Benito Milla |
El pasado 28 de julio, en un artículo de Fernando Aínsa, publicado en El Cultural, el excelente suplemento
del diario El País, de Montevideo, se
recuerda a Benito Milla. La bajada
dice: “Se cumplen 30 años del fallecimiento del editor y poeta español
que eligió Uruguay para despejar ideas y malentendidos.”
La vida por los sueños
En una mesa
improvisada sobre dos caballetes en la céntrica plaza Libertad de Montevideo,
Benito Milla (1918–1987), un exiliado anarquista español, vende libros a fines
de la década de los cuarenta del pasado siglo y, poco a poco, va ganando una
clientela que aprecia sus consejos y su eficacia para obtener títulos no
siempre distribuidos en Uruguay.
Parco de palabras,
se sabrá –sin embargo– que fue integrante de la Columna Durruti durante la
Guerra Civil Española, Secretario de la Juventud Libertaria de Cataluña y, al
final de la guerra, cruzó los Pirineos con su esposa Fina y vivió en las duras
condiciones del refugiado en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, en
campos que en realidad eran de concentración. Allí nacería su hijo Leonardo
(Marsella, 1941) y el destino del Uruguay –esa renombrada “Suiza de América”,
democrática y solidaria con la España republicana derrotada– aparecería en su
horizonte.
A partir de ese
humilde comienzo, Benito Milla desarrolló una tenaz e intensa trayectoria como
librero (Librería Alfa desde 1954), editor (Editorial Alfa, 1958) y director de
las revistas Deslinde (1956-1961) y Temas (1965-1968) marcadas con una filosofía
originalmente libertaria y, poco a poco, abierta a un humanismo antibelicista y
siempre antifranquista. Allí se congregaron los escritores más representativos
del Uruguay de entonces (la generación del 45) y los jóvenes emergentes de los
60.
Ángel Rama |
Los escritores
inmersos en la “línea creciente entre tensión y exigencia” –como
fueran caracterizados en esos años por Mercedes Ramírez–formalizan apuestas que
se tradujeron en la publicación de revistas (Puente, 1963; Aquí poesía, 1962–1966; Los
Huevos del Plata, 1965–1969; Maldoror,
1967–1987; Prólogo, 1968); páginas culturales
en diarios (La Mañana, Época, Hechos), semanarios como Marcha y en editoriales que florecieron con un
novedoso rigor profesional y una estimulante competitividad, alimentando una
producción autosuficiente y cerrada al principio sobre el país. Entre otras,
Asir, Banda Oriental, Arca y la propia Alfa, una editorial que, en el centro
del proceso nacional y latinoamericano, no olvida su origen y publica novelas
de españoles exiliados como Ernesto Contreras y José Carmona Blanco, o ensayos
fundamentales como la historia del anarquismo español de José Peirats.
DESLINDAR UN ÁMBITO CULTURAL
Alrededor de la
librería Alfa y luego de la editorial –situada en el emblemático local de la
calle Ciudadela 1389 de Montevideo, a escasos metros de la Plaza Independencia–,
Milla funda con Carmona, otro anarquista exiliado en Uruguay, la revista Deslinde en la que da cabida a las nuevas
promociones poéticas no solo uruguayas (Juan Cunha, Nelson Marra y Saúl
Ibargoyen Islas, entre otros), sino latinoamericanas y españolas. Siguiendo la
propuesta de Alfonso Reyes de “deslindar” un
ámbito cultural tan comprometido como independiente, los dieciséis números
de Deslinde publicados entre 1956 y 1961 ofrecen una clara
apertura al mundo y una naciente conciencia latinoamericana. Con el formato de
un periódico, proponen una clara defensa de la libertad del escritor y el
análisis crítico de la literatura española y uruguaya. Colaboran en Deslinde Albert Camus, Octavio Paz, Ernesto
Sábato, Juan Goytisolo y entre los uruguayos Mario Arregui, Ángel Rama y Hugo
García Robles, musicólogo de sorprendente y erudita sensibilidad, y futuro
secretario de redacción de Temas.
Washington Lockhart |
Emir Rodríguez Monegal |
En Número publican, entre otros, Juan Ramón Jiménez,
Alfonso Reyes, José Ferrater Mora, Pedro Salinas, Borges y Jorge Guillén.
Algunos números monográficos, como el dedicado a la Generación del 900, marcan
un antes y un después en la crítica uruguaya. Interrumpida en 1958, Número reaparece en 1963, siempre bajo la
dirección de Rodríguez Monegal, aunque ahora el editor es Benito Milla,
experiencia que –tras cuatro números– posibilita la aparición de Temas bajo su entera responsabilidad.
CONFRONTACIÓN Y DIÁLOGO
En abril de 1965 se
publica el primer número de Temas con un
“propósito” explícito de Milla: “contribuir a la expresión de
las preocupaciones culturales en el ámbito sudamericano”,
propiciando “el acercamiento y la comunicación entre los
intelectuales de la zona en un intento de diálogo y discusión que tienda a
resaltar y esclarecer realidades comunes”. Con un sentido
premonitorio de lo que sucederá en años sucesivos anuncia que: "La actitud de la revista será de confrontación en una hora
del mundo en la que el desgaste de los esquemas ideológicos se hace cada vez
más evidente, los acontecimientos son más fluidos y complejos y no bastan para
definirlos los lugares comunes, los slogans ni los absolutos apriorísticos con
que se disfrazan todos los dogmas (Temas 1–2)".
Para que no
quedaran dudas de su vocación independiente se insiste en la apertura cultural
al margen de “la cuadrícula cerrada de los partidos, los
grupos y las camarillas”. En resumen –se concluye– la publicación
de Temas no obedece a un programa sino a un
movimiento concebido en una dirección: la de vivir en una comunidad abierta.
La postura ajena
a “grupos, organizaciones o partidos” y la apertura
temática de los dos primeros números, provoca críticas y reacciones en un medio
polarizado, especialmente a partir de la revolución cubana de 1959. Por ello,
en el editorial del número 3, se reafirma la “indeclinable vocación de
confrontación y diálogo”, ya que “dialogar y confrontar supone
implícitamente la presencia de los otros, no como enemigos, sino como interlocutores”. Se
insiste en la afirmación que había provocado la mayor parte de las críticas: el
desgaste de los esquemas ideológicos y la mutación profunda de ideologías como
el marxismo, lo que ha llevado a hablar de “los marxismos”, de
positivos contactos entre socialistas, cristianos, socialdemócratas y “terceristas”(la llamada “tercera posición” que tuvo en
Uruguay una gran difusión, especialmente a través de la prédica del
semanario Marcha). En resumen: “Nadie que no esté aquejado de dogmatismo agudo aspira a permanecer
ajeno al movimiento más interesante y positivo de esta época: el de la
comunicación cultural”.
Es una
difícil “comunicación cultural” a la que se aspira en
medio de la guerra fría. Temas no
puede escapar a las confrontaciones que se viven. A fines de 1965 se produce la
condena de los escritores soviéticos Andréi Siniavsky y Yuli Daniel. Los
comunistas italianos, embarcados en el revisionismo de Berlingher, la
consideran “el problema más amplio de las relaciones
entre la sociedad soviética y sus intelectuales, entre la política y la
cultura”. Para Louis Aragon, comunista militante, el asunto es más
grave: la sentencia del tribunal soviético prefigura a los ojos de los
observadores occidentales lo que será la justicia en los países donde triunfe
el comunismo. Un editorial de Temas (5-3)
recuerda bajo el título “Moral y política” que “callar ante la
injusticia, donde quiera que se produzca, y en este caso ante la bárbara
condena a los escritores soviéticos, es una manera de preparar un porvenir
sombrío, asintiendo voluntariamente ante la iniquidad y fomentándola con la
aquiescencia o el silencio”.
Al cumplirse el
primer año de vida literaria, Temas publica
el que será su último editorial, donde reivindica que “el movimiento de la cultura es profundamente libertario” y
que la libertad no es “un prejuicio burgués” como
se proclama en otras tribunas de la izquierda uruguaya. “Creemos, contra ellos –afirma– que hay que defenderla y ensancharla, incesante tarea del
espíritu verdaderamente revolucionario, en la que seguiremos participando a
nuestra medida y sin descanso. Por eso, esta revista seguirá adscrita al
movimiento de apertura cultural, de desmilitarización ideológica, que es a
nuestro entender el más positivo de esta hora del mundo, mal que les pese a los
nostálgicos epígonos de la guerra fría”.
Desde ese momento y
hasta el último número (No. 16), en junio de 1968, Temas evitará las polémicas abiertas, haciendo de
los ensayos que publica el mejor argumento de su prédica. En algún caso
propicia “Fuegos cruzados” entre autores, por ejemplo cuando Günter Grass,
Konstantin Simonov y Uwe Johnson discuten sobre si “¿es posible el diálogo
cultural Este–Oeste?”, o Alberto Moravia y Alain Robbe-Grillet debaten sobre si
hay una “¿crisis de la novela o crisis de novelistas?”.
ARTÍCULOS QUE MARCAN UNA ÉPOCA
Desde el primer
número de Temas, la presencia de Rodríguez
Monegal asegura una cierta identificación con el que fuera el espíritu de las
dos épocas de Número, pero también con la
apertura a otras literaturas y el olfato crítico que practicara en la sección
literaria del semanario Marcha que
dirigió (1944–1959) y posteriormente en los 25 números de Mundo Nuevo que fundó en París (1966–1868),
hasta el estallido de la polémica sobre el financiamiento de la publicación por
parte del Congreso por la Libertad de la Cultura.
Rodríguez Monegal
revela al público uruguayo un autor clave: João Guimarães Rosa, a quien se
consideraba en Brasil “el mayor novelista vivo” y
cuya obra era prácticamente desconocida en el resto de América Latina. El
cuento “Ninguno, ninguna” ilustra con su peculiar sintaxis la novedosa
perspectiva que inaugura Guimarães. Acompaña a Rodríguez Monegal en el primer
número otro colaborador de Número, Mario
Benedetti, con seis poemas.
Al mismo
tiempo Temas se abre internacionalmente con un sugestivo
ensayo de Hans M. Enzensberger –“Sobre la Teoría de la traición”– y otro –“Por
encima de la refriega”– del tan reconocido como olvidado crítico italiano
Elemire Zolla. En ese mismo primer número, un tema que será de creciente
actualidad –“el compromiso del escritor latinoamericano”– es abordado por Hiber
Conteris. “En este momento presente de América Latina se
ha producido algo así como un desbordamiento, una invasión de los hechos
sociales y políticos que están afectando a todos los órdenes de la vida; y de
esta invasión no se han librado el arte ni la literatura” (Temas 1-19). El escritor latinoamericano “vive un momento privilegiado”, pero al mismo tiempo –añade
Conteris– no se puede evitar que “el compromiso advierta la
transitoriedad de nuestra hora y las formas híbridas o espurias de nuestra
literatura”. En números subsiguientes, Conteris reitera esas
preocupaciones, especialmente en el artículo “Evolución de las ideologías
modernas en América Latina”.
La problemática del
continente ya está instalada en la revista. En el segundo número de Temas se publica “Imagen y perspectivas de la
narrativa latinoamericana actual”, donde se concreta una las ideas más
difundidas y citadas de Augusto Roa Bastos: "Para que exista una
literatura, además del valor estético de sus obras, es necesario un centro de
cohesión interior, una visión coherente y unitaria sobre el conjunto de la
realidad. De esta coherencia interior procede la posibilidad de comunicación
interhumana de una literatura en un momento determinado, pero también el
sentido de continuidad histórica a través de sus variaciones posibles" (Temas 2-4).
Es esa “cohesión
interior”, esa “temperatura histórica”, lo que Roa llama “foco de energía colectiva que se condensa en una particular
visión de la vida y del mundo”, la que define –a su juicio– la
literatura latinoamericana contemporánea. En esa misma línea de preocupaciones
el filósofo mexicano Leopoldo Zea escribe sobre la “integración de la cultura
latinoamericana a la cultura universal” (12/1967).
La acelerada
irrupción de América Latina en la literatura, la cultura y la política mundial
no olvidan la situación española. “España, 1936” de Octavio Paz se contrapone a
“Visión actual de España” de Jean Bloch-Michel, un largo y completo panorama
sobre la realidad interior de la España franquista y sus perspectivas
inmediatas.
A partir del número
4, la lista de colaboradores se amplía: Luce Fabbri, destacada figura del
pensamiento anarquista; Robert Oppenheimer, activo militante del desarme
nuclear; Juan Goytisolo, representante de la nueva literatura española; el
semiólogo Umberto Eco, abordando “el informalismo como obra abierta”, anticipo
de su influyente Obra abierta; Arnold Toynbee
con unas “Miradas al mundo actual”; Mario Vargas Llosa adelantando un capítulo
de La
casa verde; Susan Sontag, Héctor A.Murena, Antonio Ferrés y tantos
otros (se pueden citar a más de cien colaboradores), al igual que los críticos
franceses Alain Bosquet y Pierre Emmanuel, los argentinos Rodolfo Alonso y
César Fernández Moreno, y el venezolano Guillermo Sucre.
Un mérito de Milla
es haber promovido y potenciado a creadores y críticos uruguayos. Tal es el
caso de Alejandro Paternain, Graciela Mántaras, Nelson Marra y quien firma este
artículo a partir del número 8 (agosto de 1966). Jorge Ruffinelli con un ensayo
sobre la obra de Cesare Pavese, desde Lavorare stanca (Trabajar
cansa) a La luna y las fogatas,
anuncia la perspicacia crítica que pondrá luego al servicio de la literatura
nacional. Sorprende en enero de 1967 (Temas, 10) con
cuatro poemas.
Atento a la
producción nacional, el mismo Milla realiza una selección de siete poetas
jóvenes: Walter de Camilli, Enrique Elissalde, Iván Kmaid, Nelson Marra,
Esteban Otero, Roberto Maertens y Leonardo Milla. La revista acogerá además a
otros poetas emergentes como Jorge Medina Vidal, Alejandro Paternain, Milton
Schinca y Saúl Ibargoyen Islas.
EL LUGAR PRIVILEGIADO DE LA POESÍA
La poesía
contemporánea ocupa un lugar destacado en sus páginas. La de lengua española
con Claribel Alegría, Alejandra Pizarnik, Octavio Paz, Homero Aridjis, Carlos
Barral, José Ángel Valente, Juan Liscano, o Carlos Germán Belli, del que la
editorial Alfa publicará la obra poética completa (hasta 1967) en El
pie sobre el cuello.
Una útil selección
de poetas portugueses actuales y otras de argentinos, peruanos (a cargo de José
Miguel Oviedo) y alemanes seleccionados y traducidos por el que años después
será fundador y director de la editorial Iberoamericana, Klaus Dieter Vervuert,
van pautando la vocación universalista de la revista. Por su parte, el crítico
argentino Juan Carlos Curutchet, especializado en literatura española
contemporánea, presenta una selección de poesía que se revelará con el tiempo
tan premonitoria como acertada: José Agustín Goytisolo, Carlos Barral, Ángel
González, Félix Grande, José Caballero Bonald, José Ángel Valente y Jaime Gil
de Biedma.
La sinergia entre
la revista Temas y la editorial Alfa se
manifiesta en los adelantos de libros, como Los prados de la conciencia de
Carlos Martínez Moreno e Introducción a la novela española de
posguerra (1966) de Juan Carlos
Curutchet.
La inicial
militancia libertaria de Milla fue cediendo con los años hacia un humanismo que
se reconocía en Albert Camus, Roger Munier, Nathaniel Tarn, Jean Bloch-Michel y
Pierre Emmanuel, autores –todos ellos– a los que publicó en las revistas Deslinde y Temas.
“Don Benito” –como
lo llamábamos con tanto afecto como respeto los que fuimos sus colaboradores–
hablaba de “diálogo” y de tender “puentes” entre América y Europa, lo que parecían
utopías en una sociedad que se agriaba y cuyos muros se laceraban a ojos
vistas. En 1964 sostenía que había que “reconocer a los otros, no como
enemigos, sino como interlocutores”, usando una terminología
novedosa –alteridad y otredad– puesta al
servicio de un imposible idealismo.
Pero Milla
adivinaba, además, lo que después resultó evidente: la mutación ideológica de
nuestro tiempo, el fin del maniqueísmo impuesto por la guerra fría. Milla
hablaba de “los diferentes marxismos” –lo
que parecía una herejía para los marxistas ortodoxos uruguayos–, del pluralismo
cultural, del nacionalismo emergente en el seno de los grandes bloques y, sobre
todo, de cómo evitar en un país de rica tradición democrática como el Uruguay
los errores que habían conducido a los horrores de la Guerra Civil Española.
Sus palabras
sonaban extrañas en Uruguay, embarcado como estaba en un proceso de
confrontación política y social sin precedentes en su historia. En esos años,
la antinomia española iba cediendo a su inevitable prolongación americana.
Democracia contra dictadura, liberación contra dependencia, progreso contra
reacción, revolución versus contra-revolución,
pasaron a ser las palabras mágicas con que en la euforia de los años sesenta se
pretendía conjurar la historia del continente. Nuevos “vientos del pueblo” llevaban y arrastraban,
esparcían el corazón y aventaban la garganta, al decir del poeta Miguel Hernández.
Cuando las
condiciones del diálogo se hicieron difíciles en Uruguay, Milla se fue en 1967
a Venezuela. Allí fundó Monte Avila Editores, donde, con más recursos y en otra
dimensión internacional, reiteró su fe en un hombre de raíz universal, más allá
de clases sociales y contingencias históricas. Fundaría luego Tiempo Nuevo y, a la muerte de Franco, regresó a
España para retomar en Barcelona la existente editorial Laia y refundar Alfa.
Poco después moriría de un cáncer a los 69 años.
Milla dejó inéditos
numerosos poemas, atendiendo a una vocación de la que pocos sabían su secreto.
Su fiel y discreto colaborador de siempre en Montevideo, Caracas y Barcelona,
Hugo García Robles, reunió algunos en Itaca (1989). En esos
versos depurados y sobrios, tras su vida errante, Milla refleja el amor que,
por sobre cualquier otro lugar, sintió por el Uruguay.
En Itaca algunos
versos reflejan que sabía de su fin próximo: “Pensar es lo que más me
duele –nos dice el poeta– y más pensar en lo vivido.
Sentir todo el estrago de la edad como un muro expuesto a la intemperie y a la
lluvia. Asistir indefenso a la insidiosa herida de cada grieta abierta sin
remedio. Morir cada día un poco cambiando la vida por los sueños”.
Al recordar ahora la trayectoria de Milla, es evidente que cambió desde muy
joven la vida por los sueños, y esos sueños siguen vigentes a treinta años de
su muerte.
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