¿El Raúl por anotnomasia? |
Sobre nombres y nombres
En el diálogo Cratilo, de Platón, el personaje que da
título a la obra sostiene que la palabra encierra la esencia de las cosas, una
idea definitivamente presocrática y no científica que, sin embargo, se ha
conservado a lo largo del tiempo. Borges, en el poema “El Golem”, lo muestra de
manera magistral: “Si (como afirma el griego en el Cratilo)/ el nombre
es arquetipo de la cosa,/ en las letras de rosa está la rosa/ y todo
el Nilo en la palabra Nilo”.
Los nombres propios de las
personas sirven para denominar a cada individuo. Para nombrarlo. Y también para
informarlo, en el sentido de (simbólicamente) darle forma. No en vano el
Evangelio cuenta que Simón –por caso– recibió de Jesús el nombre de Pedro, pues
sería la piedra basal de la Iglesia cristiana. Y se sabe de ámbitos (desde la
masonería o las agencias de detectives hasta las agrupaciones clandestinas) en
los cuales los miembros deben usar nombres ficticios, un modo de adquirir otra
personalidad y también de evitar la identificación.
Es claro que los nombres
respetan modas y tendencias. De allí que por el nombre pueda inferirse más de
un dato personal de quien lo lleva. El género, en principio (aunque Tomiko,
así, con “o” final, es un nombre de mujer en japonés). La nacionalidad o, como
mínimo, su lengua materna (Giovanni es, muy probablemente, un italiano). Y,
muchas veces, la edad, incluso por los eventos culturales de la época (cuenta
la leyenda que La edad del amor, película de 1953 protagonizada por Lolita
Torres, fue un éxito sin precedentes en Rusia y la causa de que muchas bebés
soviéticas de esa década se llamaran “Lolita”).
Y es claro que, en nuestra
cultura, algunos nombres aluden al santoral y, hasta no hace mucho, se solían
escoger por la fecha de nacimiento. Eduardo para quien nació el 13 de octubre,
Agueda para quien nació el 5 de febrero.
¡Quién no ha repasado listas
de nombres cuando esperaba un hijo! Aun sabiendo que luego usarán apodos más o
menos simpáticos y serán llamados Lula, o Tato, o Pipu, o Chachi, como se hacen
escribir los adolescentes en sus buzos de egresados de quinto año.
Como fuere, es interesante el
hecho de que los nombres, por algún motivo (a veces misterioso), pueden llegar
a cargarse con cierto peso subjetivo positivo o negativo. Un peso que la propia
sociedad empieza a reconocerle. El disparador de la pieza teatral Le prénom de Matthieu Delaporte y
Alexandre de La Patellière, por ejemplo, es que un personaje le quiere poner a
su hijo el nombre Adolfo, sin reparar en que, para un francés, el nombre
siempre evoca a Hitler.
Desde hace un tiempo –nobleza
obliga, la idea de esta columna se gestó gracias a los comentarios de María
O’Donnell y su equipo en el programa de radio De acá en más por la Metro–
vienen eligiéndose nombres específicos para referirse a un tipo de persona.
Sobre todo en las redes. Como si el nombre mencionara directamente el
estereotipo.
Por una parte, están los
sobrenombres que representan a adolescentes “chetos”, un estereotipo que alude
no solo a una situación económica acomodada, sino también a una superficialidad
que merece rechazo: Milipili (“Mi lado milipili necesita los brillos”, dice un
tuit del miércoles) y Tincho (“qué bajón ser un tincho y llamarte tincho”, dice
otro tuit, esta vez del lunes).
Por la otra, los nombres de
varón o de mujer que se usan para encarnar a sujetos ordinarios que se muestran
inteligentes y no lo son. Sujetos que representan el supuesto discurso del
vulgo: crédulos e ignorantes. Si en el pasado fueron doña Rosa y Carlitos, hoy
son Mabel y Raúl, dos personas que explican sin saber.
Lo triste del caso es que
muchas Mabeles y muchos Raúles –como antes muchas Rosas y muchos Carlos– se
sentirán hoy agredidos y hasta agraviados por el empleo despectivo de sus
nombres. Y con razón.
Conviene repensarlo, de todos
modos. En plataformas caracterizadas por el sarcasmo y la existencia de los
haters (los odiadores), hay que entender que Mabel y Raúl son apenas personajes
de un diálogo figurado. Y que si sus nombres encerraran acaso alguna esencia,
se trataría solo de la de ellos, los dos personajes. Puntuales. Y listo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario