La siguiente nota fue publicada por El Universal, de Colombia, el pasado 11 de diciembre., con firma Omar Andrés Carrasquilla. En ella se detallan varios de los rechazos –a manos de Guillermo de Torre, Roger Caillois y el comité editorial de la revista The New Yorker– sufridos por Gabriel García Márquez. Tal vez sería interesante considerar que no se trata de una práctica excepcional. Quizás valdría la pena imaginar que la excepcionalidad está en los aciertos de los editores. El resto es norma.
¡¿Qué tal?! El día que a Gabo fue rechazado “porque su escritura era ineficaz”
Hoy, como un objeto de veneración, reposa en la Biblioteca Nacional de Colombia la máquina de escribir con la que Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad. Cuarenta años después de ganar el Nobel de Literatura, Gabo es sinónimo de todo lo que está bien con respecto a la escritura; no obstante, hubo una vez en la que una revista le resultó que su prosa era prosaica. Carente de elevación o del lirismo que hombres como el cataquero portan como cédula. (Lea: El conjuro que hizo Gabriel García Márquez el día que se ganó el Nobel).
Sucesos así abundan en la vida de un escritor, pero resultan más comprensibles en el génesis de sus carreras. Julio Cortázar, gran amigo de Gabo que lo describió como “el argentino que se hizo querer por todos”, describió este tipo de situaciones como: “Hay realidades que hacen todo lo posible por expulsar la literatura”.
Rechazos indoloros
Según la crónica “García Márquez, un cartero que llama mil veces”, escrita por Orlando Oliveros Acosta, editor del Centro Gabo y colaborador de la Fundación Gabo, el galardonado escritor tuvo rechazos en sus inicios. “Un escritor lucha en dos universos. En el primero, que es el de sus narraciones, pelea contra los límites de su imaginación. En el segundo, que es donde come y envejece, contra los editores”, se lee en el texto.
Oliveros cuenta que el primero de los rechazos fue firmado por Guillermo De la Torre, presidente del consejo editorial de Losada y cuñado de Jorge Luis Borges. “Fue en 1952. García Márquez la leyó en la sala de redacción de El Heraldo, el periódico donde trabajaba entonces. Informaba que su novela La hojarasca no se consideraba publicable y le sugería al joven narrador que buscara otro oficio”.
Pero Gabo le dio una vuelta de tuerca al obituario, pues cita Oliveros que siendo joven afirmó: “Si mi vocación de escritor no hubiera sido tan intensa habría abandonado para siempre la literatura. No hay derecho, ¿verdad?, a hablar así a un muchacho que empieza”.
Una década después, según la crónica, otro reconocido crítico, Roger Caillois, que en ese momento era asesor de la editorial Gallimard, rechazó la edición francesa de El coronel no tiene quien le escriba con una nota “corrosiva”: “Definitivamente, la literatura latinoamericana no tiene nada qué decir”.
La novela del coronel la publicó Julliard, una editorial con menor luz; no obstante, cuando Cien años de soledad se convirtió en lo que es hoy, en 1967 —y en 1969 su traducción al francés ganó el Premio al Mejor Libro Extranjero en Francia—, Gallimard quiso hacerse con los derechos de la novela, según el registro de Oliveros.
Gabo solo puso una condición: que la carta inicial de rechazo vaya como prólogo. Algo que no era posible en un mundo donde los egos ya bostezan cuando apenas las almas se levantan. Por lo que la publicación nunca se dio.
El “portazo”
Prosigue su recuento Oliveros e indica que el 15 de julio de 1981, “siendo ya uno de los autores representativos de la literatura latinoamericana, The New Yorker rechazó publicar su famoso cuento “El rastro de tu sangre en la nieve” porque el consejo editorial le atribuyó un desenlace ineficaz”.
Se lee en la carta de rechazo, firmada por Roger Angell, que: “La historia se caracteriza por la acostumbrada genialidad de su escritura, pero a nuestro modo de ver la resolución no lleva al lector a aceptar su osado y bello concepto. Esta fue una decisión difícil para nosotros, y le mando nuestras disculpas”.
Al año siguiente, el 21 de octubre, la Academia Sueca galardonó al escritor colombiano con el Premio Nobel de Literatura. El 10 de diciembre fue la ceremonia y en la noche siguiente, mientras un nutrido grupo calentaba la noche nórdica con los vallenatos de los hermanos Zuleta y bailaba al ritmo de Totó La Momposina y Leonor González Mina, la Negra Grande de Colombia, alguno que otro codo se estaba mordiendo en Manhattan.
No era un mango bajito
Orlando Oliveros considera que un hecho inquietante fue que el cuento rechazado era una traducción al inglés hecha por Gregory Rabassa, uno de los traductores literarios más prestigiosos de obras latinoamericanas. “Rabassa, por ejemplo, tradujo a otros autores como Julio Cortázar, José Donoso, Mario Vargas Llosa y José Lezama Lima”.
Por lo que, al igual que el escritor Ray Bradbury, quien expresó: “Tienes que saber cómo aceptar el rechazo y cómo rechazar la aceptación”, Orlando Oliveros aconseja al que esté leyendo lo siguiente: “Quiero que sepan que un rechazo no significa que su trabajo sea malo, mediocre o no funcione. Sigan sus sueños, intentando darlo todo en cada apuesta estética o profesional que tengan”.
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