lunes, 3 de octubre de 2022

En los Estados Unidos, el progresismo libra su batalla contra una idea retrógrada de la cultura

 

Que un diario tan conservador como La Prensa, de Buenos Aires, publique un artículo como éste –presumiblemente surgido de un cable de la agencia EFE–, que, sin firma, apareció el pasado 2 de octubre, resulta curioso. No porque no sea posible detectar un cierto tono crítico detrás de lo que se dice, sino porque, curiosamente, logra filtrarse algo de la información que, es dable imaginar, se critica. Según su bajada, la síntesis es ésta: “Grupos de padres, junto con gobernantes y medios de prensa conservadores encabezan una campaña para sacar de circulación obras que promueven la ideología de género o el movimiento woke. Autores progresistas denuncian casos de censura.

Escaramuzas de la batalla cultural

La batalla cultural se libra en Estados Unidos en dos frentes: la ideología de género y la llamada “teoría crítica de la raza”, sustento intelectual del movimiento woke que aspira a reescribir la historia del país centrándose en el papel que tuvo en ella el racismo. Quienes rechazan estas dos versiones, fundamentalmente padres de familia, han llevado el combate a las escuelas y las bibliotecas escolares para impedir que sus hijos caigan bajo la influencia de los nuevos ideólogos. En el centro de la contienda está la circulación o no de libros escritos con intención de adoctrinar a los más jóvenes.

En reacción a ese adoctrinamiento, unos 1.600 libros fueron prohibidos durante el último año en miles de escuelas norteamericanas, gracias, en parte, al empeño de organizaciones vinculadas a grupos conservadores.

Esta campaña ha sido alentada, promovida o ejecutada por políticos del partido republicano, como los gobernadores de Florida, Ron DeSantis (posible candidato presidencial en 2024), o de Texas, Greg Abbott.

En esos dos estados ya se aprobaron leyes que prohíben en concreto la enseñanza en colegios públicos del libro The 1619 Project, de la periodista Nikole Hannah-Jones, una suerte de manual para el omnipresente movimiento woke.

Las principales condenas dirigidas al libro de Hannah-Jones apuntan a su papel como inspirador de la “teoría crítica de la raza”, la más reciente moda intelectual estadounidense.

La discusión
El término, cuyo uso generalizado es cuestionado por quienes lo promueven, se ha convertido en una constante en los debates sobre educación y adoctrinamiento en Estados Unidos, y se emplea de manera continua en medios de prensa y grupos de presión conservadores para etiquetar a los profesores que tratan el tema del racismo en sus aulas.

A Hannah-Jones esa utilización le parece un despropósito. “¿Hubiera pensado alguien hace dos años que la “teoría crítica de la raza” era algo?”, inquirió medio incrédula, medio en broma, en un diálogo reciente con la agencia EFE.

“El profesorado en Estados Unidos es en un 80% mujeres blancas. Va en contra de la lógica pensar que las mujeres blancas les están enseñando a los niños blancos que son unos opresores”, alegó Hannah-Jones.

La periodista entiende que vetar libros es una práctica que siempre aparece asociada a algún tipo de represión.

“Leer es liberador. Leer abre tu mundo y tu perspectiva, y te lleva a cuestionar las jerarquías existentes en una sociedad”, señaló a EFE minutos antes de participar en un acto público en la Biblioteca de Arlington, en el estado de Virginia, muy cerca de Washington D.C..

El ensayo de Hannah-Jones comenzó a publicarse en 2019 en las páginas del diario The New York Times, y de inmediato atrajo las críticas del entonces presidente, Donald Trump, quien encargó a una comisión educativa que desarrollara una “currícula patriótica”, en reacción a las escuelas que comenzaban a usar el trabajo de la periodista para enseñar historia estadounidense.

En el libro, Hannah-Jones va más allá del racismo. Argumenta que el ejemplo establecido por el movimiento por los derechos civiles, en las décadas de 1950 y 1960, también abrió la vía para las reivindicaciones de la comunidad gay en el país. Debido a ese encadenamiento no debería sorprender que actualmente una gran cantidad de los libros objetados hoy en día por los padres en Estados Unidos tenga que ver con la representación de personajes homosexuales en lecturas infantiles.

Según datos de la entidad PEN America, el libro más prohibido este año en las escuelas estadounidenses fue Gender Queer: A Memoir, una exploración de la identidad de género de su autora desde la adolescencia hasta la edad adulta.

Frente a la reacción conservadora de los padres, los grupos progresistas redoblan su campaña de adoctrinamiento.

La Biblioteca Pública de Arlington decidió organizar la Semana de los Libros Prohibidos con dos actos que celebran la historia de la resistencia afroamericana. El primero fue una charla de Hannah-Jones ante un anfiteatro que estallaba en vítores cada pocas frases. El segundo, una actuación de Jubilee Voices, un grupo de cantantes afroamericanos que recuperan canciones e historias de los tiempos de la esclavitud.

“Desde luego respeto el derecho de un padre a decir “Para mi hijo, esto no”. Lo que no respeto es el derecho de un padre a venir y decir “Esto no, para nadie”, declaró a EFE Diane Kresh, la directora de bibliotecas del condado de Arlington, pequeño enclave urbano separado de Washington por las aguas del río Potomac.

Lo curioso es que en su lucha por dominar el debate cultural, el movimiento woke y la ideología de género han adoptado cuanto gesto censor existe, al extremo de promover el retiro o la destrucción de estatuas de próceres americanos o europeos sometidos a la acusación retroactiva de “racismo” o “sexismo”, por no hablar de las nuevas listas negras en la que se incluyen a casi todos los grandes nombres de la literatura occidental, siempre que sean varones, blancos, cristianos y heterosexuales.

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