Guillermo Piro, en su columna del diario Perfil, publicó el pasado 26 de
septiembre una serie de reflexiones sobre algo tan básico como la forma física
que tienen los libros y sus razones. Se apoya en lo que escribe la periodista Danika
Ellis sobre los libros de Keith Houston y de Robert Bringhurst, Lean y entérense.
La forma del libro
Cualquiera
que tenga una biblioteca sabe que los libros no tienen todos las mismas
dimensiones. Incluso aquellos que pertenecen a la misma categoría, los de
bolsillo, por ejemplo, suelen tener distintos tamaños. A pesar de esta
multiplicidad de dimensiones, casi todos los libros tienen las mismas
proporciones. Lo saben hasta los que no tienen una biblioteca.
Efectivamente,
casi todos son rectángulos más altos que anchos. La periodista Danika Ellis
cuenta en el sitio Book Riot a qué se debe eso. Partiendo del libro The Book, de Keith Houston, Ellis
explica que las proporciones rectangulares de los libros no son una invención
moderna y que incluso libros muy antiguos tienen las mismas proporciones. Las
razones tienen que ver con la historia de la imprenta, las proporciones
matemáticas y la anatomía del lector.
Según
Ellis, un factor importante es que leemos líneas, y que si estas son demasiado
largas o demasiado cortas nos perdemos. En Los
elementos del estilo tipográfico, Robert Bringhurst sostiene que la
longitud de una línea debería estar comprendida entre los 45 y los 75
caracteres; lo ideal sería 66. Por esa razón, las publicaciones de dimensiones
más grandes, como diarios o revistas, tienen las páginas divididas en columnas.
Además leemos sosteniendo el libro con la mano, por lo que las dimensiones de
estos son similares a las de nuestras manos. Los primeros libros impresos eran
más grandes porque se apoyaban en un atril.
Antiguamente
se escribía en papiros, que se desenrollaban de izquierda a derecha y tenían el
texto dividido en columnas. A partir del siglo I d.C. se difundió en Europa el
uso del pergamino, una superficie de escritura hecha de piel de animal (ovejas,
cabras y vacas): se adaptaba mejor que el papiro al clima húmedo y no debía
importarse de Egipto. El pergamino dio origen a la primera forma de
libro, el códice, compuesto por páginas cosidas. El códice fue ganando espacio
entre los siglos II y IV d.C., y a partir del IV tuvo su momento de gloria,
suplantando definitivamente al papiro.
Posiblemente
la altura de los primeros códices estuviese influenciada por la altura de los
viejos rollos de papiro, pero seguramente dependía de la forma rectangular de
las pieles de los animales, que fácilmente eran dobladas en cuatro o en más
partes para formar las páginas del códice. Cerca del año 100 d.C., en China, se
inventó el papel, cuya utilización de difundió a partir del siglo III, y se
volvió común en el VI. Otro aspecto a considerar es que las dimensiones de las
páginas dependían de las bañeras donde se producía el papel, que naturalmente,
luego de los sucesivos plegados, daría por resultado una hoja más pequeña.
Ellis
recuerda que existen proporciones matemáticas en la construcción de una página.
La sección áurea, llamada también proporción divina, pasó de la matemática al
arte: el número irracional 1,618 es común tanto en la Biblia de Gutenberg como
en los más modernos libros de bolsillo de Penguin. O incluso en ebooks como el
Kindle o Nook.
Como
es de esperar, estas proporciones y dimensiones no valen para todos los libros.
Aunque las editoriales argentinas son reacias a la novedad o la experimentación
en ese aspecto (como ya vimos, el tamaño de los libros está ligado al de la
resma o la bobina original, lo que implica un mayor aprovechamiento que
desembocará en el valor de venta). Y luego están los libros infantiles, que se
diversifican a niveles inimaginables: rectangulares, cuadrados, con forma de
casa, paraguas o locomotora.
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