martes, 18 de octubre de 2022

¿Qué es lo que está pasando con el papel?

Foto: Jazmín Tesone


Uno de los muchos problemas que afectan a la industria editorial de la región es la falta de papel. Y esto ocurre a tal punto, que muchas editoriales han debido alterar sus planes en razón de lo difícil que se ha vuelto conseguir el insumo. El pasado 1 de agosto, en el número 53 de la revista Crisis, de Buenos Aires, Nicolás Perrupato y Sebastián Rodríguez Mora, publicaron el siguiente artículo en cuya bajada se lee: “El papel se ha convertido en un bien escaso y costosísimo para imprimir esta revista, libros o incluso para los cientos de miles de cajas que llegan en motos vía las aplicaciones. No es un conflicto reciente. Tiene una historia larga de monopolios privados, gobiernos bobos y un mapa geopolítico mundial con enorme capacidad de incidencia. Radiografía meticulosa de la industria papelera”.

Flojo de papeles

Esta edición física de crisis fue impresa sobre tres tipos distintos de papel. La versión en tinta de estas palabras, en este párrafo, son una partecita de las 56 páginas de papel bookcel, también conocido como ahuesado por el tono no exactamente blanco de su superficie. Con algunas variaciones en el gramaje, es el mismo papel que se usa para imprimir libros. Todo el bookcel de fabricación nacional es producido por una sola empresa: Celulosa Argentina.

Las hojas más brillantes sobre las que está impreso el ensayo fotográfico que parte en dos todas las ediciones de esta época de la revista son de papel ilustración. Desde hace unos años, nadie en el país lo produce, viene todo importado. La tapa y contratapa están hechas con papel chambril de 210 gramos, algo parecido a las cartulinas escolares pero más denso. Es posible conseguir producción nacional de este papel, pero durante 2020 y 2021 por momentos faltó stock.

Entender qué pasa con el papel es un tópico ya clásico para esta revista a través de sus tres épocas. En el número 19, publicado en noviembre de 1974, Carlos Vilar Araujo concluía que la cultura del papel estaba en peligro, pero su escritura iba en paralelo con niveles de autoabastecimiento altos y en crecimiento. En el número 59, de abril de 1988, Vicente Muleiro interrogaba a la industria del libro ante la recesión, y la discusión parecía redundar en hasta dónde abrir la importación de papel para ayudar a los editores y salvar el libro. El cambio de situación entre una y otra nota era evidente.

Hoy el problema de abastecimiento va mucho más allá de las superficies sobre las que imprimir: según datos del Indec, solo representa al 10% de todo el papel que se produce y demanda en Argentina. El 90% restante está en todos lados, desde el papel higiénico hasta la caja en la que viene la pizza vía delivery o lo que compramos por MercadoLibre.

El precio de todos los productos hechos con papel aumentó mucho en el último tiempo a nivel mundial. Con la pandemia la producción de papel blanco mermó porque las fábricas pararon. Las papeleras se volcaron cada vez más a la fabricación de packaging por la demanda de los envíos a domicilio y no tienen planes de cambiar de rumbo. Además, la crisis logística desatada en la pospandemia disparó el precio de barcos y containers. Y el factor más reciente fue la guerra en Ucrania, que significó la suspensión de dos enormes productores de madera y papel. A todo eso hay que salpimentarlo con los ingredientes domésticos: desabastecimiento, oligopolios, regulaciones, falta de inversión.

Preguntarnos de qué están hechos los 238 gramos de cada ejemplar de la revista que editamos hace 11 años es el punto de partida de esta investigación. Desde allí nos llevará a entender la industria del papel en estos tiempos.

Pasta nacional
“El papel es sobre todo agua”, dice un industrial con largos años en el negocio de la impresión. Hacer papel es mezclar lo sólido –madera ya trozada en pequeñas porciones o papel que se recicla– con lo líquido y calentarlo. Para eso, las productoras de pasta celulosa utilizan pulpers, gigantescas ollas con hélices en su interior que centrifugan y mezclan mientras el agua hierve y el vapor sale. La producción de pasta celulosa es una de las industrias de base –como el petróleo– porque de su oferta dependen muchas otras actividades productivas. Se la considera una industria pesada porque exige una gran inversión de capital.

El siguiente paso es llevar la pasta celulosa hacia el papel. Al revés que en la cocina, después de hervirla a esta pasta hay que estirarla y secarla en enormes máquinas, como Pastalindas de dos cuadras de largo. Allí ingresa lo húmedo y sale, dependiendo el producto, lo que sirve para escribir (las resmas escolares), para imprimir (bookcel o papel de diarios), para limpiar y secar (papel higiénico o tissue), para envolver (kraft, con el que se hace el cartón). Una vez finalizado el proceso, los diversos papeles se almacenan en bobinas de varios metros de altura que luego son fraccionadas y refraccionadas en las siguientes etapas de la cadena productiva.

Es tanta la necesidad de agua para la pasta que uno de los ejes geográficos de las plantas de producción es el curso del río Paraná, desde Misiones al Delta. En esta zona, donde prima la empresa Celulosa Argentina, se aprovecha la madera mesopotámica de Corrientes y Entre Ríos. Celulosa es parte de Tapebicuá, un grupo más grande que tiene su propia forestadora. En el Noroeste argentino, sobre todo en Tucumán, es el bagazo de la caña de azúcar el principal recurso sólido para papel. Allí prima Ledesma, que no deja caña sin usar: azúcar y fibra. Papelera Tucumán desde hace un tiempo volcó su producción al papel marrón para packaging.

Cuando pasamos a mirar dónde es que se corta y se consume la pasta nacional, la ubicación de las fábricas que producen a partir del papel salido de las pasteras es más difusa y se ubica en general cerca de la demanda urbana. En la producción del papel que sirve para otras cosas distintas a la impresión hay que apuntar a actores de peso: la chilena Arauco, importante en la producción de pasta, y Arcor, con un peso decisivo en el mundo del cartón y los papeles industriales, mediante Cartocor y Zucamor.

Queda claro: quien amasa la pasta domina el mercado. En Argentina, y a pesar de las relativizaciones de sus directivos en discreto diálogo con crisis, Celulosa Argentina y Ledesma determinan las condiciones de todo lo que viene después, aguas abajo, al controlar el valor y el volumen de producción. No logran abastecer el total de la demanda nacional de papel, por lo que un porcentaje se importa. Pero no siempre fue así: hay una historia que repasar.

La dictadura del papel
“Desde el Cabo de Hornos hasta Méjico hay menos fábricas de papel que las que encierra la ciudad de Pittsburgh en Pennsylvania con menos de cien años de existencia y a doscientas leguas de la costa”. En 1871, Domingo Faustino Sarmiento se lamentaba en la exposición industrial por la falta de papel argentino. La década anterior varios pioneros peticionaban apoyo al Congreso para crear una industria nueva en el país y durante esa década varios privilegios se tramitaban para distintas experiencias de producción de papel. Sin embargo, la cosa no caminaba del todo: eran experiencias para hacerlo sin la provisión previa de pasta de celulosa. Por entonces hasta los más nacionalistas sabían que con el papel había que hacer la excepción: de su importación dependía la circulación de noticias e ideas. En el censo industrial de 1887 no se registran fábricas que lo produzcan. Es a inicios del siglo XX que comienzan a existir las primeras, pero la totalidad de la materia prima seguía siendo importada, faltaba la industria de base.

La primera gran empresa del sector fue Celulosa Argentina. Nacida en 1929, no solamente elaboraba la pasta de celulosa sino que también producía papel, siendo la primera de estas características en Sudamérica. A principios de la década de 1970 producía el 80% de la pasta celulósica en Argentina. En 1982, sin embargo, llama a concurso de acreedores. La historia opera como testigo del derrotero industrial argentino: creció con el enorme apoyo estatal de los programas de sustitución de importaciones, se endeudó en los setenta con la reestructuración, y en los ochenta y noventa perdió pujanza de la mano de accionistas que buscaban recuperar su inversión vendiendo activos.

En Argentina las fábricas de celulosa se desarrollaron al calor del apoyo estatal mediante distintos tipos de promociones industriales. En los años 40 aparecen las primeras intervenciones oficiales en el asunto: el primer régimen de promoción industrial de 1944 y la primera ley de defensa de los bosques naturales de 1948 significaron una inédita facilidad para importar pasta celulósica, mientras que protegió al sector contra importaciones competitivas, además de dar inicio a la forestación comercial. Con el desarrollismo a fines de los 50, la promoción industrial consistió en estimular la importación de bienes de capital para producir pasta quitando aranceles, a la vez que se sostenía fuerte la restricción al papel importado y en menor medida la pasta y el papel para diarios.

A fines de los años sesenta se produce un acuerdo nacional sobre un necesario salto cuantitativo en la producción para abastecer la demanda interna. Es una década en la que por unos días Fernando Donaire, un obrero del papel, fue secretario general de la CGT, y en que la provisión de papel se enfocaba como un asunto estratégico. Producto de esos lineamientos, en la década siguiente nacen Papel Prensa para producir pasta y papel de diario, Papel de Tucumán (hoy Papelera Tucumán), Alto Paraná, la mayor productora de celulosa, creada para que se asocie con las medianas para provisión de pastas a todas ellas, y Papel Misionero, abierta por el gobierno provincial de Misiones. Aquel fue el último gran salto en la capacidad instalada de la industria papelera.

Como señala el economista Jorge Schvarzer, son las dictaduras de Onganía y Videla las que más protegen y fomentan el papel nacional. Lo que a primera vista resulta contraintuitivo debe tomarse como ejemplo del carácter selectivo de la desindustrialización dictatorial. Siguiendo la saga neoliberal, la apertura de importaciones de los años 90 implicó los trastornos que cruzaron a toda la industria nacional, con un tipo de cambio sobrevaluado, competencia encarnizada, en paralelo a la caída del precio internacional de la pasta de celulosa. La integración productiva entre varios actores se desploma en un escenario de oligopolización y extranjerización.

Por esos años, Citicorp adquiere el control de Celulosa Argentina, para luego pasar a la uruguaya Fanapel y finalmente al grupo argentino Tapebicuá, que cotiza en Bolsa. Alto Paraná pasa a manos de la empresa chilena Arauco. Papelera Tucumán, luego de varios cambios de dueño, queda bajo el control de Alberto Pierri. Papel Misionero es privatizada por el gobierno provincial en 1997 y hoy produce para Cartocor de Arcor, líder en la producción de envases.

Alto precio
La producción de pasta celulósica nacional viene en caída desde que empezó el siglo XXI. Ya a principios de los 80, cuando se inauguraba Alto Paraná, la capacidad instalada de producción de pasta pasaba de 500.000 a 800.000 toneladas anuales.

Estos niveles se mantienen con vaivenes en los noventa hasta que luego de la devaluación, a principios de siglo, se ve el pico de producción: poco más de 1 millón de toneladas por año, de los que se consumen 800.000. Hoy la producción no llega a los 700.000. Las cifras son de la Asociación de Fabricantes de Papel y Celulosa, la más poderosa de las coordinaciones empresariales del sector.

La producción se decide entre un hermano mayor (Celulosa Argentina) y uno menor (Ledesma), que se ramifican para abajo y discuten los márgenes de importación. Pero también se explica por la vejez de la mayoría de los equipos de la rama.

En cuanto al papel, su producción nacional global se mantiene estable en torno a 1.7 millones de toneladas por año hace una década. Sin embargo, hoy se consumen 2.1 millones de toneladas anualmente. El resto se importa. Tras los proyectos de los años sesenta y setenta, la única carta para incidir del Estado parece ser abrir la importación, en alianza con un mundo editorial apremiado por los números que busca frenar el alza de precios en su insumo principal.

crisis consultó acerca de la idoneidad de estadísticas sobre la producción de papel presentadas por el Indec pero generadas por la Asociación de Fabricantes de Papel, principal jugador del sector. “¿Qué otra fuente o elaboración tanto en Argentina u otro país es válida para cualquier producto industrial?”, devolvieron.

Una escena apenas pretérita: reunión en la Secretaría de Comercio capitaneada por Paula Español. Se discuten aranceles para importar papel. De un lado editores grandes, imprentas y compradores de papel que buscan arbitraje ante el dominio de la situación por parte del binomio Celulosa–Ledesma, que a su juicio imponen el precio. Del otro lado, los productores argentinos –aunque la ramificación de sus paquetes accionarios contradiga el gentilicio– insisten que el mercado está abastecido. Uno de los presentes levanta la mano y pregunta cuándo hablarán de las resmitas (como se conoce a la unidad de compra de las editoriales pequeñas). Le confirman que se equivocó de reunión: “Acá están discutiendo los grandes”.

“Hoy, en un mercado que está muy justo, cuando hay un pico de demanda –el Censo, la Feria del Libro, las compras de manuales del Estado– se producen desbalanceos y, como hay restricciones a la importación, no podés compensar. Todo se traslada a precio”. El que habla es un representante de la Cámara Argentina del Papel. Distribuidores, importadores y algunos productores de papel coinciden en el diagnóstico.

Romper el envoltorio
“Cada vez que viene una compra estatal grande estamos todos cagados de que va a faltar papel”; “Hace un tiempo me llamaron de una de las productoras de papel para decirme que vieron cómo entraba un cargamento importado. Me avisaron que la próxima que fuera a comprarles no iba a haber stock para mí”; “Si no te sirve mi papel no me compres más, tengo a quién venderle”.

Todas estas frases salen bajo la condición de sumo anonimato y discreción entre papeleros y editores. También revela un síntoma del momento y precisa dónde está la manija del asunto.

Hoy se produce un quinto del papel de diario que se producía en 2011 (34.000 toneladas en 2021) y también, un 40 % menos de papeles de impresión que entonces. La tendencia a la baja en los volúmenes se explica en gran parte por la digitalización de la vida, pero el reverso de eso es el crecimiento de los papeles para embalaje (+20%) y del tissue (+40%). Lo que era diario son cajas y lo que era libros y revistas ahora es papel higiénico y sanitario. Dejamos a quien lea cifrar si es que estamos ante algún tipo de metáfora.

En papel para impresión, el consumo es 230.000 toneladas al año y 205.000 las que se fabrican en Argentina, pero “estaríamos en condiciones de abastecer todo el mercado”, asegura una autoridad de Celulosa. “No pueden decir que falta papel cuando yo entregué un 70 u 80 % más de papel bookcel que en 2021. Fue demanda genuina porque hubo más producción de libros. Pero pasó que con la pandemia hubo momentos de parada de producción porque teníamos media planta contagiada o aislada. Entonces iban a los comercializadores y como no había resma justo en ese momento crítico te dicen que no hay papel en el país”.

Otro aspecto clave que no se ve a simple vista pasa por el modo de fabricación. Las gigantescas máquinas que transforman pulpa en papel son continuas, como los hornos de fundición que casi nunca se apagan. Por lo tanto, deben programar su producción: estas semanas papel de 120 gramos, las siguientes dos de 90 gramos, y así. Si crece la demanda de un gramaje, repiten esa fabricación y saltean la que estaban por hacer. Ahí la explicación para los momentos en que no hay stock.

Según afirma este mismo directivo, la inversión de capital en las fábricas de papel es muy grande y no se amortiza en seguida. La última inversión del grupo Tapebicuá fue en una máquina para papel tissue que valió algo más de 30 millones de dólares. “Pero si quiero poner una máquina de papel para fabricar mucho más bookcel, que no tiene sentido porque no hay mercado y con lo que producimos somos superavitarios, necesitamos 200 y pico de millones de dólares”. Habría entonces una serie de grietas entre abastecer holgadamente una demanda argentina que no es tan robusta y producir tanto de más para competir en el exterior. Aun así, desde Celulosa aceptan que hay un porcentaje que se exporta.

Planes de cartón
Aldo Kaston llegó a ser el mayor productor de libros de autores locales en Chaco. Ahora está volcado al packaging, como la mayoría de las pequeñas imprentas. En su análisis pone el foco en que “todo se volcó hacia el kraft (el marrón, el del cartón). Al cerrar la importación de lo que era el recorte, las mayores consumidoras dejaron de importar papel y compran prácticamente el stock de las papeleras”. Ahí se abre una dimensión conflictiva. Con la importación de fragmentos desechados de la producción de papel y el cartoneo se hacen más de la mitad de los cartones para el packaging nacional. La disputa por el valor de esos recortes enfrentó en 2022 a Juan Grabois, que denunció la importación de basura de Estados Unidos que bajaba el precio del cartón que recogían las y los cartoneros, con el ex ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas, que representaba el interés empresario por producir al menor costo posible. Hasta estos rincones llegaba el descalabro importador: cuando las cartoneras denunciaron el uso de dólares para importar recortes que ellas mismas recogen diariamente, algunos empresarios comenzaron directamente a importar bobinas porque en el cálculo seguía conviniendo stockearse de materias primas así, con el dólar barato. Por eso al momento de cerrar esta nota, cuando las administración de las divisas se ajustó, los compradores de reciclado negociaban en mejores condiciones y stockeados le bajaban el precio al principal producto del mundo cartonero.

Pero Kaston piensa en usar los pocos dólares del Banco Central para otra cosa. “Hoy para una papelera no hay que invertir cientos de millones como era antes. Hoy vos te vas a China y por 600.000 dólares te traés una fábrica para tissue. Podés producir para vos y para dos o tres más y comenzás a relajar la situación. Y tenés cartón de la calle, árboles, caña de azúcar. Una papelera que haga 1500 toneladas por mes abastecería bien nuestra zona y descomprimiría”.

Mientras cerramos este informe, el precio del papel higiénico llega a los medios informativos y Celulosa Argentina informa a sus clientes que en agosto apagará una máquina durante algunos días para realizarle mantenimiento, lo que redundará en más faltantes. A su vez, la restricción en los permisos para importaciones por la falta de dólares son un dolor de cabeza para distribuidores e importadores –dentro de los cuales destaca Gravent–, que llenan el vacío con la producción de afuera y en ese escenario pujan por valorizar su stock. En este panorama poco alentador, algunos actores prenden velas a la llegada de Scioli a Desarrollo Productivo. Sueñan con que las rondas de negocios que el exmotonauta auspiciaba y vinculaban los parques industriales bonaerenses con San Pablo den un salto para convertirse en asociaciones virtuosas que atiendan la demanda sin reducir a cero la producción nacional. Todas son posibles respuestas comerciales a un problema industrial que revelan, como dice el trapero Dillom, que mejor que tener sueños es tener planes.

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