lunes, 10 de octubre de 2022

Una entrevisa con la única traductora española del albanés (I)

María Roces, hija de un obrero metalúrgico langreano, antifranquista en la clandestinidad, voluntaria en la Albania de Hoxha y luego desengañada del régimen, es la única traductora del albanés que hay en España.” Esto dice la bajada de la nota publicada por Bernardo Álvarez, el pasado 8 de octubre, en Público, de España. Por la excepcionalidad de la especialización de esta traductora y las razones por las que llegó al albanés resulta pertinente ofrecer la nota completa, que, dada su extensión, se publica en dos entradas sucesivas. Ésta es la primera. 

“Creímos en el régimen de Hoxha hasta que aprendimos albanés” (I)

Tiene un trauma muy grande . Resulta que estaba ella, “tan a gusto”, en Soto de Agues, en la aldea de su madre, y fueron a descubrirla sus colegas, los traductores literarios. Y ahora la invitan a dar conferencias, a asistir a cursos, la llaman albanóloga y los periódicos escriben que Soto de Agues es “la capital cultural del albanés”. Ella se lo toma con sorna, pues “cómo no me voy a descojonar”, pero no es mentira que en esa pequeña aldea asturiana del concejo de Sobrescobio han vivido durante años: la propia María y Ramón Sánchez Lizarralde, su difunto marido. Ellos han sido quienes trajeron a esta otra punta del Mediterráneo las voces de Ismail Kadaré, de Fatos Kongoli, de Bashkim Shehu, de las leyendas y mitos de ese país tan rudo y tan encantador que es Albania.

Una peculiaridad de la lengua albanesa que ha citado María en una de esas conferencias que la obligan a dejar por unos días la querida aldea materna: “La única lengua, al menos en Europa, que a lo largo de su historia ha sido escrita en cuatro alfabetos diferentes. En distintas zonas y períodos, y dependiendo de que el invasor fuera eslavo, griego, turco o latino, éste imponía al país su propio alfabeto junto con su dogma religioso”.

¿Y cómo la hija de un obrero metalúrgico de Langreo acaba siendo la última de nuestras compatriotas que habla y comprende una lengua tan antigua y lejana? Eso es lo que trata de contar María Roces en estas dos horas de entrevista en una habitación del hotel Asturias de Gijón, con vistas a la Plaza Mayor, en una tarde de tormenta.

–Me gustaría aclarar una coincidencia llamativa antes de empezar la entrevista. En Soto de Agues, la aldea de tu madre y en la que vives desde hace unos años, nació otro célebre traductor, famoso por ser el primero en traducir El Capital al español, que, además lleva tu mismo apellido: Wenceslao Roces. ¿Hay alguna relación familiar entre vosotros?
–No, no, porque mi apellido es de Langreo. Mi padre es de Langreo, no de Soto de Agues. Sí que hay otros Roces en Soto de Agues y en el concejo de Sobrescobio. Incluso en Madrid me preguntaban mucho si era familia de Wenceslao Roces. Pero no solo Wenceslao Roces. Hay otro traductor excelente que se llama Juan Prado, que era sacerdote redentorista, y que nace en el mismo año que Wenceslao. Prado traduce nada menos que el Nuevo Testamento y los Salmos desde el griego. Es una traducción excelente, porque las traducciones de la Iglesia son lo mejor. Yo digo que ambos traducen libros sagrados: uno de la Internacional Comunista y el otro de la Iglesia Católica.

–Naciste en Langreo en 1952, ¿familia minera?
–Mi padre trabajaba en ese momento en la mina. Después, como mi tío era anarquista, de Langreo, y estaba en Casablanca, desde mis 2 a mis 5 años vivimos en allí, en Marruecos, cuando todavía era protectorado francés. Mi padre se fue a París, y mi madre y yo vinimos a la aldea. Cuando llegó mi padre, en vacaciones, mi madre se negó a ir a París. Nada más venir de París mi padre entró a trabajar en ENSIDESA, en Avilés, y ahí viví yo de los 8 a los 21 años, que era cuando en el franquismo las mujeres tenían la mayoría de edad.

–¿Tu padre estaba politizado?
–Mi padre era socialista sin partido. Republicano, ateo, anticlerical sobre todo. Era rojo. Mi madre no. En la familia de mi madre no solo son de derechas, sino que tiene dos hermanos asesinos de maquis. Dos de los de la brigadilla y del somatén, de los represores que persiguen a los maquis hasta el año 52, eran hermanos de mi madre. Yo digo que son familia de mi madre, no mía. Ellos están bajo el mando de Gutiérrez Mellado, que era el jefe de la represión en Asturias. Él queda luego como si fuera un héroe cuando entran los guardias civiles en el Congreso de los Diputados. Pues él era el jefe de la represión en Asturias hasta el año 52, que Asturias está en estado de guerra. Yo justo nazco cuando termina el estado de guerra.

–¿Y cómo acaba un tío tuyo, anarquista, en Casablanca?
–Al finalizar la guerra se va desde Valencia hasta el norte de África, que todavía era protectorado francés. Nosotros estuvimos allí entre mis 2 y 5 años, y nos tenemos que volver cuando los marroquíes consiguen su independencia y empiezan las movilizaciones contra Francia, no recuerdo en qué año…Nosotros venimos a España y él y su familia se tienen que ir a Buenos Aires. Ese sí que era minero. Nacido en Cabrales, pero se casó con mi tía, que era de Langreo y trabajaba allí en una mina.

–¿Recuerdas algo de la infancia en Casablanca?
–Yo ni idea, porque tenía de 2 a 5 años. Sé que cuando yo llegué a la aldea todo el mundo me decía“nena, canta en francés”, y yo cantaba en francés. Pero vamos, que tampoco tengo grandes recuerdos, y los que conservo debe de ser por las fotos que he visto y cosas así. Bueno, recuerdo que yo llego a la aldea y digo“¡ah, como mi tío vea aquí estos crucifijos y estas cosas!”. Yo siempre he sido atea, desde pequeña, por mi padre también. Mi padre me castigaba cuando suspendía sin ir al cine, y me decía “como yo te vea ir a misa, o con los curas, o que les llamas hermanos o padres, no vas al cine en tu vida”.

–Tenías 10 años cuando fue la gran huelgona del 62, de la que se celebra estos días el sesenta aniversario, ¿recuerdas algo de aquellos días?
–Tengo el recuerdo de ir de Avilés a la aldea, que se tardaba un día en tren, y parar en Sama, de donde era la familia de mi padre. Y ahí nos contaban lo de las huelgas, porque no se daba en los periódicos y no se sabía absolutamente nada. Llegábamos a Sama y nos contaban los cortes de pelo, la represión y todas esas cosas. Algunos de la familia de mi padre participarían, porque eran mineros. La familia de mi madre es del microcampesinado de Sobrescobio, que en el siglo XVI se emancipa. Eran las tierras de la orden de Santiago, y hay una subasta en la que ellos compran su libertad y su emancipación. Son como campesinos libres, y entonces para ellos lo del comunismo era que iban a llevarse las cuatro vacas que tenían o el trocito de tierra. El concejo sí que era de izquierdas, pero en Soto de Agues eran muy de derechas. Después de la guerra no había ni un rojo: se habían ido a Francia, a algunos los habían fusilado y otros estaban en la cárcel. Pero mi educación es de izquierdas por mi padre. Mi madre pasaba, le daba igual. No me alecciona, ni me manda a misa ni reza ni nada.

–Te vas a Oviedo a estudiar comercio que, según dices, no te interesaba lo más mínimo. Imagino que tampoco sería imposición paterna, por lo que cuentas de cómo era tu padre, ¿por qué, entonces?
–Yo repito cuarto de bachiller o algo así, y voy a una academia en la que tenía un profesor que daba comercio y peritaje mercantil. Y ahí paso de suspender y quedarme sin cine a aprobar todo, y de pronto digo “esto es un chollo”. Estudiar libre significaba que yo podía estar, como he estado toda mi vida, leyendo novelas y de todo, y preparar los exámenes el último mes. Hago tres años de peritaje mercantil en dos. Mi padre alucina. En ese momento están todas las asambleas de Filosofía y Letras. Yo sigo en peritaje mercantil pero me importa tres narices. Casi no iba a clase. Solo me interesaba la de alemán. Me paso ,la vida en las asambleas de filosofía, en las reuniones políticas…

–¿Ya te interesaba la literatura?
–Desde siempre. Yo recuerdo en la aldea de leer, cuando no había libros, y leía el ABC entero. Mi padre era lector. Era un obrero metalúrgico y apenas había libros en casa, más que los quel había usado en Mieres para estudiar en la escuela de capataces o algo así. Su hermano, como él decía, dio escuela, y teníamos algunos libros, como una enciclopedia de principios de siglo con ciento y pico volúmenes. La que empezó a meter libros en casa fui yo. Incluso recuerdo que no compraba los libros de texto y compraba Rayuela, de Cortázar. Lo recuerdo perfectamente en Oviedo. Me daban dinero para el libro de texto y yo pasaba y compraba novelas. Así empecé a montar biblioteca. Recuerdo a mi padre pintando las ventanas y yo leyéndole el Quijote, que le encantaba.

–Llegas a la Universidad de Oviedo en el muy simbólico año de 1968, ¿qué recuerdas de aquella universidad y del ambiente social y cultural de la ciudad?
–Recuerdo una vez que fuimos a montarle el pollo a Gustavo Bueno. Entramos en clase, allí no cabía un alfiler, y él decía “las mujeres son fuerzas productivas”. La bronca era monumental. Yo no era del FRAP entonces, pero los del FRAP una vez le tiraron pintura o no sé qué pasó. Yo iba a las asambleas. Me acuerdo de uno del PCE que siempre empezaba las asambleas: “Cuando las pistolas salen a la calle…” Pero había de pronto reuniones clandestinas, e ibas a las reuniones. Por ejemplo, cuando echan de la Universidad a García Calvo, a Tierno Galván y a Aranguren, hicimos una asamblea en la que la poli nos sacó con dos filas de polis dando leches. Asambleas continuamente, y manifestaciones por la calle. Todo eso para mí es la canción de María del Mar Bonet (empieza a canturrear): Què volen aquesta gent Que truquen de matinada? Encima es que en esa época proliferan los pisos de estudiantes. Entonces tenían un ligue o estabas con 200.000 en una casa de estudiantes. Yo vivía en Avilés, iba y venía todos los días en el tren, pero a veces me quedaba allí. Era un sitio totalmente distinto.

–Hubo una manifestación en Oviedo en 1968 contra la guerra de Vietnam en la que la policía torturó en comisaría a algunos de los estudiantes detenidos. Pablo Alcántara, un historiador asturiano que acaba de publicar un libro sobre la Brigada Político Social (BPS), cuenta que esa fue la única vez en la que se estuvo de sentar en el banquillo a miembros de la BPS, entre ellos al mismo Claudio Ramos.
–Es muy bueno ese libro, sí. Yo eso lo recuerdo, pero no participé. Yo no iba a clase prácticamente. Me pasaba el día en reuniones o en la facultad de filosofía. Lo de Gustavo Bueno era porque sacaba todo su departamento a la calle y soltaba un discurso. Pero lo hacía siempre para epatar, y entonces decía cosas, como después dijo lo de Gran Hermano, y se montaban unos follones terribles porque no estábamos de acuerdo o yo qué sé. Hay que armala y hay que armala.

–Además de la militancia política, ¿había también efervescencia cultural y vida nocturna en el Oviedo de aquellos años?
–Estabas hasta las 3 o 4 de la mañana hablando de cine, de literatura…Todo el santo día con los amigos y los compañeros de curso hablando de toda clase de cosas. Pero no en bares. Ibas a pisos de estudiantes fundamentalmente. Yo venía por la mañana a clase y muchas veces no iba. Íbamos al cine de arte y ensayo, que empezó entonces, o hacíamos dedo y nos íbamos a Mieres, o a donde fuera, de excursión. Es que aquello era sobre todo no dormir y estar toda la noche discutiendo y hablando de marxismo. Había sacado Alianza algún librito de Marx de los primeros, del Marx joven, los Manuscritos y todo eso, y era todo el santo día con eso.

–¿Llegaban clandestinamente esos libros?
–No, no, yo recuerdo leerlos en el 70 o así, y los comprábamos. Todo lo que leías, todo el cine que veías…era una discusión perpetua. El mundo universitario bullía, y la clase era lo de menos. La universidad la vivías hablando de todo lo que te importaba con tus amigos y con gente que aparecía en una casa y había allí una especie de asamblea. Hay gente que luego han sido actores, y un montón de gente conocida, que las conocí entonces.

–¿Y qué hay del feminismo y la revolución sexual?
–Claro, claro. Es que lo que yo no entiendo lo de ahora, y se lo digo a chavales jóvenes marxistas-leninistas: “¿pero es que no ligáis?” “No”. No entiendo nada ¡Yo con 15 años tenía un problema moral porque era virgen! Y me parecía aquello un horror, una locura.

–¿Drogas?
–Eso yo no. Eso de perder el control, jamás. Pero tampoco había. Bebíamos como cosacos, pero no recuerdo que hubiese drogas. Eso llega después. En la época de Oviedo yo creo que nadie se drogaba. Yo llegaba a casa el fin de semana, después de haber estado toda la semana por ahí, y no salía. Mis padres decían: “qué niña más rara”.

–En el año 73 te marchas a Madrid, ¿lo haces para continuar con tus estudios?
–No, no. Mi padre me decía: “Si yo no fuera tu padre, te diría que no te cases nunca y te vayas a conocer mundo”: Totalmente de acuerdo. En el 73 yo cumplo 21 años y me emancipo, porque me permite el franquismo irme de casa. Entonces yo me voy a Madrid. Tenía una amiga que vivía allí y alquilamos un apartamento en Ópera y allí me quedo. Ni a estudiar ni nada. Daba clases particulares y eso. Tenía una especie de ligue que estaba en Madrid, en el San Juan Evangelista, y me dice “oye, hay un compañero que está haciendo la mili y necesita guardar propaganda en otro sitio”. Y le digo: “pues que la traiga”, y nos trae propaganda del PCE-ML: las norma de clandestinidad, el primer congreso y no sé cuanto más. Casualmente, este ligue me regaló a mí El Capital. Es que a mí me han regalado El Capital todos mis ligues. Justo lo estábamos leyendo mi amiga y yo en plan sumergiéndonos en él. Y todo coincide, porque me dicen que si puedo llevar esa propaganda a no sé quién, y esa es la primera cita clandestina que yo tengo. Eran panfletos y todo eso, y cuando voy es nada menos que cuando el atentado de la calle Correo, no se me olvidará en la vida. Yo voy desde Ópera y me encuentro con la Puerta del Sol llena de gente levantando el brazo, y yo con la propaganda. Ahí es cuando me dicen, “oye, ¿podéis tener una vietnamita en casa?”, y así empezamos. Ahí pedimos la candidatura, creo que estoy hablando del 74, y ya repartimos propaganda y nos mandan hacer panfletos para la Universidad Complutense, para la FUDE, que era la Federación Universitaria Democrática Española. Ahí es ya cuando paso a la clandestinidad.

–¿Eliges el PCE-ml por una cuestión doctrinaria o ideológica, o es por pura casualidad?
–De puta casualidad. Yo era anticlerical, roja y ya era marxista, porque yo leía a Marx. Entonces vienen unos comunistas, que son marxistas leninistas…pues ya está. Había que pelear contra Franco, eso era lo importante. Pero si llega a venir la Liga, lo mismo. Encima los de la Liga eran mucho más simpáticos que los del PCE-ml. Coincide que este amigo nos da la propaganda, y a mí lo que me fascinó era lo de lo de las normas de clandestinidad. Aquello era la hostia.

–¿Cómo eran esas normas?
–Pues para llegar a Ópera no podías bajarte en el metro de Ópera, y cambiar de calles para ir a casa, comprobando que no te siguieran. Nosotras teníamos un aparato de propaganda, que era la vietnamita. Para repartir los panfletos te pasaban una cita, y tenías que ir a tal calle y dar la contraseña. Alguien te preguntaba una cosa normal, “¿sabes dónde está la Plaza Mayor?”; y tú respondías, “no, está en la Luna”. La pregunta era normal, pero tú tenías que contestar una cosa absurda, y esa era la contraseña. Después había una cosa importante, que era la cita de paso. Tú tenías una célula, en la que te conoces con cinco, y tenía un responsable, que a su vez tenía relación con los de arriba. Ese responsable tenía que saber que tú no habías caído, que no te habían detenido. Entonces la cita de paso era que un día de todas las semanas, a las cuatro de la tarde, tengo que pasar por el número no sé qué de la calle no sé cuánto. Y ahí estaba a en punto, por eso yo llego siempre puntual a todas las citas.

–¿Y ahí estaba el responsable de la célula?
–No, no, yo no le veía. Él tenía que comprobar que yo pasaba, porque si no pasaba podían haberme detenido. Entonces tenía que dar la voz de alarma y todo el mundo a correr, y a cambiarse de casa y esas cosas.

–Es decir, tú en el partido conocías únicamente a los de tu célula
–Solo, sí, y además con nombres de guerra. Yo he tenido cantidad de nombres falsos, ni me acuerdo. Tampoco podías decir de dónde eras, ni qué hacías ni dónde trabajabas ni nada. Para las reuniones siempre andabas con papelitos que luego se quemaban o te los comías, que se escribían en clave. Las citas que tenía como aparato de propaganda las tenía apuntadas: el lunes en no sé dónde, la contraseña es esta, y más o menos la escribías en jeroglíficos o una cosa así. Después de la vietnamita nos vamos a una casa en el barrio de San Ignacio de Loyola, en Latina, y ahí ya tenemos una multicopista, que la habíamos expropiado del Centro Canario. Problema con esa multicopista: tirar el papel, la tinta y los clichés electrónicos, que creaban un montón de basura. Entonces te pintabas las uñas, que las tenías todas negras, te pintabas la cara, te vestías, cogías una maleta y te ibas al otro extremo de Madrid a buscar una alcantarilla. Yo iba mucho por la zona del Palacio Real a tirar eso. Estamos hablando casi del 75, que la represión es terrorífica. Comprar papel era un problema. Si comprabas 500 folios, te pedían el carnet para decírselo a la policía. Entonces tú llegabas y decías: “Vengo del colegio tal y necesito 324 folios”…Y los clichés, tela, o la tinta, porque estaba controlada por la policía. Había cuatros sitios donde se vendía. Uno de ellos, me acuerdo perfectamente, en la calle de la Bolsa. Y te decías, “bueno, mira, yo tengo que comprar esto, ya veremos si salgo de aquí o no”.

–¿Alguna vez te detuvieron?
–No, curiosamente no. Me siguieron, incluso Billy el Niño. Me siguió en el 75, ya después de los fusilamientos, que yo me tuve que ir para Valencia. Yo estoy en una cita y viene Billy el Niño. Estoy en la cita, el camarada no aparece y veo a un tipo que me mira y tal, y luego yo sé que es Billy el Niño. Yo no le digo nada, cojo un taxi y me pierden en el barrio de La Concepción. Luego me dijeron que me largase inmediatamente, que me estaban buscando siete sociales, no se me olvidará.

–¿Tenías compañeros en la cárcel?
–En el 73 detuvieron a un montón, y en el 75 no veas. Yo me acuerdo de estar haciendo panfletos y ver a los detenidos en la tele. Y luego a mí me tocan los fusilamientos, que estoy en Madrid. Los últimos fusilamientos, y tres de ellos son del FRAP. Eran trece penas de muerte, y de esas once eran del FRAP: el que era mi responsable del aparato de propaganda, Pablo Mayoral; Concha Tristán…Cuando vienen las caídas en el 75, cuando los fusilamientos y los juicios, detienen a muchísima gente y nos quedamos descolgados. El problema era ir contactando con otros camaradas de otras células y mandar a alguien a Francia a contactar con la dirección del partido. Mientras tanto, nosotros seguíamos haciendo panfletos, denunciando las penas de muerte y esas cosas. Las detenciones esas son monstruosas, y ahí es cuando iban a por mí, pero me perdieron.

–Entiendo que en esa vida clandestina, en la que no tenías contacto con otros compañeros del partido más allá de los de la propia célula, era difícil que hubiese debate interno en el partido, ¿no? Me refiero a una discusión programática abierta sobre los principios y objetivos del PCE-ml
–Lo tenías en la célula. En el Vanguardia Obrera había articulos ideológicos, y en las reuniones de célula, que duraban un huevo, era un rollo aquello, discutías de lo que decían: de la política estatal, la política internacional…La gente del PCE-ml tenía una formación que yo no conozco en otros partidos. Es verdad que muchos no eran, como nosotros, universitarios, pero tenían formación libresca de haber leído a Marx y tal. Incluso gente que venía del campo, analfabeta, como Cipriano Martos, que lo mataron dándole a beber un cóctel molotov, empieza a leer y se alfabetiza. Eso era muy importante. Porque ten en cuenta que nosotros habíamos salido en el 64 de una fracción del PCE. El PCE-ml sale contra la reconciliación nacional, el pacto por la libertad y todo eso. En el PCE en ese momento estaban diciendo que el Papa era muy bueno, y las encíclicas y no sé cuanto. Nosotros éramos antisoviético y estábamos contra el Pacto de Varsovia. Primero estábamos con los chinos, pero nos dura media hora, porque era imposible lo de los chinos. Cuando nos decían: “perder, perder, perder hasta la victoria final”. ¿Pero qué coño es eso? Entonces somos maoístas un ratito. Pero no, que no, que los españoles no podemos ser maoístas. Es imposible.

–¿Cuántos militantes tenía el PCE-ml y en qué zonas de España tenía más fuerza?
–No tengo ni idea, nunca lo he leído. Hubo un momento en el que éramos la alternativa al PCE para la gente que peleaba. Tú imagínate: en las primeras manifestaciones democráticas los del PCE aplaudían a la policía, tío, que aquello era una vergüenza. Es que no podía ser. Y nosotros decíamos, “y una mierda”. ¿Cómo que nos pegan en el 1 de mayo? Y una mierda, nosotros vamos a por el poli e incluso muere uno. Eso llama a un montón de gente joven y de la universidad que quiere caña. Que sí, que damos caña, que a mí no me pegan estos. Es que había células en toda España, y no solo en la universidad. En las grandes fábricas en Madrid teníamos un problema con el PCE porque ahí, sobre todo en los comités de empresa, tenía mucho poder. Yo recuerdo en Isodel una bronca con los del PCE pegándonos a hostia limpia. Ellos eran los revisionistas y nosotros éramos un desecho social porque cuestionábamos la mierda esa de la reconciliación nacional. Y encima, claro, decíamos lucha armada, así que imagínate.

–Eso quería preguntarte, sí, ¿cuál era la relación del partido con el FRAP?
–El FRAP se monta cuando yo entro, más o menos. Se supone que era el PCE-ml, que lo dirigía, y luego la UPA, la organización de intelectuales y artistas, la universidad…una serie de funciones que entraban en un frente revolucionario. Quien realmente plantea la lucha armada es el PCE-ml. Otra cosa es que el FRAP fue más conocido porque salía en los periódicos. Todos los del PCE-ml éramos además del FRAP, pero el FRAP es el que plantea las acciones armadas, aunque las apoya. Quedó como si fuese el brazo armado del PCE-ml, y no es cierto. El FRAP lo dirige Álvarez del Vayo, que había sido ministro en la República, pero era el PCE-ml.

–Tuvisteis un papel importante en la huelga de actores del 75, ¿es así?
–Sí, sí, sí. Con la UPA, la Unión Popular de Artistas. Detienen a Rocío Dúrcal y todo. Eso lo montamos nosotros, pero no solo eso. Montamos cosas más maravillosas, como la primera manifestación de ciegos, que tenían muchas reivindicaciones para la ONCE. ¡Eso fue genial! ¿Tú sabes lo que es una manifestación de ciegos? Aquello era la corte de los milagros, y la poli pegándole a los ciegos. Yo en el 75 estuve durmiendo en no sé cuantas casas de ciegos, cuando tenía que escapar y estar cada día durmiendo en un sitio. Y en casas de ciegos tirábamos panfletos dentro del armario. Teníamos hasta una organización de enterradores, en Sevilla. Esas cosas son geniales. Ramón, cuando va en el año 70 y algo a Valencia, el PCE-ml llena Valencia de carteles declarándole la guerra a la Sexta Flota americana, que estaba en Valencia. ¡Es muy fuerte! Es maravilloso (Rie) Si veíamos a un marine había que atizarle. Éramos muy divertidos.

–¿Algún militante conocido del PCE-ml? Si no me equivoco, Chicho Sánchez Ferlosio estuvo en el partido, ¿verdad?
–Chicho Sánchez Ferlosio estuvo incluso en Radio Tirana un rato, hasta que dijo “¿qué es esto?” No le conocí, pero sus canciones nos las sabíamos de memoria. Por ejemplo, Bernardo Fuster, grababa unas cintas que teníamos todos, y su nombre de guerra era Pedro Faura. Ahora está haciendo conciertos con el nombre de Pedro Faura, recuperando su nombre de guerra y con todo el tema de la memoria histórica. Luego Manolo Blanco Chivite, que era uno de los condenados a muerte; Pablo Mayoral, que está dirigiendo lo de La Comuna y la querella argentina… Mucha gente nuestra sigue haciendo cosas muy interesantes en las universidades o en la memoria histórica.

–A Ramón lo conoces en el año 77 en un piquete en Valencia
–Sí, pero antes hubo un congreso en París, y ahí estaba Ramón. Fue la primera vez que le vi. Yo estaba como sentada aquí y él ahí. Era del comité central, pero le destituyen y le mandan a Valencia. Yo le conozco en el 77 en un piquete de huelga, sí. Yo estaba siempre en aparatos de propaganda, pero era un rollo, y a veces te escapabas y te ibas a una mani o a un piquete, aunque estaba prohibido y luego me echaban una bronca del copón. Entonces un día me dicen que tengo que ir a Morella, y en el autobús de vuelta a Valencia empiezo a hablar con Ramón, “oye por qué no te vienes a casa y tal...”, y ya está. Empezamos a vivir juntos al poco tiempo. De ahí nos propusieron ir a Euskadi, de Euskadi otra vez a Madrid y de Madrid a Tirana.

–¿A qué fuisteis a Euskadi?
–Yo en aparato de propaganda, como siempre, y Ramón de responsable. Fue cuando la huelga de Euskalduna, que había unas huelgas del copón y me acuerdo de los obreros tirando bolas de acero en el puente…a esos líos fuimos a Euskadi. Luego volvemos a Madrid y es cuando nos ofrecen ir a Albania. A Albania iban parejas desde el año 64. Van Lola Galán, una periodista de El País que no era del PCE-ml, pero que fue con su marido, Catalan Deus, también periodista, y estuvieron en Radio Tirana. Nosotros vamos del 80 al 84, y vamos clandestinamente, porque nuestro partido no lo legaliza hasta el 81. Además es que hacíamos expropiaciones de bancos para financiarnos, entonces imagínate. Yo no, ¿eh? Yo siempre con la propaganda, siempre escribiendo el periódico.

–¿Cuál era el apoyo que le daba Enver Hoxha al PCE-ml?, ¿os enviaba dinero?
–Una miseria. Era reconocerlo como partido hermano. Para Enver Hoxha era importante tener partidos marxista-leninistas, aunque fueran pequeñitos, porque así él vendía de cara a su gente que no estaban aislados. Y para los dirigentes del PCE-ml, imagínate. Al Raul Marco le recibían como si fuera un jefe de Estado. Eso no lo sabían los obreros, no sabían lo que pasaba allí. Otra cosa es cuando tú vas a Albania y al cabo de un año ya sabes albanés y dices: “Ostia, si yo hiciera aquí lo que hago en España, ya me hubieran fusilado”.

–¿Cuánto dinero mandaba?
–Pues una miseria, una cosa ridícula. A lo mejor eran 3000 dólares, y no siempre.

–¿Cómo llegasteis a Albania en vuestro primer viaje?
–Fuimos a París y allí los albaneses nos daban los visados. De París a Belgrado, y de Belgrado a Tirana. Todo eso en avión y con pasaporte falso, que Ramón los hacía muy bien. Y cuando llegamos a Tirana, en el mismo aeropuerto, nos dicen que cómo nos queremos llamar para hacernos un carnet, una especie de pasaporte rojo, con el nombre falso también. Allí había un montón de gente clandestina de partidos marxistas-leninistas: iraníes, turcos, brasileños…Allí en Albania me llamaba Karmen González, Karmen con K, y Ramón era Carlos Sánchez.

–Escribiste la gran impresión que te causó aquel primer viaje a Albania: “Tenía la impresión de haber vuelto a la España de mediados o finales de los años sesenta, a la aldea de mi madre”
–Sí, por la forma de vestir o por la forma tan cariñosa como te acogían. Decías “bueno, aquí hay un atraso económico, pero esto es como lo que yo he visto en los años 60”. A los alemanes imagínate lo que les parecería, pero a nosotros, pues bueno, yo esto ya lo he visto…Además, aparentemente era muy importante el igualitarismo, o eso era lo que te creías. Veías cosas muy raras, pero tampoco entendías nada. Vale, esta gente salió de la Segunda Guerra Mundial, eran cabreros, la industrialización la trajo el partido, no sé qué…Todo lo justificabas, lo justificabas pero no tenías ni puñetera idea. ¡Tú ibas al único país socialista del mundo!

(sigue en la entrada de mañana)


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