“La historia de la lengua nos muestra que el prestigio es cambiante”
En El árbol de la lengua, la docente y filóloga española Lola Pons Rodríguez propone un recorrido vertiginoso y ameno por las particularidades del idioma español, a partir de una compilación de artículos periodísticos en los que postula su concepción de la lengua como un organismo vivo y su reivindicación de las más diversas variantes del idioma sin caer en estigmatizaciones de los hablantes.
El título del libro editado por Arpa parte de una premisa que la autora enuncia en uno de sus textos: “la lengua es, a su manera, un árbol, nos resguarda, crece con nosotros, florece, tiene sus ciclos”, y la analogía con un ser vivo le da pie a Pons Rodríguez para seguir de cerca al español a lo largo del año, utilizando distintos momentos como el comienzo de clases, el calor, el frío, las vacaciones y la Navidad para reflexionar sobre fonemas, grafías y vocablos.
Pero lejos de asumir una posición normativa e invocar el lema de la Real Academia Española “Limpia, fija y da esplendor” como propósito de su ensayo, la autora se anima a proponer una ortografía de consenso y no de “corsé”, se burla de la pedantería y la sobrecorrección y hace suya la premisa del lingüista Ferdinand de Saussure de que “la lengua vive en variantes”.
En ese camino, los ejemplos que elige Pons Rodríguez provienen tanto de los consejos de Patronio al Conde Lucanor como de las letras del rock español o el modo de cantar boleros de Luis Miguel. El resultado es un conjunto de textos desopilantes. “Lola Pons es una maga de las palabras: con asombrosa, amenísima y brillante erudición, hipnotiza al lector y lo conduce por las fascinantes aventuras de nuestra lengua. Un libro sorprendente y delicioso”, define la escritora Rosa Montero en la contratapa.
Lola Pons Rodríguez es catedrática de Lengua Española en la Universidad de Sevilla y ha sido docente de Dialectología e Historia del Español en las universidades de Tubinga y Oxford. Coordinó las obras Historia de la lengua y crítica textual y Así se van las lenguas variando y es autora de La lengua de ayer. Manual práctico de historia del español.
–En el libro no emite juicio de valor sobre la pertinencia de un dialecto u otro, ¿no existe una variante del español más prestigiosa o correcta que otra?
–Obviamente, sí existen variantes que se consideran más prestigiosas que otras; los hablantes suelen tender a prestigiar aquellos rasgos lingüísticos que están refrendados por núcleos de poder socioeconómicos. Para el caso de España, tiene más prestigio entre los hablantes el acento castellano norteño que el andaluz. Pero en El árbol de la lengua intento explicar que esas preferencias se basan en razones no lingüísticas, que para la filología y la lingüística no es posible ni deseable emitir juicios de valor en torno a la lengua, y que, además, la historia de la lengua nos muestra que el prestigio es cambiante: lo que hoy gusta ayer pudo no gustar.
–Para armar la estructura, recorre las distintas estaciones del año, buscando excusas para hablar de la escuela, el frío, el verano, las vacaciones y las palabras que se usan en esos contextos. ¿Siempre es buen momento para reflexionar sobre la lengua?
–Sí, porque tendemos a ver la lengua, equivocadamente, como una asignatura de la escuela, una más entre las matemáticas, las ciencias sociales o la música y no nos damos cuenta de que todo es lengua, de que desde que nos ponemos en pie hasta la hora de dormir estamos hablando, con nosotros mismos o con los demás, y que la lengua es la herramienta más fértil que tenemos para identificarnos, para convencer y para ascender socialmente.
–Aunque no se pronuncia contra los extranjerismos, argumenta con razones etimológicas que “acoso” semánticamente es mucho más rica que bullying. ¿Podría desarrollar ese concepto?
–Explico que el fenómeno del extranjerismo o del préstamo es constante, en todas las lenguas se da. Lo que cambia por etapas es la fuente de que tomamos el préstamo: otrora fue el árabe o el francés, hoy lo es el inglés; una parte de los extranjerismos se queda, otra se da. Pero más allá de contemplar asépticamente el proceso, hay que preguntarse por qué a veces elegir un extranjerismo frente a una palabra vernácula disfraza la realidad, la maquilla: acoso es una palabra tremenda, que esconde dentro de sí un trato animal, tiende lazos con hostigamiento pero bullying nos suena un anglicismo muy neutro, que no connota nada, que es más limpio que acoso pero precisamente por ello, más peligroso.
–Sus artículos adoptan un tono casi lúdico y en uno de ellos reflexiona sobre las falencias en la enseñanza de la lengua. ¿Es ese el camino para formar a hablantes apasionados por su idioma en lugar de atosigar a los niños de primaria con contenidos complejos como la sintaxis?
–Trato de no ser liviana al explicar y sí de llegar a ser entendida. Sobre el asunto de la enseñanza, mi juicio es claro: la enseñanza de terminología sintáctica y morfológica no es propia de los primeros estadios de la escolarización, no tiene sentido que niños que están consolidando su pericia lectora y aprendiendo a ser lectores por gusto aprendan año a año hasta los 12 qué es el pretérito imperfecto o la modalidad asertiva. Yo creo que en primaria toca trabajar las competencias: leer bien en voz alta, comprender lo que se lee, saber hablar en público, saber expresarse, cargarse de mucho vocabulario nuevo y específico. La secundaria es un momento madurativo óptimo para el estudio de terminología.
–Contrariamente a la idea que circula habitualmente usted refuta que el español se esté degradando, y parece adherir más a la idea de que “la lengua vive en variantes”. ¿Es así?
–Lo de que la lengua se degrada se dice ya desde la propia época latina; nuestra percepción actual creo que tiene que ver más con que el estándar (esa lengua de los medios, de los libros de texto, de la enseñanza de español a extranjeros) es más coloquial y menos formal que antes. Las lenguas solo se “degradan”, como dice usted en su pregunta, si pierden dominios funcionales, esto es, si dejan de usarse en situaciones formales, descripciones científicas, entorno administrativos. Eso sí sería preocupante. Esto no quiere decir que todo es válido; en la lengua sí, todo es válido, en tanto que nacido de la voluntad de los hablantes pero en el uso social no todo es válido: igual que no acudimos a una boda en pijama, hemos de ser conscientes de que determinados rasgos están desprestigiados socialmente y es mejor acomodarse a la situación en que uno se encuentre.
–En el libro incluye ejemplos del español rioplatense, en estas tierras hace años que está instalado el debate sobre el lenguaje inclusivo, el uso de la terminación en e para abarcar tanto al masculino como al femenino, ¿considera que es viable?
–Será viable si los hablantes usan masivamente ese rasgo, que de momento parece más una marca ligada a sectores de activismo político o social. Pero lo que no podemos, en el otro lado, es hacer pensar a los hablantes que son machistas porque digan los argentinos y no los argentinos y las argentinas.
–Usted propone que la ortografía surja por consenso y no como un corsé, ¿no podría dificultar eso la comunicación?
–La ortografía es el gran garante de la comunicación escrita a los dos lados del océano, y las sucesivas reformas que desde el siglo XVIII hasta hoy se han desarrollado han dado lugar a una ortografía, la del español, bastante coherente; no es fonética, porque ninguna ortografía puede serlo, pero no es un corsé ni debemos sentirla así.Si cada uno escribiera a su antojo, tendríamos tantos sistemas ortográficos como personas. Hay hechos sociales que son convencionales, y este es uno.
–¿Cuáles son los argumentos para su reivindicación de la letra h, que, contrariamente a una idea generalizada no es muda?
–Es muda en los casos heredados del latín, del tipo habere-haber. Pero en los casos donde viene de la f latina o de la aspirada árabe, sí equivalió en otro tiempo a un sonido aspirado, que aún se conserva dialectalmente fumus-humo en algunas zonas hispánicas. La h es un recuerdo a nuestra historia etimológica, y por eso yo reivindico su mantenimiento.
–Los ejemplos que incluye en el libro son tan eclécticos como El Conde Lucanor y los boleros cantados al modo de Luis Miguel o populares programas de televisión ¿buscó desacralizar la academia, construir una suerte de Diccionario de Autoridades del siglo XXI?
–Sí, los ejemplos son muy diversos porque todo puede servir para ilustrar usos de la lengua. Tengo claro qué es el canon literario y qué es la literatura que me remueve y que pondera la lengua, pero para sacar un ejemplo de una estructura de sintaxis, de una pronunciación dialectal o de una palabra curiosa, todas las fuentes son válidas. Los historiadores de la lengua no tenemos hablantes a los que recurrir: los textos, de cualquier naturaleza, son nuestros hablantes.
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