martes, 15 de octubre de 2019

Algo más sobre los dos recientes premios Nobel

Sede de la Fondazione Santa Maddalena, en Toscana
El traductor cubano José Aníbal Campos, residente en Viena desde hace años, viene siendo un activo difusor de las literaturas en lengua alemana. Conocedor como pocos de la obra de muchos de los escritores que la ignorancia del mundo español y latinoamericano no conoce, reflexiona en el siguiente texto sobre Olga Tokarczuk y Peter Handke, los flamantes premios Nobel de Literatura 2018 y 2019, respectivamente.

Dos escritores

En 2014 recibí la sorprendente noticia de que la viuda del autor que me ocupaba por entonces, Gregor von Rezzori, al que dedicaba (y sigo dedicando) todo mi entusiasmo como traductor y divulgador, me invitaba a la residencia para artistas y escritores que, con el nombre de Fondazione Santa Maddalena, Beatrice Monti de la Corte-Rezzori fundó junto a su marido poco antes de que este muriera en 1998. A partir de ese momento, me convertí –sin hacer nada extra para ello salvo ser quien soy y asumirme como soy–, en un huésped asiduo de aquella casa, en la que no solo traduje buena parte de las obras del gran autor de la Bucovina, sino en la cual investigué muchísimo más sobre su vida y su obra, frecuentando a mucha gente que lo conoció y que me aportó una información de mucho valor sobre el escritor. 


Hoy, cuando muchos se preguntan quién es Olga Tokarczuk, he evocado aquella primera visita de 2014, cuando la autora polaca hoy galardonada con el Nobel visitó también por primera vez esa acogedora casona de la Toscana, perdida en un camino que discurre por una de las costillas de los Apeninos, esos barrancos que acaban clavados en el valle del Arno. Nunca llegué a verla en persona, pero allí estaban sus libros (en varios idiomas menos en castellano), allí estaban las nutritivas conversaciones en torno a su figura.

En ese país envilecido que es Hispania Paellae (lugar con ínfulas que solo sirve, si acaso, para ir a comer. Y no en todos los sitios, que hay muchas trampas para incautos turistas) apenas nadie sabe nada de esta magnífica autora. De Handke, en cambio, un mimado del gremio literario, que ahora un periódico como La Razón celebra como “rebelde” (en un juego manipulador del lenguaje que intenta degradar la hermosa voz “rebeldía” a lo que no ha sido más, en muchos momentos, que un desfasado, mimético y epigonal “epater le bourgeois”), correrán en los días siguientes ríos de tinta. Handke puede incluso darse el lujo de rechazar el importe del premio, porque, como mimado que sigue siendo, como constructo de una editorial (Suhrkamp) y de un mundillo literario muchas veces envilecido, ganará el doble vendiendo los derechos de cualquier cosa que escriba a partir de ahora, incluidas sus veleidades de divo.

Su premio es merecido, no lo discuto, existe una obra sólida detrás, y existe un momento de su carrera que fue importante, pero ello no debe hacernos olvidar en ningún caso todo lo que hay de criticable en esa pose de “poeta” que el autor de Carintia siempre ha sabido adoptar con maestría mimética. Me gusta la singularidad del Premio este 2019: por un lado, la Academia premia un modelo desfasado de escritor, el de la pose del “genio”, el del escritor en su torre de marfil que no se ocupa de los asuntos de este mundo, que se huele sus propias pestecillas y solo se mira el ombligo o los sucios espacios entre los dedos de los pies. Y el de una narradora con una fuerza extraordinaria, joven, activa en el mundo que la rodea, una escritora que es también CIUDADANA (independientemente de las ideas que defienda). 

Ojalá que el premio no la envilezca, convirtiéndola en una diva más. Yo, por mi parte, seguiré evocando aquella imagen de la narradora y mujer extraordinaria de la que tanto me nutrí en mi primera estancia en Santa Maddalena.

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