Hace unas dos semanas la poeta y ensayista Tamara Kamenszain publicó en la revista Ñ la columna que se reproduce a continuación, cuya pertinencia la hace irresistible para este blog.
Los hermanos Coen como traductores
Entrando a un foro donde los norteamericanos discuten Un hombre serio, la última película de los hermanos Coen, se pueden leer intervenciones fuertes como ésta, que no sería exagerado tildar de filo nazi: “los directores están muy equivocados si creen que todos los norteamericanos somos judíos”. El eje de la discusión, sin embargo, no está centrado en algún enfoque político o social que moleste a los iracundos espectadores, sino en un factor aparentemente más inofensivo: el idioma. Es que los Coen, en un verdadero acto de riesgo, se animan a lanzar cada tanto, por boca de los actores, dardos de un léxico casi subliminal compuesto por palabras en idisch y en hebreo que no remiten a ningún subtitulado. El resultado es un mix lingüístico que lleva directo al replanteo del intrincado y nunca suficientemente pensado tema de la traducción. Cómo dar cuenta de la lengua materna sin anular su efecto, suele ser una pregunta que desvela sobre todo a quienes se aventuran en la traducción literaria. Y la respuesta de los Coen parece ser simple: sin traducirla, haciéndola jugar codo a codo con el idioma de la comunicación, confiando en que el contexto la hará comprensible. De hecho el milagro de la transmisión en Un hombre serio parece producirse: en una parte del público (¿judío?) un murmullo de placer que atraviesa cada tanto la sala lo confirma, y en la otra parte (¿goi?) la posibilidad, no menos placentera, de barajar por un rato un enigma cuyo rompecabezas se termina armando, parece acompañar el aplauso final. Entonces, así pensado, el desafío para toda obra de arte que se aventure por los canales rápidos y violentos de la globalización, será no tanto el de la traducción como el de la transmisión. Porque transmitir no supone ese tipo de entendedera instantánea y mecánica que cuando no aparece provoca, en los que la reclaman, inmediatos sentimientos racistas. Para transmitir hay que poder aceptar las diferencias. Pero también hay que saber, como las madres, que cualquier canción de cuna, en cualquier lengua que sea, sirve para hacer dormir a un bebé.
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