En
Francia, a los escritores latinoamericanos
los mandan
al “dofón”
Creo que es la primera vez que salgo llorando de
una librería parisina, los sucesos sentimentales del pasado no ocurrieron nunca
en Francia sino en escenario porteño. Una vez me compré Así hablaba
Zaratustra en una librería de San Telmo cerca de donde daba clases de
cine y me lo fui a leer al bar de tango Seddon, en el Bajo, pero no sé si fue
por Nietzsche que lloré o por el tango.
Aquella noche ni imaginaba vivir algún día en el
extranjero ni ser yo misma, ciudadana, escritora, lo que sea, pero con acento.
Ni tampoco sospechaba los efectos imprevisibles de una nueva lengua, nunca se
sabe qué deparará la lengua inmigrante en la de origen, y viceversa, y qué
provocarán ambas al escribir.
El 2 de enero pasado empezó oficialmente una de las
dos Rentrées littéraire del año, el
momento en que se lanzan las novedades. Es un momento clave donde una avalancha
de libros de todos los géneros salen y las editoriales chicas y grandes
apuestan a ese fenómeno contradictorio: vender mucho con 481 libros (otros años fueron más de
600) queriendo críticas y espacio al mismo tiempo. Mi novela Matate,
amor/ Crève, mon amour, que ya lleva siete años haciendo su camino, salió
con la gran editorial comercial Seuil. Entré ansiosa a la librería en Tolbiac, (en el barrio 13 o
barrio chino aunque lo comparten con comunidades de Magreb) y no la vi en la
mesa de novedades, por ahí fue un acto fallido pero me olvidé que yo no estaría con los demás
autores de Seuil.
Le pregunté a la librera por mi libro. Rápido
porque Elliot desde su cochecito ya había vaciado media mesa y atacaba ahora
los estantes, ya estaban en el piso Echenoz, Pierre Lemaître, Daniel Pennac y
Vanessa Springora (el único libro del que se habla por Cadena Nacional es el
relato de la relación de la autora cuando tenía 15 con el escritor Gabriel
Matzneff, en ese entonces de 50, se discute de nuevo la moral y la pedofilia
versus libertinaje), París no es exactamente una ciudad para los niños, los
perros son más aceptados en librerías y restaurantes así que me apuré.
“No lo
tengo”, me
dijo. ¿No? Insistí, y tuvo que volver a buscar y sorprenderse de que sí
existiera, ahí me señaló, había un solo ejemplar al fondo, al dofón, al lado de un oso de peluche
gigante (todo mi desprecio a los osos de peluche gigantes en librerías). Es
cierto que el ordenamiento de una librería supone la edificación, la puesta en acto de una mirada política en
relación a la lectura, una posición frente al arte en general y frente a los
escritores locales en particular (los de Capital y los de provincia, en
equivalencia a la France profonde que es todo lo que no son
grandes ciudades).
Cada vez que busqué un libro escrito por un autor latinoamericano en
cadenas o librerías independientes tuve que escrutar estanterías muy arriba o
muy abajo o muy al costado o en otro piso, siempre todos amontonados y fuera
del espacio central de circulación. Por supuesto que las librerías dependen del
espacio, el gran tormento, mi reino por un poco de espacio, pero no se puede
reducir a eso tampoco.
Quizás porque fui educada como lectora en la lógica
de Buenos Aires, de otras ciudades de Latinoamérica y de España donde siempre
está por delante, por encima, valorado el autor de lengua extranjera, y por ende es exactamente
al revés, es muy difícil para un autor latinoamericano hacerse un lugar en
España aunque compartan la “lengua” (no hablo de los ya consagrados, premiados,
del boom, hablo de la gran mayoría de autores). En México pasa más o menos lo
mismo pero el mercado es distinto y hay librerías del Estado donde hay mucha
obra de autores nacionales. La diferencia con respecto a Francia es que no hay
una jerarquización, los libros están equiparados o incluso tienen más
visibilidad los de afuera.
En Francia no hay ahora una gran atracción por la literatura contemporánea
latinoamericana y no logran ubicarla en el mapa, les cuesta citar a
autores por fuera del más vivo de todos, Vargas Llosa. El muro es siempre la lengua, ella
define la frontera. La Gran Muralla es siempre la traducción, dime si eres
traducido y te diré quién eres.
Nada está libre de factores comerciales, son
librerías no bibliotecas, y si de marginalidad se trata, la soberana es la
poesía que se edita mucho más de
lo que se vende y suele tener poco espacio incluso en Ferias
Independientes pero; ¿cómo leen los españoles, cómo leen los argentinos, cómo
leen los franceses? ¿Qué pautas de consumo literario tienen y por qué? ¿Las
librerías deben seguirlos o intentar subvertir los hábitos?
A los franceses les gusta entrar a una librería y
ver las secciones de los países, aunque nada tenga que ver después literatura y
nacionalidad, yo no creo por ejemplo que mi escritura pueda pensarse desde lo
latino ni desde lo francés, entonces cerca de la sección “literatura feminista”
debería estar la “literatura apátrida”. Quizás el gran salto es el cambio de lengua, como Héctor
Bianciotti, como Silvia Barón Supervielle, o lo que hizo Copi, pero tampoco
resuelve el problema. Todo esto no es más que centro y periferia, al final.
En los peloteros franceses de provincia, en los
bares, los supermercados, las estaciones de servicio, en la radio lo que suena
de música latina es siempre esto: “Mueve ese poom-poom, girl, mueve ese pom,
pom, mueve ese pom pom, mueve ese pom pom”.
Así también es muy difícil.
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