El pasado 26 de junio, la agencia TELAM subió a su portal la siguiente
entrevista sin firma, con la filósofa y traductora francesa Barbara Cassin, por entonces de visita
en Buenos Aires.
Hay que erradicar la
creencia
de que hay lenguas mejores que otras
Barbara
Cassin (París, 1947), una de las principales pensadoras francesas
contemporáneas, se mueve en una escena heterodoxa que bucea en las raíces de la
filosofía antigua para pensar conflictos del mundo contemporáneo: así lo hizo
por ejemplo en Googleame (2008), un
texto que analiza las relaciones entre las corporaciones, los estados y las
democracias a la luz de las configuraciones planteadas por el famoso motor de
búsqueda fundado en 1998 por Larry Page y Sergey Brin.
Discípula del filósofo alemán Martin Heidegger y en la actualidad
directora del Centro León Robin que depende de la Universidad de la Sorbona,
esta doctora en Filosofía y Letras ha escrito también textos como El efecto sofístico y Nuestros griegos y sus modernos, en los
que trabaja la influencia de la sofística en la historia del pensamiento, el
psicoanálisis, la política o la literatura.
Cassin llegó en estos días a Buenos Aires invitada por el Instituto Francés en la Argentina para participar de la presentación del libro Un pasado criminal –una colección de ensayos sobre la memoria colectiva– y para disertar en La Noche de la Filosofía, con una ponencia centrada en la traducción, otro de sus focos temáticos. En diálogo con Télam, la filósofa francesa se refirió a su texto “Decir la verdad, producir la reconciliación, fallar en la reparación”, incluido en la compilación del politólogo argentino Lucas Martin, que pone en diálogo el proceso que inició en 1995 la sociedad sudafricana para saldar cuentas con el régimen del apartheid con los juicios a las Juntas Militares llevados adelante en la Argentina para juzgar a los responsables de la última dictadura militar.
–El libro Un pasado criminal se abre con un ensayo suyo en el que revisa el proceso que llevó adelante el estado sudafricano para dejar atrás los traumas que generó el apartheid ¿Cómo evalúa este proceso que privilegió el esclarecimiento de los crímenes de Estado por sobre el castigo a sus responsables?
–La Comisión para la Verdad y Reconciliación fue un invento
extraordinario que llevó adelante el estado sudafricano en un momento particular
donde no había vencedores ni vencidos. Esta instancia fue elegida para evitar
un tribunal como el de Nuremberg, porque si se hubiese dado un proceso similar
al de esa ciudad alemana de seguro hubiera ocurrido un baño de sangre: las
fuerzas del orden eran bóers, es decir, pertenecían a un gobierno que nunca
había sido elegido por elecciones libres. Si estas fuerzas intuían que iban a
ser condenadas, otra clase de proceso hubiera sido imposible. El propósito de
la Comisión fue articular la verdad para la reconciliación y recoger los
pedidos de amnistía. Para que un acto sea amnistiable se necesitan tres
condiciones: que haya sido cometido en un lapso del tiempo definido –el tiempo
del apharteid–, que esté ligado a un
hecho político y que sea enteramente revelado. Esta última condición fue genial
porque obligó a los perpetradores a decir la verdad para ser amnistiados. Si
hubiese habido una justicia punitiva, en cambio, estos hombres hubiesen
escondido para siempre lo que hicieron. Por otro lado, esta instancia estuvo
encadenada con el accionar de la Comisión de Reparación, que decidía en cada
caso cómo retribuir la pérdida de un padre, un hijo, etcétera. Ninguna
reparación es digna de ese nombre pero hubo una tentativa interesante de
hacerle pagar a las empresas y a las instituciones el daño provocado.
–¿Qué relación se puede establecer entre el modelo aplicado en Sudáfrica y los criterios que guiaron el Juicio a las Juntas de la dictadura militar argentina?
–Argentina y Sudáfrica afrontaron de manera distinta la relación con su
pasado. En definitiva, fueron contextos diferentes los que hicieron optar por
modelos distintos, uno con más énfasis en la justicia y el otro en la verdad.
En el caso sudafricano, la consigna fue toda la verdad a cambio de la libertad.
Se pensó en una justicia transicional antes que en una justicia punitiva. En la
Argentina, en cambio, el juzgamiento a los militares que cometieron delitos
durante la dictadura se realizó en el marco de un proceso judicial normal. Por
lo tanto, los perpretradores de esos crímenes hicieron todo lo posible por
ocultar esos crímenes. Como el procedimiento no fue hecho para que la verdad
sea dicha sino para impartir justicia, la verdad quedó finalmente relegada. Más
tarde se podría haber pensado en castigos más laxos a cambio de un mayor nivel
de confesión, pero igual no hubiera tenido el mismo efecto de verdad.
–Usted ha acuñado el concepto de globish, que designa el proceso de homogenización en los usos de los lenguajes nativos producto de su relación con el buscador Google. ¿Cuáles son sus alcances y en qué medida su masificación puede generar a futuro una depredación de las identidades culturales?
–El concepto de globish surge
en mi libro Los intraducibles. Lo
escribí porque empecé a percibir en Europa la aparición de dos enemigos: por un
lado precisamente el globish, es
decir, la homogeneización a través de una no lengua, mejor dicho, de una lengua
de nadie, que se puede percibir como un producto del capitalismo. Si uno mira
sus efectos, el globish sirve para
ordenar y producir jerarquías. Creo que no es descabellado pensar en la amenaza
de un lenguaje único de la comunicación. Contra ese riesgo, creo que todos
deberíamos manejar una segunda lengua además de la materna. El globish es un lenguaje de servicio pero
no una lengua para la transmisión de una cultura. Está basado en el inglés pero
no debe confundirse con él. El segundo peligro que detecto es el del
nacionalismo ontológico. A la manera de Heidegger, el peligro de arraigar una
lengua a una nación, a una raza. Hay que erradicar la tendencia a creer que hay
lenguas mejores que otras, más aptas para decir el ser. Esto se entronca con lo
que decía antes: la lengua no es solo un medio de comunicación. Produce
cultura. Por eso creo que es necesario complejizar la relación entre lengua y
nación. Y eso no se logra ni con el globish
ni con el arraigo en una lengua.
–¿Por qué a diferencia del mito babélico de la disparidad de lenguas como disparador para la incomunicación usted cree que merece reinvidicarse la diversidad de idiomas y dialectos?
–Se necesita de la diversidad de lenguas, como parte de la diversidad de
los ciudadanos. Las palabras tienen historias que nos permiten una mejor
comprensión de lo que significan y cómo podemos utilizarlas. Cada palabra es el
resultado de una historia y una serie de representaciones, pero solo adquiere
su significado, que designa una cosa y no otra, en su diferencia con otras
palabras de la misma lengua.
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