Jorge Aulicino se exaspera, y con razón, porque el verbo “compartir” se volvió progresivamente pronominal, escalando posiciones a partir de un mal uso infantil que se popularizó. Así que les compartimos esta nota.
“Un tártaro
finlandés”
Mi última acometida contra el uso del “les comparto” eligió esta frase para el Facebook: “Fran nos comparte en este libro los secretos para trabajar con masa madre”. Está tomada, se crea o no, del flyer -aviso- de una librería, enviado por spam -correo electrónico con muchos destinatarios-. Pero yo diría que el texto viene de la editorial del libro y fue copiada sin miramientos.
No hago este tipo de acometidas en nombre de la Academia de España, sino de una gramática básica, que es la que va rigiendo el pensamiento. Su estructura. No me la tomo con algunos usos porque están “mal” sino porque me alarma el tipo de ideas que traslucen, la trivialidad, a veces, la falta de atención del dicente en aquello que -de acuerdo con las convenciones vigentes- él mismo dice (o escribe). Algo vale la pena conservar: una mínima elegancia de pensamiento. Lo cual viene siendo de lenguaje. Si Flaubert murió sin encontrar una solución que no repita el “de” en la frase “una corona de flor de laurel” creo que toda cruzada por esa elegancia vale la pena.
En la frase publicitaria citada al comienzo hay tres estigmas de la trivialidad reinante en la Argentina, no ya en Facebook, sino en el periodismo y la publicidad, en la lengua académica y en el ensayismo de periódico. Fran no es sino el diminutivo de Francisco, que en la intimidad familiar o amistosa es expresiva. Fuera de esos lugares, es una trivialidad, una estupidez, una infantilización del leguaje, que, vamos a decirlo, corre a la par de la apropiación de la intimidad y la confianza por parte del lenguaje publicitario, y la destitución del trato de usted en los avisos y mensajes comerciales. El uso del verbo “compartir” junto con los pronombres “les”, “nos”, “te”, “le”, es otra de esas banalidades. La masa madre como tal es un esnobismo, pero no solo del lenguaje.
Cuando un contacto del Facebook repitió la cantinela de “la lengua cambia en el uso” etc. se me encendió una alarma, como se dice cancheramente ahora, en ingenioso lenguaje figurado. Supe ahí mismo que la RAE había aceptado esta falta de elegancia como tantas otras pavadas, con el mismo argumento: “El lenguaje cambia…” No sé si el lenguaje es un organismo vivo que cambia por su cuenta o depende de un núcleo “ni siquiera iletrado” (diría nuestro escritor “icónico” y “emblemático”), pero me parece que una Academia que dice basar sus definiciones en estudios filológicos debería mejorar sus argumentos.
El sitio de la FundéuRAE dice que es “adecuado” el “trasladar” el complemento introducido por con a un complemento indirecto. La cháchara académica no oculta que no hay ningún otro fundamento que el uso para aceptar este “traslado”, pero el sentido que le encuentra no se verifica siempre, además de que es una mera suposición sobre las intenciones del que habla o escribe. Lean este párrafo:
“La construcción tradicional de este verbo era compartir algo con alguien, pero, sobre todo en el ámbito de las redes sociales, se ha extendido el uso de compartir algo a alguien, asentada en el español americano, como indica la Real Academia Española. Esta estructura, que traslada el complemento introducido por con a un complemento indirecto, se usa con un significado que combina el sentido original de ‘hacer a alguien partícipe de algo’ con el de ‘enviar’ o ‘permitir ver’, de modo que lo que hay es un emisor y un conjunto de receptores de una información, una imagen, un audio, etc.
“Así pues, tan adecuado es Comparto con ustedes una canción como Les comparto una canción.”
Dudo, y llevo ya mis años en las “redes”, de que siempre haya la intención a la vez de compartir y enviar en el uso de este verbo. En la frase que cité al principio, el libro del que se habla no nos envía nada, pero nos quiere compartir. Vaya a saber con quién.
Lo que debemos celebrar es la novedad de que la Academia reconozca ya la existencia de un “español americano”, frase que carece de toda elegancia y sentido “adecuado”. Como decir “un tártaro finlandés”, donde no sabemos si el tártaro es un idioma o un caballero de la Tartaria que migró a Finlandia. Esto viene de tanta omisión y tragada de palabras, claro, por comodidad, por un “se entiende” universal. Más preciso sería decir “idioma castellano de América”, al que no deberíamos hacer responsable de giros como les comparto, entre otros.
La otra buena noticia es que la Academia perdió toda
autoridad, y afortunadamente no parece que tenga la intención de
recuperarla.
El escritor y traductor mexicano Fabio Morábito ha enviado un comentario que, por algún problema técnico, no pudo subir a esta entrada. Lo reproducimos a continuación:
ResponderEliminar"Jorge Aulicino ha puesto el dedo en la llaga en su artículo, pero se le olvida mencionar el efecto fastidioso del uso erróneo del verbo 'compartir' en nuestras relaciones del día a día. Ese uso erróneo ha dado paso a lo que podemos llamar 'permiso para aprovecharse de la paciencia y amabilidad del prójimo', ocultando una invasión abusiva detrás de una palabra, como 'compartir', que inspira calidez y fraternidad. Recibo a cada rato en mi correo mensajes colectivos de desconocidos y a veces no tan desconocidos que rezan: 'Quisiera compartirles dos poemas de mi autoría que acaba de publicar la revista XX', o 'Me complace compartirles una reseña aparecida sobre mi última novela (elogiosísima, naturalmente)'. En efecto, el verbo compartir evoca una acción positiva y beneficiosa. Se comparte siempre algo bueno, porque lo que se comparte, se reparte. Comparto contigo este delicioso pastel, esta botella de vino, etc. Implica por lo tanto un gesto de generosidad o por lo menos de gentileza de la persona que comparte. Aprovechando esa aura de virtuoso desprendimiento que transmite la palabra, muchos escritores, de todas las edades y trayectorias, 'comparten' ahora con nosotros sus cuentos, sus poemas, sus ensayos y hasta sus entrevistas. Los comparten, o sea, debemos sentirnos agradecidos de ser objeto de su atención. De no contar con ese uso perverso del verbo 'compartir', esos señores deberían echar mano de otro tipo de discurso, más cauteloso, más personal y menos expedito; por ejemplo, tendrían que mencionar que se disculpan de antemano por quitarnos nuestro valioso tiempo, o que nos han elegido como sus destinatarios por la gran estima en que tienen nuestro juicio, o que entenderían perfectamente si nuestras múltiples ocupaciones nos impedirán prestarles atención a sus humildes textos. En suma, no bastaría, para justificar su acto de autopromoción, la fórmula azucarada y seductora de 'Quisiera compartirles', y muchos de ellos, poco avezados a la fina redacción que exige este tipo de preámbulos, acabarían seguramente por desistir de enviarnos sus engendros, cosa de la que todo el mundo se beneficiaría".
Ese costado maleducado del uso del generoso verbo compartir no lo había tenido en cuenta, Fabio. Gracias. Es una muestra más del ocaso de la cortesía y el imperio del caradurismo.
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