Siempre es un gusto enorme dar a conocer textos de Marietta Gargatagli y acá va uno, cuya primera versión se publicó el 5 de julio de 2002 en El trujamán. Modificado por la autora, trata sobre Raymond Chandler y la oralidad; o sea, una vuelta de tuerca sobre el estilo como forma de traducción.
La biografía de
un estilo
Raymond Chandler tuvo un profesor en el colegio de Dulwich, Inglaterra, que pedía a sus alumnos un ejercicio entonces frecuente y hoy singular: traducir un texto clásico del latín al inglés y luego volver a escribirlo en latín. Las retroversiones eran una severa disciplina verbal porque exigían extraordinaria minuciosidad: los placeres del mot juste, aprendidos tan tempranamente, nunca lo abandonaron.
La remota lección estuvo presente cuando hacía cuentos para revistas elegantes o cuando participaba en el feroz mercado del pulp , escribiendo relatos de dieciocho mil palabras pagados a centavos de dólar la palabra. Sus colegas, meros asalariados de la imaginación, se limitaban a contar historias entretenidas; Chandler buscaba un estilo, esa cualidad de la alta literatura que establece la verdadera diferencia entre lo malo y lo bueno, lo perecedero y lo inmortal.
Escribir El sueño eterno, su primera novela, le llevó cincuenta años. Solo después de una ejercitación obsesiva pudo armar la arquitectura de una narración larga y dotarse de una voz, la del escéptico y sentimental Philip Marlowe.
“Si no hubiera estudiado latín y griego —dijo una vez Chandler—, dudo que supiera ver la diferencia entre lo que llamo estilo vernáculo y lo que calificaría de estilo iletrado o faux naïf. Son dos cosas muy distintas”.
Transformar el slang americano en lengua poética es, en cierto modo, una traducción. Las tonalidades de lo oral, útiles en una taberna, pueden ser adorno equívoco en un personaje. En la ficción, los héroes, las heroínas y los desalmados deben hablar como personajes de ficción. Lograr ese matiz, en el que se basa toda la credibilidad de un relato, es semejante a encontrar la equivalencia entre dos lenguas. La oralidad imaginada debe decir lo mismo que la oralidad real, pero las palabras siempre serán otras. Como en las traducciones.
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