los tradicionales fact
checkers históricos o técnicos (para ficciones de ambientación
histórica o científica, por ejemplo), su papel siendo indicarle al escritor los
puntos flacos por los que se le han podido colar clichés, expresiones dañinas o
equivocadas.
¿Una nueva forma
de censura?
Estos consejeros hacen temer a
muchos una asepsia de la literatura y algunos hasta denuncian una nueva forma
de censura, según el periódico satírico francés Charlie
Hebdo.
El
fenómeno existe desde hace varios años en Estados Unidos: en 2016 fue creado un
fichero con unos 250 revisores clasificados según su especialidad, como “mujer
queer”, “mestizo bisexual”, “judío ortodoxo”… La escritora Justina Ireland los había
juntado con el objetivo de permitir a los autores “acercarse a la verdad
compleja de lo que significa ser una persona marginada”. Luego, ella misma la
suprimió alegando que los novelistas usaban a los sensitivity readers de
escudos cuando, a pesar de su trabajo, surgían polémicas en las redes sociales.
Hoy en
día, se sigue más que nunca recurriendo a ellos. Susan Furlong, que escribe novelas policiacas, trabajó con una
revisora que le sugirió no usar las palabras “crippled” (lisiado) y “deformity”
(deformidad) hablando de un perro de tres patas, porque estas palabras “podían
ser insultantes para las personas discapacitadas”. Según Furlong, escribe Charlie Hebdo, los sensitivity readers son “un súper-recurso para los autores que
escriben fuera de su cultura y su experiencia”.
Laurent Dubreuil,
profesor universitario en Estados Unidos y autor de La Dictature des identités (La dictadura de las identidades),
explica que el verdadero problema detrás de los sensitivity readers son las personas que se organizan en las redes
sociales para criticar un libro, aunque muchas veces no lo han leído: “La
mayoría del tiempo, el autor decide ‘por sí mismo’ sacar su libro de la venta y
pide disculpas públicas. No estamos lejos de lo que ocurría durante la
Revolución Cultural en China. La retórica es exactamente la misma, en términos
de contrición. El objetivo es la autocensura integrada”, denuncia Dubreuil.
“Cultura de la precaución”
“No hace mucho,
en Estados Unidos, era la extrema derecha la que se ofendía con las obras de
arte (…). Hoy en día, es más bien en la izquierda que se encuentran los
escandalizados y los adeptos de la censura, y entre ellos, lamentablemente,
escritores, editores, pintores o curadores”, comenta asimismo el novelista
estadounidense Alexander Maksik.
Para él, estas nuevas reglas de la identidad responden a “una construcción
nebulosa y fantasiosa”, y los que les obedecen son “una minoría que ejerce un
poder desmesurado” e instaura una “cultura de la precaución”.
Estos
justicieros de la literatura defienden la idea de que uno sólo puede escribir
sobre lo que conoce. En mayo de 2018, el sensitivity
reader Kosoko Jackson –que
después sería víctima de este sistema– tuiteaba: “Las historias sobre el
movimiento de los derechos cívicos deberían ser escritas por negros, las
historias sobre el derecho de voto deberían ser escritas por mujeres, las
historias sobre la epidemia de sida deberían ser escritas por gays, ¿es tan
difícil de entender?”.
El hashtag #OwnVoices (“Voces
propias”) se usa para poner de relieve los libros escritos por una persona que
pertenece a una identitidad “marginada”.
El
escritor irlandés John Boyne,
a pesar de haber recurrido a un sensitivity
reader para su libro My Brother’s Name is Jessica (El nombre de mi hermano es Jessica), fue
atacado en las redes sociales por haber declarado que no aceptaba el término “cis” (el término cisgénero se refiere a
las personas cuya identidad de género coincide con su fenotipo sexual). Se dice
preocupado por la libertad de expresión: “Un autor más joven podría vivir con
el miedo de una polémica y, para evitarla, producir una obra sin imaginación ni
audacia. Un escritor debe escribir lo que quiere escribir”.
La
literatura juvenil es particularmente afectada por el asunto. Y según escribió
la novelista estadounidense Marjorie Ingall en un artículo de la
revista Tablet, “intentar que los
libros para niños sean más auténticos y menos estereotipados no es censurar”.
En Francia, algunos autores de literatura juvenil ya empiezan a sentir la
presión del políticamente correcto.
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