martes, 1 de octubre de 2019

Jorge Herralde y los 50 años de Anagrama: cuando la crème de la crème es más bien crème brûlée


Cuando se habla de editoriales “independientes”, uno de los mayores problemas es, justamente, entender de qué clase de independencia se habla. Porque no formar parte de ninguno de los dos grupos existentes (Penguin Random House y Planeta) no es necesariamente un pasaporte a la independencia. 

Este último detalle no es obstáculo para que muchos sigan creyendo que la española Anagrama es una editorial independiente (aun cuando haya sido vendida a la italiana Feltrinelli) y que Jorge Herralde es un gran editor (aunque en cincuenta años de trabajo no haya sido capaz de formar a ningún heredero que continúe con su labor ni se haya preocupado por hacer que sus libros, que se venden en toda América, tengan traducciones ecuménicas que respeten al lector latinoamericano). Por eso, cuando lo llaman “el último mohicano” de la edición independiente, uno bien podría pensar que es un insulto a otros editores independientes, igualmente longevos en el negocio del libro, acaso más leídos y arriesgados, con mejores criterios de edición y una idea de sí mismos menos florida que la que suele exhibir Herralde. 

Curiosamente, gracias a la nota firmada por Matías Néspolo –escritor argentino radicado en Barcelona, y publicada por el diario El Mundo de esa ciudad, reproducida luego por el diario La Nación, de Buenos Aires, del 26 de septiembre pasado– nos enteramos de que, de joven, en los años setenta, Herralde hizo dinero copiando al editor francés François Maspero (1932-2015), que en Francia vendía textos de izquierda y libertarios, sin descuidar la mirada de Latinoamérica. Sin embargo, después, cuando cambió el viento, Herralde se dedicó a inventar fenómenos literarios, conjuntamente con Carlo Feltrinelli y Christian Bourgeois, creando la ficción de que ciertos escritores son "realmente" importantes (de hecho, en la nota, el mismo Hanif Kureishi se ríe de la maniobra de marketing empleada para nombrarlo a él y a sus colegas ingleses como dream team, algo que en la propia Gran Bretaña no ocurre). Por eso causa una cierta consternación leer sobre una reunión de hombres de negocios venidos a intelectuales como de una reunión de la crème de la crème de la literatura.  En síntesis, mientras no aparezcan voces que griten públicamente “el emperador va desnudo”, Herralde seguirá siendo el dueño del circo y pasará a la historia como lo que nunca fue: un gran editor. Pero a no desesperar, siempre hay tiempo para cambiar la historia.

La crème de la crème de la literatura
en la fiesta de los 50 años de Anagrama

BARCELONA.– “El es el jefe”, dice Richard Ford, remarcando el mote en español. El escritor americano, que acaba de publicar un nuevo libro de relatos, Lamento lo ocurrido (número 1015 de una célebre colección amarillo limón), ha cruzado el Atlántico sólo para acompañar al agasajado. También lo ha hecho Daniel Divinsky, “mi colega argentino”, como dice el protagonista, “que conocí nada menos que en 1968 y al que me une una gran amistad”. Ambos, Ford y Divinsky, reciben una mención especial de agradecimiento por el viaje. Y esas son sólo dos figuras internacionales de la literatura y el mundo del libro –o quizá sería mejor decir estrellas–, y hubo hoy más de 500 invitados a un céntrico restaurante barcelonés para celebrar el medio siglo de vida de un imperio literario en español llamado Anagrama.

El jefe, también conocido como “el último mohicano” de la edición independiente es, por supuesto, Jorge Herralde. Pese a los premios, homenajes y distinciones recibidos a lo largo de su carrera, no puede ocultar la emoción de los más cercanos, “me alegra ver tantas caras conocidas”, en la gala del 50 aniversario de Anagrama. Esa “editorial de ensueño” o “el mejor club del que uno pueda formar parte”, a decir de Carlo Feltrinelli en su discurso, el hijo del legendario Giangiacomo Feltrinelli y presidente del grupo homónimo italiano al que pertenece la casa desde 2017, que “lanza flores al escenario de las librerías de todo el mundo”, loa el directivo, y cuyo catálogo histórico, editado con lujo y mimo para la fiesta, “es el producto editorial perfecto, y lo digo sin riesgo de que me contradiga Roberto Calasso aquí presente”, completa, con un guiño al viejo amigo y compañero de ruta de Herralde, histórico de Adelphi Edizioni.

Tras los discursos, Richard Ford sigue rememorando cómo conoció al jefe cuando apenas tenía 37 años y estaba “aterrado”, pero con el que acabaría publicando toda su obra. Y el jefe ya es “un gran amigo, generoso y empático, pero también muy serio, un editor con E mayúscula”, dice. “Ser editor es encontrar un equilibrio muy delicado, porque siempre tienes que estar abierto a la posibilidad de decir que no, incluso a un amigo. Yo por eso lo respeto, porque tengo la confianza de que nunca publicaría un libro mío si no creyera que vale la pena”, explica Ford. Mientras que Alesandro Baricco resume las virtudes de Herralde aún más: “Es un editor como los de antes. Si tuviera que encontrar un equivalente, sería como Gaston Gallimard en Francia”, dice el autor de Seda.

Un tanto más indiscreto y puede que divertido se muestra Hanif Kureishi, que no quiere oír ni hablar del Brexit. Kureishi confiesa que el famoso dream team británico, como se popularizó en castellano su generación (Barnes, Amis, McEwan, Ishiguro...) fue una travesura del editor, hincha del Barça y obsesionado entonces por el equipo de los sueños de Johan Cruyff. “El dream team fue una invención de Herralde. Obviamente que en el Reino Unido no nos llaman así, la etiqueta es suya”, explica.

En la misma línea jocosa de la indiscreción se ubica otro portento, Emmanuel Carrère, que define a su editor en castellano como “un hombre apasionado de la literatura, degustador de libros y de placeres literarios”, dice. Con él la relación es extremadamente fácil, pero lo que detesta es que pierda tiempo en el cine”, comenta risueño el realizador que en la actualidad prepara la adaptación de la novela El muelle de Ouistreham de la periodista Florence Aubenas, con un equipo de actores no profesionales, a excepción de la protagonista Juliette Binoche.

Puede que ese joven de la alta burguesía catalana que fundara a los 34 años su propia editorial –tras una estadía en París donde aprendería el oficio de François Maspero por consejo de Esther Tusquets– dedicada a la izquierda heterodoxa, el pensamiento libertario, el feminismo y la contracultura jamás soñara convertirse en el útlimo mohicano de la edición o “el jefe” de una tribu literaria sin fronteras y con tantas estrellas. Pero eso es lo que consiguió Herralde con medio siglo de Anagrama, porque allí estaban para soplar las velas Irvine Welsh, Yasmina Reza, Melania Mazzucco, Jean Echenoz, Jonathan Coe, Catherine Millet y tantos otros. Para no mentar además a los latinoamericanos y españoles como Pedro Juan Gutiérrez, Carlos Fonseca, Luis Goytisolo, Martín Caparrós, Marta Sanz y un largo etcétera. Y el cartel de lujo lo completaron incluso grandes editores y agentes internacionales, muy cercanos a la tribu Anagrama de un modo u otro, como Dominique Bourgois, Heinrich Von Berenberg, Olivier Rubinstein y Teresa Cremisi, entre otros.

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