martes, 11 de febrero de 2020

Traductoras estadounidenses de literatura chilena

El pasado 6 de enero, el narrador y periodista chileno Antonio Díaz Oliva publicó el siguiente artículo en el diario La Tercera, de Santiago de Chile, donde se pasa revista a las traducciones y traductoras de literatura chilena. Según la bajada de la nota, "De Los detectives salvajes a Space invades, las letras locales han encontrado quienes las conecten con el mundo anglo: un grupo variopinto de mujeres desarrolla hoy este trabajo.

Megan McDowell


Era 2009 y Megan McDowell cursaba una maestría en traducción en EEUU. Aprovechando las vacaciones de verano, viajó a Chile para hablar con editores, libreros y lectores. Buscaba un autor para traducir, y un nombre se repitió más que los otros: Alejandro Zambra. De vuelta en EE.UU, se decidió por La vida privada de los árboles. El resto fue una serie de coincidencias: presentaría parte de la traducción en una conferencia con cuatro personas en el público. Entre ellas, eso sí, estaba el editor Chad Post, de Open Letter, quien terminó publicando el libro.

“Y he sido la traductora de Alejandro desde entonces”, dice McDowell, quien actualmente vive en Santiago y ha trabajado también obras de Lina Meruane, Álvaro Bisama, Arturo Fontaine, Alejandro Jodorowsky, Paulina Flores y Alejandra Costamagna.

Jessica Sequeira
Megan McDowell no es la única traductora anglo de la literatura local. A ella se suman Jessica Sequeira, Sophie Hughes y Natasha Wimmer. Esta última, de hecho, la precede: en 2007 se publicó su traducción de Los detectives salvajes, que fue un éxito en varias latitudes. Le seguirían 2666 y otros títulos bolañianos. “Me parece que la literatura chilena tiene en este momento mucha vitalidad”, dice desde Nueva York Wimmer, quien recientemente tradujo a Nona Fernández [Space Invaders, 2019]. “Y la manera en que los escritores jóvenes se enfrentan a la historia del país tiene relevancia para los lectores norteamericanos, que atravesamos un momento político lleno de peligros”.

Sophie Hughes
Sophie Hughes, por su parte, vive en Inglaterra y solo ha trabajado con Alia Trabucco. Aunque eso le bastó para poner a la autora chilena en el mapa anglo: su traducción de La resta fue finalista en el Man Booker International. Y ahora traduce Las homicidas.

“No he vivido en Chile, ni siquiera he visitado Chile, y he leído con suerte una docena de autores chilenos”, dice Hughes. “En el mundo anglo hay algunos nombres por encima de los demás: Roberto Bolaño, Alejandro Zambra y Lina Meruane. Supongo que Pablo Neruda e Isabel Allende siguen siendo probablemente los dos chilenos más leídos en el Reino Unido y EEUU, para sorpresa de nadie, aunque tal vez para la frustración de otros”.

Jessica Sequeira, en tanto, ha traducido a autores muertos. Obra suya es una de las pocas traducciones de Adolfo Couve al inglés, así como un libro de poemas de Teresa Wilms Montt. “Me atraen las obras que difuminan la distinción entre poesía y prosa”, dice Sequeira, que tiene residencia en Santiago.

Traducción y política
“Debemos evitar publicar solo ‘literatura política’, para que la world literature -un término terrible- deje de ser un eufemismo de ‘literaturas tercermundistas’”, dice Hughes. “En un mundo ideal, el término world literature no existiría.”

La traductora de Trabucco se refiere a la “literatura mundial”, etiqueta con la que a veces se cataloga a las obras traducidas desde otros idiomas al inglés. Hughes no es la única que ha meditado sobre la relación entre la literatura traducida y la política. O, en el caso local, entre la dictadura de Augusto Pinochet y la cantidad de libros chilenos sobre el tema que se publican en inglés. De hecho, a la hora de escribir este artículo se revisaron los autores traducidos en los últimos cinco años, y casi todos son libros sobre Pinochet. O sobre los niños crecidos bajo la dictadura, como Alejandro Zambra y Nona Fernández; o post-dictadura, como Paulina Flores, Diego Zúñiga y Alia Trabucco, quienes continúan la estética y temática de los primeros.

No es un problema únicamente chileno. En palabras de Fredric Jameson, las historias individuales y privadas del “tercer mundo” son siempre leídas desde EEUU y Europa como “una alegoría de la nación”.

“La triste verdad es que en EEUU la gente sabe muy poco de Chile, y lo que sí saben es que sufrió una dictadura militar bajo Pinochet”, asegura McDowell. “Por lo tanto, los libros que tratan de la dictadura, o incluso simplemente la mencionan, son más fáciles de ubicar en un contexto, para interpretar y conectarse”.

Natasha Wimmer
“No se puede separar el valor político e histórico del valor literario”, comenta por su lado Natasha Wimmer. “Además, en este momento, cuando el autoritarismo levanta cabeza en EEUU, los lectores norteamericanos buscamos modelos para enfrentar y entender este fenómeno”.

Desde Inglaterra, Hughes dice que parece haber un mercado más grande para las novelas chilenas sobre la dictadura, así como para las novelas mexicanas sobre el narco, pero de igual forma para la literatura española que cuenta la Guerra Civil y para los países escandinavos que producen novelas policiales. “Sin embargo, los editores independientes, en mi experiencia, tienen sus ojos puestos principalmente en la calidad”, dice. Y Sequeira lo pone de esta manera: “En general, más personas leen libros sobre primeros ministros que sobre poetas, y eso no es necesariamente algo malo. Los libros más vendidos en inglés son a menudo, también, libros ‘políticos’, por lo que no veo esto como un problema geográfico”.

“Es parte del contexto chileno, y creo que es difícil de ignorar”, agrega McDowell. “Supongo que tendríamos que preguntarnos cuánto tiempo debe pasar antes de que leamos una novela cien por ciento libre de la dictadura”.

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