Leguizamo solo
Pensé lo que hubiera pensado cualquiera: no tengo la menor idea de apuestas y caballos. Iba a escribirle: “lo siento, no tengo la menor….” cuando empezaron a pasar por mi cabeza imágenes desparramadas: el abuelo de mi papá que iba todos los domingos al hipódromo como quien va a misa, la fascinación de las chicas por los polistas (los hombres más lindos del mundo a los catorce años), el día que alguien nos enseñó a montar, las riendas y el miedo, la tropilla de caballos salvajes que vino hacia nosotros justo cuando estábamos solos, los caballos de la policía montada, los caballos de los desfiles, los caballos negros con los penachos negros de los entierros, el caballo del lechero de mi infancia, del verdulero, los carros rusos que se sabían ver por las calles de Paraná, los “jinetes bajo la lluvia” (Borges) que liberaron América y nos contemplaban en todas las plazas de la República con las herraduras y las espuelas y los aperos dibujados en el bronce o en el mármol.
Recordé además que tenía en mi casa dos diccionarios argentinos de caballos y que Bioy, no me acuerdo dónde, mencionaba las frases comunes que venían del mundo compartido con esos animales y también que la primera versión de “Fundación mítica de Buenos Aires” estaba escrita usando los colores de los pelajes, como si fueran los colores mismos de la patria.
En resumen, aunque yo personalmente no supiera nada de apuestas y caballos, me críe en un país ganadero —cuyos informativos de la radio de las seis de la mañana te perforan los oídos con los remates de Liniers y los capones y el kilo vivo— y en cuyas extensas praderas galoparon los gauchos, los guaderios, el paisanaje, nuestro particular far west, los héroes de las ficciones históricas y donde el turf, el polo, el pato y la cría de caballos de raza o de trabajo, tienen una popularidad sin límite o cierta fama.
Me puse a trabajar, no tardé en encontrar algunas soluciones a las preguntas y se las mandé. La respuesta, dejando de lado las gracias y todo eso, incluía un comentario que me pareció sorprendente. Esa sorpresa fue el origen de este breve texto. Decía mi corresponsal que lo enviado había sido utilísimo para entender de lo que hablaban los personajes (norteamericanos) y poder construir equivalencias que, en principio, no existen.
Explico entonces lo que razoné. Cuando pensamos la traducción imaginamos que la forma adecuada de descifrar los textos es mediante herramientas lingüísticas comunes. El castellano universal sería una herramienta común. Sin embargo, la realidad no está codificada con sencillez: existen experiencias, atmósferas, silencios, tan importantes como las palabras.
Una vez tomé un colectivo en Buenos Aires que iba alguna parte. Recuerdo que se fue llenando de hombres solos que tenían en común una especie de folleto siempre en el mismo bolsillo del traje o del pantalón. La escena era muda, sin voz ni subtítulos, y los caballeros no tenían el aspecto benevolente necesario para preguntarles quiénes eran y dónde iban. Eran burreros hacia el hipódromo de San Isidro. Lo supe después cuando describí a alguien el extraño viaje. Los atributos: era la tarde, iban a las carreras, eran aficionados, lo que llevaban en el bolsillo se llamaba La Fija, una revista de apuestas, eran de condición modesta, eran soñadores, eran guardianes de una tradición, todo eso no estaba en las palabras porque además no hablaban.
Las series o las películas pueden mostrar la escena silenciosa y seguir después con la cámara a algún personaje que finalmente pronuncia, a lo mejor, unas pocas palabras. Me di cuenta, entre las búsquedas y los emails, de que para traducir esas pocas cosas que dice alguien hay que tener la experiencia completa en la cabeza. O por lo menos imaginar algo parecido a una experiencia. Traducir literalmente lo que dicen no sirve. Traducir multinacionalmente, como se hace ahora, tampoco.
esto da para toda una serie acerca de experiencia y traducción. el traductor debe ganar la calle, por así decirlo, o sólo será traductor de lo virtual.
ResponderEliminarComo quien dice, el traductor tiene que tomar la palabra "de la boca del caballo" (era una manera de decir "tengo la fija", claro que la "fija era... Bueno, otro día la seguimos... Los yanquis tienen un cuento muy lindo de un tipo que se encuentra el diario del día siguiente con los resultados de las carreras. Creo que con ese cuenta se hizo un episodio de La Dimensión Desconocida -The Twilight Zone- que ya no figura ni a placé) ...
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