miércoles, 27 de octubre de 2021

No sólo los concursos literarios del mundo hispanoamericano despiertan sospechas


Con información de AFP y The New York Times, alguien, medianamente informado, publicó la siguiente noticia en Cultura InfoBAE del 25 de octubre pasado: “La Academia que dirige el prestigioso galardón modificó las normas ya que uno de los candidatos, François Noudelmann, era la pareja de Camille Laurens, miembro del jurado. Detalles del drama y de la drástica decisión final”. Y lo de “medianamente informado” viene a cuento porque desde hace décadas que “los cafés de Saint-Germain-des-Prés” ya no son el “reducto de la clase literaria francesa”, lugar común de pacotilla, como se lee en el artículo. Si el resto de la información es así, en fin… 

Escándalo en el Premio Goncourt: acomodo, conflicto de intereses y cambio repentino en las reglas para votar

 

El gran premio literario Goncourt, el más famoso y reputado de Francia, se ve envuelto en una polémica y cambia sus reglas para no despertar más sospechas de nepotismo. ¿Qué fue lo que pasó con este prestigioso galardón que lleva casi 120 años de historia?

 

Todo comenzó cuando los diez miembros del jurado se reunieron este mes para elaborar la lista de candidatos y, entre ellos, se encontró que uno de los seleccionados era pareja de Camille Laurens, novelista y crítica de libros de Le Monde. Incluso, la obra estaba dedicada a una tal “C.L.”. Sin embargo, decidieron en una votación de 7 a 3, que la pieza se inculiría en la lista. Por supuesto, Laurens voto por el “sí”.

 

Se trata de Les enfants de Cadillac, de François Noudelmann. Luego de un largo debate, decidieron cambiar las reglas y el libro en cuestión no fue retenido en la segunda ronda de seleccionados ya que esta norma tiene efecto inmediato. El Gouncort no solo da prestigio, sino también convierte a la obra seleccionada en una de las más vendida del país europeo y asegura también la traducción a otras lenguas. En 2020, por ejemplo, La anomalía, de Hervé Le Tellier, vendió más de un millón de ejemplares solo en su país, una cifra impensada para otra publicación de ficción.

 

Desde hace unos años, los galardones franceses reciben acusaciones de poco transparentes y no sin poca razón. El año pasado, cuando algunos miembros del jurado del Renaudot, el segundo reconocimiento más prestigioso, aceptaron haber coronado a Gabriel Matzneff en 2013 porque era amigo de varios de de ellos y “querían animarlo mientras atravesaba una mala racha”. El escándalo salió a la luz tras las acusaciones de pedofilia hacia Matzneff, por parte de Vanessa Sprigora, quien contó que a los 14 años mantuvo una relación con el escritor cuando este tenía 50 años.

 

En ese sentido, los premios franceses están rodeados de sospechas en cada edición, ya que los jurados hacen lobby abiertamente por libros en los que tienen un interés personal o profesional; incluso muchos de ellos trabajan para grandes editoriales y defienden los títulos de sus empleadores u obras que ellos mismos editaron.

 

Pero el Goncourt no solo es respetado por ser el abanderado de la novela francesa desde hace 118 años, sino también porque desde 2008 realizó cambios en sus reglas para ser más honesto y creíble, algo que otros premios rechazaron. Aquellos cambios fueron realizados con Bernard Pivot en la presidencia, pero tras retirarse en 2019 en los cafés de Saint-Germain-des-Prés, reducto de la clase literaria francesa, comenzó a barajarse la idea de volver al pasado. Y así sucedió.

 

Entre los cambios implementados por Pivot se encontraba que los jurados ya no pueden trabajar en editoriales como tampoco ser vitalicios. Además, deben jubilarse a los 80 años y leer realmente los libros que se evalúan. De acuerdo a un análisis de The New York Times la década anterior a las reformas de 2008, casi dos de los diez jueces del Goncourt en un año dado tenían vínculos con la editorial del ganador. Pero desde 2008, el número de jueces con esos vínculos se redujo a uno.

 

Pivot declaró estar “sorprendido” y “conmocionado” por la decisión del Goncourt de incluir el libro en cuestión en su lista. “Es obvio que, como presidente de la Academia Goncourt, no habría aceptado incluir en una lista el libro de un marido, una mujer o un amante”, dijo. Y agregó: “Lo que hace que uno se niegue a incluir en una lista un libro cuyo autor es allegado a un miembro de la Goncourt es el sentido común”.

 

A comienzos de octubre, los miembros del jurado del Goncourt se reunieron para almorzar en Drouant, restaurante de París donde se celebran las reuniones desde hace un siglo, y elaboraron una lista de 16 novelas. Allí surgió el conflicto: un título requería una votación especial, Les enfants de Cadillac, de François Noudelmann, pareja de Camille Laurens. Se decidió que no había conflicto de intereses, en parte porque Laurens y Noudelmann no estaban casados ni en unión civil.

 

En una entrevista por correo electrónico, Laurens, que se convirtió en miembro del jurado el año pasado, dijo que había sido transparente respecto de su relación y que “nunca había alentado a los otros miembros del jurado” a leer el libro. Sin embargo, algunos miembros, incluido el presidente Decoin, se sorprendieron de que votara.

 

“Pensé que no iba a votar”, dijo el actual presidente Didier Decoin, que fue parte de la minoría de tres. “Así que votó. Es extraño, pero es asunto suyo”. Por su parte, Philippe Claudel, que es el secretario general del jurado e integraba la mayoría de siete, dijo que ninguna norma interna impedía a Laurens votar. “En mi opinión, no se puede culpar a Camille Laurens de violar una regla que no existe”, dijo. Todo corría por los carriles normales, la lista se hizo oficial, pero Laurens dio un paso en falso que la dejó en evidencia. Desde su columna en Le Monde criticó la selección de La carte postale, de Anne Berest.

 

La obra de Berest, considerada como una de las candidatas a ganar el premio, trata temas similares a la obra de su pareja: exiliados judíos en Francia y el Holocausto. Por otro lado, La carte postale había obtenido muchos elogios de la crítica y ventas, mientras que Les enfants de Cadillac había despertado poco interés. Esto hizo que la mirada de los círculos literarios se centraran en la relación de Laurens con Noudelmann.

 

Así, la emisora de radio pública France Inter, que fue la primera en revelar el conflicto de intereses, aseguró que la crítica de Laurens era de una “brutalidad inaudita”, mientras el semanario L’Obs sostuvo que la reseña viró hacia los ataques personales contra Berest al calificarla de “experta en el chic parisino” y compararla con alguien que entrara en una cámara de gas con “sus grandes zuecos de suela roja”. El libro, escribió Laurens, era “La Shoah para idiotas”.

 

En su correo electrónico, Laurens aseguró haber escrito la reseña antes de que el Goncourt decidiera quiénes eran los candidatos y que ella era una “crítica independiente” y estaba siendo señalada por ser mujer. “No es la primera vez que escribo una crítica virulenta de un libro”, dijo. “Y una vez más, observo que mis argumentos nunca se analizan y que la gente prefiere decir que soy ‘brutal’ y ‘perversa’”.

 

En la polémica ingresó Jean-Yves Mollier, experto en la historia de la edición francesa, quien comentó que la reseña formaba parte de una larga tradición de competencia por los premios literarios. “Asesinó directamente a uno de los candidatos”, expresó. En ese sentido, Decoin anunció que impulsaría una nueva norma que obligara a los miembros del jurado que tuvieran un conflicto de intereses a abstenerse de votar. Claudel aclaró que estaba de acuerdo, pero subrayó que los actuales jurados estaban tan comprometidos con la ética como Pivot.

 

Bernard Pivot es una excelente figura moral, y creo que todos los que están alrededor de la mesa también lo son”, dijo tratando de mantener el prestigio del premio. “Sería sumamente inapropiado decir que la moral radica en una sola persona”. Lo cierto es que el jurado del premio más importante de las letras francesas reaccionó rápido para frenar las críticas ante la supuesta opacidad del proceso de selección y los conflictos de interés. El objetivo de estos cambios es, según la Academia, “respetar el secreto del voto”. ¿Lo habrá conseguido?

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