viernes, 4 de octubre de 2019

"Yo siento que el traductor es como un escritor que tiene que salirse de sí para entrar en otras cosas"


Curiosamente, sin firma, alguien de la revista colombiana Arcadia, entrevisto hace más de un año a Juan Fernando Hincapié, traductor de la primera versión de Drácula, del escritor irlandés Bram Stoker, realizada en Colombia. En la bajada de la nota anónima se lee: “Hablamos con el traductor y la editora de esta nueva edición. ¿Cómo traducir y acercar un clásico literario anglosajón a los latinoamericanos de hoy?”.

La primera edición de ‘Drácula’ hecha en Colombia

Drácula, el vampiro más famoso de la historia, arraigado en el imaginario popular y adaptado a infinidad de obras de teatro, películas y cómics, se volvió un fenómeno después de que en 1897 fue publicada la novela de Bram Stoker, que en la figura de un personaje monstruoso condensaba la tradición folclórica de los vampiros. El año pasado, la editorial Panamericana publicó una nueva edición de este clásico, por primera vez traducida por un colombiano: Juan Fernando Hincapié. Según su editora, Mireya Fonseca, esta edición busca brindarles a los jóvenes lectores colombianos una cuidadosa traducción con un vocabulario preciso, actual y de fácil comprensión, siendo lo más fieles posibles a la obra original. Arcadia habló con su traductor.

¿Cuáles fueron los desafíos de enfrentarse a la traducción de un clásico traducido ya tantas veces al español?
–Cuando me propusieron el proyecto me entusiasmé. Leí la novela obviamente teniendo en cuenta que la iba a traducir y me di cuenta de que Stoker es un genio que se mueve muy bien entre registros: empieza con el diario de un abogado inglés y de repente corta la narración y el lector se encuentra con las cartas de dos mujeres que hablan sobre sus novios. Traducirla fue ver desde el fondo cómo fue escrita y estructurada.

¿Cuál fue el mayor desafío?
–Reconstruir los personajes satélite que Stoker caracterizaba tan bien. Hay unos que hablan con inglés del siglo XIX, un inglés vernacular que para mí fue un reto. Podía tardar días buscando una palabra, porque son palabras que ya no se usan. Mi premisa fue hacerlo todo en el lenguaje más sencillo. Por supuesto, el estilo de Stoker es sencillo pero por mi premisa en el caso de los personajes satélite no traduje el inglés del siglo XIX al español de ese mismo periodo. Lo que quería era que el mensaje fuera claro y eso fue lo que busqué. Cuando uno traduce una obra la entiende desde el fondo; cada traducción es una versión del original.

¿En esta versión cómo vemos la premisa que usted menciona al traducir?
–Básicamente se ve en que son mis palabras. Le pongo un ejemplo: en otras traducciones está la palabra “camarero”, todo el mundo sabe qué es un camarero pero no es una palabra que yo use mucho. Entonces simplemente la cambié a “mesero”. Busqué las palabras que uso naturalmente.

¿Y cómo hizo para evitar oscurecer las sutilezas de las que se vale Stoker, como los diferentes puntos de vista y los diferentes registros de la novela?
–Digamos que eso es mérito de Stoker. Él puede redactar un recorte de periódico en el lenguaje que usualmente usan los periódicos, así como las cartas de dos jóvenes mujeres que se escriben sobre sus novios, y eso es maestría del escritor. Simplemente uno traduce el mensaje. De alguna manera, el oficio de un traductor es muy parecido al oficio de un escritor: tú agarras el mensaje, y si Stoker imparte cátedra en algo es en eso: en salirse de sí mismo y ocupar el lugar de otro. Yo siento que el traductor es como un escritor que tiene que salirse de sí para entrar en otras cosas. Se trata de una trabajo lingüístico muy cuidadoso.

Cuando habla de salirse de sí y llegar a otro, ¿a qué otro llega en la traducción? ¿A los personajes, a la lengua, al escritor… a dónde?  
–A los personajes, a quién está narrando. La primera parte de la novela está escrita por un personaje muy serio que está enamoradísimo de su prometida y Stoker construye eso a punta de detalles. Cuando estás trabajando palabra a palabra, te das cuenta exactamente de lo que quiere hacer con cada una de las voces. Como traductor, estás viendo esto y lo único que quieres es aplaudir… Es un trabajo respetuoso con la obra, con el genio de otra persona. Tu trabajo es hacer que ese mensaje llegue de la mejor manera a la persona que no tuvo la oportunidad de leerlo en el idioma original.

¿Cuáles son los desafíos de traducir del inglés al español, dos lenguas tan diferentes?
–Hay un trabajo lingüístico muy interesante, sobre todo cuando se trata de dos lenguas que no son tan parecidas. El español es todo lo contrario al inglés; fonéticamente es más sincero: una “a” siempre se pronuncia “a”, igual que la “i”, el resto de las vocales y las consonantes. En América hemos suavizado las consonantes que en españa sí son fuertes. Pero nuestra riqueza en el lenguaje está en los tiempos gramaticales: está por ejemplo el subjuntivo, que en inglés tiene unos usos muy específicos y restringidos. Hay diferencias sustanciales entre las dos lenguas. El inglés se basa mucho más en el sonido y es mucho más certero. En español tenemos más herramientas para decir las cosas.

Desde la lengua, ¿cómo traduce esa riqueza fonética y gramática básica propia del inglés a una lengua rica en tiempos gramaticales y elucubraciones, pero menos expresiva fonéticamente?
–Es más difícil el asunto fonético porque el idioma también debe sonar bien y la traducción debe cuidar eso. Yo me guié por el instinto. Hay un caso muy famoso sobre el cuento de Edgar Allan Poe, ‘Murders in the Rue Morgue‘. Borges insistía en que era mejor traducir el título de la obra a ‘Los crímenes de la calle Morgue‘ en vez de ‘Los asesinatos de la calle Morgue‘ por la doble “s” de la palabra asesinatos. Suena mejor pese a que no es la traducción específica. También hay unos versos de Lorca que dicen: “Verde que te quiero verde”, ¿cómo traduces eso? ¿“Green that I want you green”? ¿Cuál es el sentido? El mensaje es lo más importante; una traducción literal de una lengua a otra probablemente resulta en un texto tosco. Hay algo que a mi modo de ver es una búsqueda instintiva en la traducción, algo que no se puede enseñar. Esto sí que es un desafío para el traductor.

La construcción de significado no solo se crea con las palabras, sino con sus cargas semánticas y culturales. ¿Dónde se ve esto en la traducción?
–Hay cosas gramaticales que se saben. Estas dos lenguas tienen poco que ver la una con la otra, pese a que el inglés también tiene una base del latín. Esencialmente el español es un idioma activo: “Juan lava el carro”, mientras que el inglés se apoya mucho en las construcciones pasivas. Hubo muchas oraciones en Drácula que eran originalmente pasivas y tuve que cambiarlas gramaticalmente, siempre teniendo en cuenta también el sonido. El lenguaje tiene sus reglas pero no es un ciencia. Ahora bien, hay cosas que subyacen a cada palabra y eso lo sabemos todos los lectores. Espero haberlas capturado bien.

El lenguaje tiene sus reglas pero siempre hay algo que se escapa, algo que es de sensibilidad e intuición…
–Más que matemático es que tiene una base lógica, aunque al ver el desarrollo de las lenguas uno se da cuenta de que ha sido totalmente anárquico, que las lenguas son de la gente y no de los académicos. El lenguaje es lógico hasta cierto punto, pero solo hasta cierto punto.

Desde la publicación de esta edición de Drácula, en la que trabajaron los colombianos Mireya Fonseca como editora, Gustavo Patiño como corrector y Juan Fernando Hincapié, el libro se ha reimpreso dos veces más.

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