viernes, 14 de marzo de 2025

"Tenderemos a leer como la máquina y, por tanto, tenderemos a escribir (y traducir) como la máquina"

Entre el 17 de febrero y el 4 de marzo pasados, a lo largo de doce entradas, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires entrevistó a traductores literarios de Argentina, Brasil, Chile, España y México, con el objeto de conocer qué sabían sobre la Inteligencia Artificial, si la empleaban en su labor y qué riesgos, desde su punto de vista, implicaba para la profesión. Terminada la encuesta, no hubo una conclusión, aunque, a lo largo del intercambio de mails, hubo opiniones y observaciones que luego no se reflejaron públicamente. En la siguiente entrada, Andrés Ehrenhaus, motivado por las respuestas de la encuesta, añade las siguientes reflexiones.

On second thought: IA, hacia un modelo de creación transgénico 

A rebufo de la encuesta publicada en el blog del CTLBA sobre las subjetividades que suscita la así dicha IA en el campo de la traducción literaria (v. entrada del 17 de febrero y días sucesivos), me quedó picando una oscura duda respecto de una potencialidad secundaria o indirecta de la herramienta que puede –y seguramente vaya a– convertirse en un paulatino, sigiloso y horrendo cambio de paradigma literario y, por consiguiente, en un incordio para la traducción honesta y cabal tal como la entendemos hoy en día, es decir, como creación autoral de un texto derivado de otro cuya originalidad le confiere autoridad per se. ¿Por qué? Porque la lenta deriva hacia la producción y edición (y eventual traducción) de textos literarios generados o intervenidos por IAs forzará en paralelo la imposición de una ética artificial de la escritura, una defloración de la energía subversiva que toda creación literaria lleva necesariamente implícita (ojo: digo subversiva pero no desde una perspectiva ideológica sino visceralmente política, es decir, rompedora, atrevida, brutal, desarbolante, indiscriminada). Las IAs, todas ellas, están sujetas a códigos morales y éticos de estricta corrección política que, por razones obvias, no se corresponden con las éticas particulares de quienes escriben y, no menos importante, quienes leen, ni con las retóricas (o formales) específicas que se derivan de esas miradas literarias particulares. En resumen: cederle espacios meta literarios o aledaños a la creación a las IAs con fines prácticos o por comodidad o pereza no creo que sea un acto inocente, irrelevante o fortuito: es una imperdonable irresponsabilidad. La IA es el Monsanto de la literatura (y, por extensión, de la creación artística).

Si la máquina fuera omnisciente y subjetiva, este peligro no existiría; sus amenazas serían otras. Pero no lo es. Las IAs o “modelos complejos de lenguaje”, como se autoperciben, son programas potentes pero muy limitados ética y cognitivamente que, a largo o mediano plazo, servirán sobre todo para verter en la red cloacal de las cabecitas humanas consumidoras de “cultura” una poderosa e imperceptible (in)conciencia censora capaz de ir cancelando avant la lettre (en el sentido literal) cualquier atisbo de imaginación transgresora y moralmente inquietante hasta alcanzar el paradigma plano de la creación literaria. ¿Cómo así? Pues acostumbrándonos a leer textos de grado cero, metaversos, narraciones llenas de efectos especiales y vacías de espíritu combativo. Si nos hemos resignado a tener drones reales dando vueltas sobre nuestra persona como buitres sin vísceras, ¿cómo no vamos a aceptar esa virtualidad literaria (i.e. artística) también eviscerada? 

En general, los colegas que respondieron a la encuesta se fueron alineando al abordar la tercera pregunta en dos grupos contrapuestos y en principio irreconciliables: o bien descartaban de plano cualquier atisbo de amenaza de las IAs para la especialidad literaria de la traducción frente a la garantía insustituible de la propia inteligencia o bien se alarmaban ante la inminencia de esa amenaza, que ya ha empezado, desde su perspectiva, a hacerse efectiva. Es cierto que la encuesta inducía a la especificidad laboral de la amenaza pero apenas hubo colegas cuyas respuestas excedieran ese marco inmediato para detenerse en las consecuencias más amplias de la aplicación de parámetros generados por IAs en la edición, traducción y creación literarias. Tanto quienes no vieron amenazado su espacio como quienes sí lo vieron dejaron significativamente de lado el impacto indirecto y largoplacista de la ética canceladora y transgénica en la predisposición lectora  y su efecto boomerang en el ámbito de la traducción. Mi percepción es que se producirá un gradual declive de la calidad artística en favor de una recepción esterilizadora, y que será justamente esa recepción universalizada la que incidirá de un modo directo en la exigencia e incluso obligación de no alejar las creaciones de toda índole de los sutiles límites prescriptivos que rigen la propia producción artificial. Tenderemos a leer como la máquina y, por tanto, tenderemos a escribir (y traducir) como la máquina.

Existen, por supuesto, numerosos argumentos en contra de esta visión paranoico-crítica de la IA que, a grosso modo, se resumen en uno: no es la herramienta lo que constituye la amenaza real sino la intención de quien la usa. No se puede demonizar una cosa sin vida, sin alma, sin voluntad. No es sabio matar al mensajero. Un martillo es un martillo es un martillo. Etc., etc. Sí, de acuerdo, la manipulación de una herramienta dependerá siempre de la intención del manipulador. Pero incluso en el caso de que lo movieran las mejores intenciones, el mero hecho de tener una marcada intención ética previa constituye en sí mismo un oxímoron artístico. Convengamos, además, que hay herramientas y herramientas. Y, yendo un poco más hondo, herramientas que, tras demostrar su obsolescencia como herramientas pasaron a ser herramientas sin cursivas. Me explico: no es una novedad para nadie con un cerebro activo que gran parte del desarrollo tecnológico humano tuvo una finalidad inicial defensiva/ofensiva antes que meramente pacífica. Los ejemplos son innumerables. La rueda, las flechas, hachas, empalizadas, la ropa incluso. El arte totémico. El fuego. Las fanfarrias. La pólvora (por más que nos cuenten que al principio sólo servía para tirar petardos: su uso era bélico o, como mínimo, político). La navegación aérea. Internet. La telefonía móvil. El progreso tecnológico casi siempre ha ido de la mano (de la obtención o conservación) del poder. Cuando esas herramientas de poder pierden su capacidad de proteger/dañar, pasan al torrente de las herramientas de consumo diario y operan bajo estrictas normas socioculturales. La energía nuclear, por ejemplo: primero fue la bomba, ahora es una fuente (harto peligrosa) de electricidad. Y no creo que el armamento nuclear soporte el contraargumento de que las herramientas no constituyen la amenaza: la uses o no, no es lo mismo tener una ojiva nuclear en casa que no tenerla. Ergo, por inocente que sea el nuevo hit tecnológico, su génesis nunca lo fue. Las IAs son tecnología de dominación. No jodamos.

Entonces, ¿qué hacer? ¿No usarlas? ¿Usarlas con precaución? ¿Hacer la vista gorda? ¿Hemos de evitar a toda costa que nos planchen la escritura? ¿O resignarnos a esperar que el próximo cambio de paradigma derribe el que se nos viene encima? ¿Discriminar entre un tipo de tecnología y otro es remar contra el progreso?

Ya hace años que muchos de los colegas que hoy ponen el grito en el cielo ante la injerencia cruel e impune de las IAs en su realidad laboral y se rasgan las vestiduras por el terreno de trabajo cedido e irremisiblemente perdido vienen alimentando a la máquina (y su circunstancia) con sus propias bases de datos a pesar de las muchas y atinadas advertencias en contra. Es inútil, la atracción del abismo nos pierde. Nos hamacamos entre la comodidad inmediata y la resignación suicida, suponiendo que alguien nos despertará amablemente del ensueño. Pero de amable despertar nada: las fuentes de trabajo se van secando. ¿Cuánto más jugo de cerebro vamos a entregarle al algoritmo en bandeja de plata? Lo único bueno de la IA es que no es inteligente. Ni pretende serlo.

Pero los que la construyen y operan sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario