martes, 8 de octubre de 2019

Sepa por qué los libros son como son y por qué podrían ser de otra manera, o vaya uno a saber

Guillermo Piro, en su columna del diario Perfil, publicó el pasado 26 de septiembre una serie de reflexiones sobre algo tan básico como la forma física que tienen los libros y sus razones. Se apoya en lo que escribe la periodista Danika Ellis sobre los libros de Keith Houston y de Robert Bringhurst, Lean y entérense.

La forma del libro

Cualquiera que tenga una biblioteca sabe que los libros no tienen todos las mismas dimensiones. Incluso aquellos que pertenecen a la misma categoría, los de bolsillo, por ejemplo, suelen tener distintos tamaños. A pesar de esta multiplicidad de dimensiones, casi todos los libros tienen las mismas proporciones. Lo saben hasta los que no tienen una biblioteca.

Efectivamente, casi todos son rectángulos más altos que anchos. La periodista Danika Ellis cuenta en el sitio Book Riot a qué se debe eso. Partiendo del libro The Book, de Keith Houston, Ellis explica que las proporciones rectangulares de los libros no son una invención moderna y que incluso libros muy antiguos tienen las mismas proporciones. Las razones tienen que ver con la historia de la imprenta, las proporciones matemáticas y la anatomía del lector.

Según Ellis, un factor importante es que leemos líneas, y que si estas son demasiado largas o demasiado cortas nos perdemos. En Los elementos del estilo tipográfico, Robert Bringhurst sostiene que la longitud de una línea debería estar comprendida entre los 45 y los 75 caracteres; lo ideal sería 66. Por esa razón, las publicaciones de dimensiones más grandes, como diarios o revistas, tienen las páginas divididas en columnas. Además leemos sosteniendo el libro con la mano, por lo que las dimensiones de estos son similares a las de nuestras manos. Los primeros libros impresos eran más grandes porque se apoyaban en un atril.

Antiguamente se escribía en papiros, que se desenrollaban de izquierda a derecha y tenían el texto dividido en columnas. A partir del siglo I d.C. se difundió en Europa el uso del pergamino, una superficie de escritura hecha de piel de animal (ovejas, cabras y vacas): se adaptaba mejor que el papiro al clima húmedo y no debía importarse de  Egipto. El pergamino dio origen a la primera forma de libro, el códice, compuesto por páginas cosidas. El códice fue ganando espacio entre los siglos II y IV d.C., y a partir del IV tuvo su momento de gloria, suplantando definitivamente al papiro.

Posiblemente la altura de los primeros códices estuviese influenciada por la altura de los viejos rollos de papiro, pero seguramente dependía de la forma rectangular de las pieles de los animales, que fácilmente eran dobladas en cuatro o en más partes para formar las páginas del códice. Cerca del año 100 d.C., en China, se inventó el papel, cuya utilización de difundió a partir del siglo III, y se volvió común en el VI. Otro aspecto a considerar es que las dimensiones de las páginas dependían de las bañeras donde se producía el papel, que naturalmente, luego de los sucesivos plegados, daría por resultado una hoja más pequeña.

Ellis recuerda que existen proporciones matemáticas en la construcción de una página. La sección áurea, llamada también proporción divina, pasó de la matemática al arte: el número irracional 1,618 es común tanto en la Biblia de Gutenberg como en los más modernos libros de bolsillo de Penguin. O incluso en ebooks como el Kindle o Nook.

Como es de esperar, estas proporciones y dimensiones no valen para todos los libros. Aunque las editoriales argentinas son reacias a la novedad o la experimentación en ese aspecto (como ya vimos, el tamaño de los libros está ligado al de la resma o la bobina original, lo que implica un mayor aprovechamiento que desembocará en el valor de venta). Y luego están los libros infantiles, que se diversifican a niveles inimaginables: rectangulares, cuadrados, con forma de casa, paraguas o locomotora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario