El pasado 4 de noviembre, sin firma, apareció en El País, de Madrid, la siguiente nota sobre las supuestas nuevas políticas de la Real Academia Española y el Instituto Cervantes. Según la bajada, que no se la creen ni Gaby, ni Fofó, ni Miliki (y mucho menos Milikito), “la acción cultural de la RAE y del Instituto Cervantes abandonaron hace años cualquier pretensión prescriptiva o normativa en Iberoamérica
Panhispanismo sin ínfulas
Las políticas de la hispanidad pasaron a mejor vida hace ya muchos años y dieron paso a la panhispanidad como espacio cultural y lingüístico, más acorde con los valores de una sociedad democrática sin nostalgias imperiales ni prepotencia normativa. Las viejas tentaciones de Madrid de actuar como metrópolis han ido desapareciendo, pero a veces rebrotan en forma de instrumentalización de uno de los ingredientes cruciales del panhispanismo. La lengua lo es y las lenguas son siempre materiales ultrasensibles porque apelan a emociones primarias y se prestan a satisfacer las pasiones tristes nacionalistas. Es una golosina en manos de partidos políticos con sesgos populistas, y la han usado hasta la exasperación formaciones de todo signo, en España y fuera de España. La reciente creación de la Oficina del Español por la Comunidad de Madrid ha suscitado recelos entre otras capitales promotoras de la lengua común, pero también a la vista del solapamiento de una minúscula oficina pública de escasa dotación con las funciones que desempeñan, a otra escala y desde hace años, dos instituciones de gran potencia y efectividad.
Impulsar en y desde Madrid el uso del español parece una redundancia un tanto insólita, mientras que la función difusora y coordinadora de las academias de la lengua de Iberoamérica y la propia RAE desde España se complementan con el papel del Instituto Cervantes. En el segundo, además, el objetivo no es solo la difusión de la lengua y la cultura españolas, sino también del resto de las lenguas que habla la sociedad en los distintos territorios. La RAE se ha desprendido de la vocación prescriptiva sobre el uso del español para aprender a conocer y reflejar sus múltiples usos en cuantos lugares se hable. De ahí nació el Diccionario panhispánico de dudas, hace más de 15 años, fruto de la coordinación activa de 23 academias de la lengua, entre ellas la española.
Ante la asamblea de la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas en Madrid, 20 años después de la última vez, en 2002, es oportuno acentuar la despolitización de la lengua para asumirla como prodigiosa maquinaria de creación. El fomento de la divulgación, el intercambio y el conocimiento del patrimonio cultural español sigue siendo la función principal del Cervantes, aunque lejos todavía de las cifras de inversión de otros Estados. Hasta ahora su acción ha quedado restringida a los países de habla no hispana. Quizá un próximo paso pueda ser coordinar los actuales centros existentes de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo en Buenos Aires, Santiago de Chile o Ciudad de México con la política cultural que lidera esta institución. Esos nuevos centros de cultura panhispánica podrían generar vínculos en su sentido más amplio (artístico, musical, cinematográfico, literario) y favorecer una intensa circulación de ideas e imágenes, letras y música para nutrir la imaginación en marcha del futuro.
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