viernes, 29 de mayo de 2015

"El selecto privilegio de no entenderse"

Juan Villoro, se sabe, es un escritor de genio. Lo prueba, una vez más, con este breve artículo que publicó acompañando el que publicamos ayer, en la misma edición de El País Semanal.

Chingando a toda pastilla

Mi padre nació en Barcelona, mi madre en Yucatán y yo en Ciudad de México. “La lengua común que nos separa”, dice un conocido refrán para referirse a los países que hablan español. Crecí con tres nombres para las mismas cosas. En nuestra versión lingüística de la Sagrada Familia, el padre, la madre y el niño usábamos tres palabras para el color de mi mochila: marrón, atabacado o café.

Naturalmente, había una jerarquía de los idiomas. Nuestro hábitat reproducía las aventuras del español en el mapamundi: mi padre hablaba con la autoridad de quien tiene “denominación de origen” y además es profesor; mi madre se las arreglaba para adaptar eso a las necesidades de la casa, y yo hablaba como podía. La Real Academia, las voces de provincia y el influjo de la calle se mezclaban en la mesa, con distintos grados de aceptación. Mi padre –que usaba la prestigiosa palabra “peonza” en vez de la vernácula “trompo”– ejercía los derechos de quien ocupa la cabecera y me censuraba por exclamar “¡chin!”. Esta expresión me parecía simpática, parecida al “glug-glug” con que se ahogaban las caricaturas. Como buen filósofo, mi padre me reprendía con explicaciones: “No uses ese apócope”. Durante años pensé que “apócope” era una injuria. Tardé mucho en saber que “chin” era una abreviatura del verbo más popular de México: “chingar”.

Disponer de modismos diferentes nos hacía sentir originales. Mi abuela yucateca usaba palabras mayas, le decía tuch al ombligo y xixa a las migajas. Nos entusiasmaba la posibilidad de ser incomprensibles. No éramos ricos, pero hablábamos raro. Por desgracia, los demás nos acababan entendiendo. No teníamos el lenguaje cifrado de los espías, la dramática tara de Babel o la alucinada elocuencia de los chiflados. Éramos comprensibles; es decir, banales.

He encontrado esa pasión por el lenguaje privado en tertulias con amigos hispanohablantes donde cada quien trata de ser único y hermético. Buscamos demostrar que en nuestros países nada se dice del mismo modo, hasta que descubrimos que llevamos horas hablando sin problemas de la dificultad de entendernos.

La verdad, es casi imposible que los variados herederos de Cervantes practiquen el selectivo privilegio de no entenderse. Un millón de palabras diferentes nos conducen a malentendidos y transitorias fugas de significado, pero cuando creemos estar en una selva oscura, volvemos al ordenado jardín de la lengua compartida.

Las diferencias existen, claro está. A veces jugamos a exagerarlas y otras a ignorarlas por completo. Me parece enriquecedor que en España se use el vosotros, se distinga la pronunciación de la “ce” y la “zeta” de la “ese”, y que el lenguaje se renueve con expresiones contraculturales como “a toda pastilla”, prueba de que la velocidad es adictiva.

Escribir desde América Latina supone un trato peculiar con los vocablos. Existen lenguas anteriores (el guaraní, el quechua, el náhuatl); en consecuencia, somos nativos en un lenguaje adquirido. La relación con las palabras es más frágil cuando ahí detrás hay otras palabras.

Expresiones españolas tan frecuentes como “que te lo digo yo” o “las cosas como son” carecen de fortuna en América Latina, porque la realidad y el lenguaje no siempre se hablan de tú. Cuesta trabajo ser literal en culturas donde las palabras fueron instrumento de dominación. Aprenderlas llevó a una apropiación peculiar, donde alterar el idioma significaba resistir.

La colonia vio nacer un español lleno de valores entendidos, alusiones indirectas, mezclas híbridas con las lenguas originarias. Inevitablemente, también aquí “las cosas son”, pero sobran maneras de decirlo y escribir adquiere cierta condición exploratoria. Esto fomenta la incertidumbre, pero también la creatividad y aun el disparate (recordemos el humor voluntario de Cantinflas para hablar sin sentido y el humor involuntario de los políticos, que declaran para ocultar los hechos).

Una de las mayores conquistas de la Academia Mexicana de la Lengua fue que se aceptara el uso de la palabra “españolismo”. También Castilla puede caer en excesos de regionalismo.

España tiene inmensos traductores (baste mencionar a Javier Marías y su Tristram Shandy o José María Micó y su Orlando furioso), pero son tantos los libros que ahí se traducen que con frecuencia parten de la hipótesis, más atribuible al desdén que a sueños imperiales, de que los españolismos son cosmopolitas. Fuera de la Península, resulta absurdo que un teniente del imperio austrohúngaro creado por Arthur Schnitzler diga que un hombre fornido es un “tío cachas” o que un rubicundo personaje de J. M. Coetzee tenga “michelines”.

Hay casos en verdad descomunales, como el de la novela de Don Winslow El poder del perro, ubicada en la frontera entre México y Estados Unidos, y donde los agentes de la migra y los sicarios hablan como personajes de una narcozarzuela, improbable Verbena de la Paloma con cocaína. En una obra tan dialogada como ésa, que se adentra en los bajos fondos, los regionalismos son válidos. Lo extraño es que no se acuda a los de la zona, que no pertenecen a una tribu exigua, sino al país con más hispanohablantes del planeta.

Como en la mesa de mi infancia, España ha ocupado la cabecera del idioma, pero la suerte de los platillos se ha decidido en diversos sitios. Me parece sintomático que el escritor de habla hispana con mayor influencia en los últimos años sea Roberto Bolaño. Sus detectives salvajes combinan localismos de todos los países. Con desenfado, uno de sus personajes mexicanos dice “guardabarros” por “salpicaderas” sin perder carta de identidad.

Muchos años después de enterarme de que “chin” es apócope de “chingar” –es decir, “joder”–, el español continúa su promiscuo y fecundo intercambio de vocablos. Aunque es prestigioso suponer que no nos comprendemos y que cada uno de nosotros habla un lenguaje propio, tarde o temprano entendemos los caprichos de un idioma que se la pasa chingando a toda pastilla.


jueves, 28 de mayo de 2015

Conmovedoras ilusiones del panhispanismo

A pesar de la frase de Antonio de Nebrija que, tomada del prólogo de su Gramática castellana (1492), ilustra esta entrada, Alex Grijelmo le pone garra y firma la siguiente nota aparecida en El País Semanal, la revista del diario madrileño El País, parte del Grupo Prisa, correspondiente al domingo 10 de mayo pasado.

Todas las voces del español

La lengua española goza de una gran unidad, casi nadie lo pone en duda. Dos hispanohablantes de cualquiera de los países que tienen este idioma como oficial y que acaben de conocerse se entenderán sin problema, a pesar de que de vez en cuando surjan en su diálogo tres tipos de palabras conflictivas (en muy diferente grado):

1. Las que uno de los dos no reconoce como parte de su léxico pero entiende perfectamente, sobre todo porque es capaz de deducir sus cromosomas: un español no se bañará en una “pileta”, pero sabrá a qué se refiere su interlocutor argentino cuando le proponga nadar un rato en ella.

2. Aquellas otras que se desconocen por completo: ¿qué querrá decir un mexicano que se refiere a su achichincle? (ayudante de poca monta).

3. Los términos que se conocen pero no significan lo mismo en según qué sitio (huiremos del verbo que surge de inmediato, pero podemos hablar de la “polla” –apuesta– o de la “cola” –trasero–; o recordar que cuando un venezolano “exige” algo, sólo está rogándolo encarecidamente).

En cualquier caso, se trata de pequeñísimas dificultades que se suelen superar con el contexto.

 De todas formas, ¿no estaría bien elaborar un Diccionario internacional de la lengua española que contuviese todas las palabras del español general (las que entiende cualquier hablante) y además el término más común o mayoritario en los distintos países y, aparte, los casos en que se dan divergencias entre ellos? ¿Y podría llamarse Diccionario del español universal?

Pues bien, ese proyecto existe. Desde 1997, y coordinado por el prestigioso lingüista mexicano Raúl Ávila, participan en él 26 universidades de 20 naciones (en España, las universidades de Alcalá y de Almería), algunas de ellas de países que no tienen el español como lengua oficial; pero nadie sabe cuándo se podrá terminar. El proyecto va caminando, y consiste en que esos centros académicos promuevan líneas de investigación que encajen con él.

El empeño se denomina oficialmente Difusión del Español por los Medios (DIES-M), un título modesto: ante la imposibilidad de abarcar con un sentido científico el vasto mundo del idioma, los filólogos involucrados se han dedicado a analizar el vocabulario de los medios de comunicación de todos los países, para extraer sus afinidades y sus divergencias. De momento, ya han comprobado que más de un 90% del léxico forma parte del “español general” (esas palabras como mesa, silla, soñar, dormir…). Y que también se dan divergencias, por supuesto; escasas, pero que acarrean sus problemas.

Juan Villoro, escritor y periodista mexicano, recuerda una anécdota de su compatriota José Emilio Pacheco, premio Cervantes en 2009. El poeta, fallecido en 2014 a los 74 años, solía contar su experiencia en un hotel de Madrid donde nadie entendió que pidiera “un plomero para componer la llave de la tina”. Lo que necesitaba, claro, era “un fontanero para reparar el grifo de la bañera”.

“En una sola frase”, explica Villoro, “casi todas las palabras eran distintas. Sin embargo, creo que normalmente se exageran las diferencias de vocabulario que se dan entre los países hispanos, pues la confusión suele ser más divertida que la claridad”.

Ese futuro diccionario que ahora parece más bien un sueño contendrá algún día el listado de las miles y miles de palabras comunes (“cabeza”, “zapato”, “bosque”, “casa”…) y también el de las variantes con mayor número de usuarios cuando se den distintas opciones para un mismo concepto; pero se cruzará este último dato con la dispersión del vocablo (es decir, con el número de países donde se emplee, pues no se considera suficiente con ganar por cantidad de hablantes, que para eso México se bastaría en la mayor parte de los casos). Por ejemplo, entre las variantes “acera”, “vereda”, “andén”, “sendero” o “banqueta” (todas las cuales nombran lo mismo), la ganadora sería “acera”, como se dice en España y otros países. Sin embargo, tanto España como México, que suman más de 144 millones de hablantes, perderían la batalla ante las opciones “ordenador”, “computador” y “computadora”. Ganaría “computador”, que no se oye ni en México ni en España.

En España se dice “coche”. Pero “carro” en México, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Colombia, Venezuela y Perú. En Cuba usan “máquina” (también en la República Dominicana y Puerto Rico), mientras que “auto” se oye con mucha frecuencia en Argentina, Chile y Uruguay. Ahora bien, en todos esos países se conoce como equivalente general la palabra “automóvil”. Ésta sería, por tanto, la voz adecuada para un texto que aspirase a ser recibido como natural por el 100% de los hablantes, aunque sólo a un 35,5% le brote su uso en una conversación.

¿Y para qué serviría este empeño?: para que todos los fabricantes de aparatos o todos los laboratorios farmacéuticos o todos los subtituladores de películas o todos los redactores de noticias que trabajan en español con destino a un público internacional pudieran elaborar un solo manual o prospecto, o una sola traducción, un solo programa de contestación automática verbal en consultas telefónicas de vuelos o de hoteles… Eso implicaría un notable ahorro de costes y de tiempo. Y una mayor eficacia ante los hablantes de las distintas modalidades del español.

El proyecto, en resumen, pretende abarcar el estudio de las principales variantes del idioma, jerarquizadas por su grado de difusión internacional, nacional y regional a través de los medios. De tal modo, quienes fueran capaces de usar ese “español internacional” en la comunicación verían reducidas las barreras léxicas para sus proyectos, ya fueran editoriales, periodísticos o tecnológicos.

Por ejemplo, un traductor que lleve al español una novela del Paul Auster puede escribir en un momento dado la palabra “cerilla”; opción que le sonará extraña y hasta extravagante a un lector de México (quien diría “cerillo”); pero eso no ocurriría si la tradujese como “fósforo” (término usado en España y en casi toda América, y entendido por cualquier hablante). Si se pone “cerilla” en boca de un personaje de Auster, muchos hispanoamericanos pensarán que ha de tratarse por fuerza de un personaje español.

Porque, como sostiene Ávila, “los traductores parecen ignorar que también existen españolismos”. Y ese futuro diccionario habrá de marcar como tales algunos miles de esos vocablos que ahora la Academia muestra como integrantes del español general y que sin embargo sólo se usan en España: “mechero”, “bragas”, “bañador” o “cotillear”, por ejemplo.

José Antonio Pascual, vicedirector de la Real Academia, elogia este reto de Raúl Ávila: “¡Todo lo que suponga disponer del mayor número de datos posibles referentes al léxico sea bienvenido! Siempre me ha gustado esta idea de Raúl Ávila”. Pascual entiende que el proyecto no podrá abarcar todo el ámbito del español (el léxico de cada pueblo, de cada aldea). Por ello, “la elección de un amplio corpus de la prensa es lo indicado: no sólo por la comodidad que ello supone, sino porque es el más cercano a lo coloquial, mucho más cercano que, por ejemplo, la lengua literaria”.

Ese propósito de acercar las distintas variantes del idioma se parece mucho a lo que se ha llamado la busca del español neutro. Pero se llegaría a él con una base académica y científica; y no se convertiría en un idioma español de ningún sitio, sino en un idioma de todos o, al menos, de la mayoría. Un léxico común que no se piensa para las obras literarias (donde aflora la riqueza léxica peculiar de cada autor y de su entorno) y que tampoco tiene como objetivo acabar con las variedades nacionales o regionales, sino contribuir a una mayor cercanía de los pueblos hispanos cuando se quieran evitar los malentendidos en una comunicación internacional y masiva.

Los estudios parciales que ya se han ido concluyendo muestran que más del 90% del vocabulario que se usa en periódicos, emisoras y televisiones es entendido en cualquier otro país hispano. El propio Raúl Ávila abordó un estudio en 1994 sobre 430.000 palabras pronunciadas en la radio y la televisión mexicanas y concluyó que el 98,4% de los términos correspondían al español general. Por tanto, el vocabulario diferencial se quedaba en un 1,6%.

Juan Miguel Lope Blanch analizó en el año 2000 un total de 133.000 vocablos del área de Madrid correspondientes a la norma culta, y encontró que el 99,9% era vocabulario común a México. Otro de los estudios acometidos en este proyecto señala que el doblaje de la película La chaqueta metálica hecho en México habría servido perfectamente en España si nos atenemos al vocabulario (no así por el acento, claro). Por tanto, sólo se habría necesitado un trabajo de subtitulación y no dos, según el estudio que hizo el propio Raúl Ávila.

La doctoranda Luana Ferreira, neoyorquina de padres dominicanos,defendió el pasado abril en la City University de Nueva York una tesis (Densidad léxica: estudio comparativo entre la prensa hispana de Estados Unidos e Hispanoamérica) en la que se comparan tres periódicos estadounidenses en español (de Los Ángeles, Miami y Nueva York) con otros tres de la América hispana (México, Colombia y Argentina); y llega a la conclusión de que las palabras marcadas como ajenas al español general suponen menos del 1%. Según se lee en la tesis, se usan 10 anglicismos en la prensa norteamericana por cada 10.000 palabras; y el 99,8% de los vocablos escritos en los periódicos de Hispanoamérica y el 99,7% de los términos de la muestra estadounidense están registrados en el Diccionario de la Real Academia Española. A ello hay que añadir que, por ejemplo, ni “bicisenda” (Argentina), ni “carril bici” (España), ni “ciclopista” (México) figuran en el Diccionario, pero cualquier hispanohablante las entenderá cuando lleguen a sus oídos por primera vez.

“Todo esto significa”, interpreta Ávila, “que también la prensa norteamericana en español busca la unidad lingüística”.

Por ello, el filólogo mexicano expresa sin disimulos esta idea:
–Es muy importante mantener la unidad idiomática, gane quien gane y pierda quien pierda.

–¿EL PAÍS debería escribir entonces “computador” en vez de “ordenador”?

–Claro. En México perderíamos con “acera” en vez de “banqueta”, y ustedes perderían con “computador”; y nosotros también, porque decimos “computadora”. Y perderíamos ustedes y nosotros con “maní” en vez de “cacahuete” y “cacahuate”, porque “maní” se usa en más países y por más hablantes. Si usted quiere emplear un término del español internacional, diga “maní”, y diga “papa” en vez de “patata”. Pero la norma hispánica se tendrá que hacer entre todos, sin predominio de ninguno.

¿Y eso no acarreará que en cada país se dejen de emplear los términos específicos o diferenciados? Se supone que no. Simplemente, se trata de crear un registro internacional para facilitar la comprensión en casos muy concretos, no de arruinar la riqueza y diversidad de nuestra lengua.

Raúl Ávila recurre a un antiguo aforismo para remachar: “Todo lo que no es universal es folklórico”.

Las conversaciones entre hispanohablantes carecen de problemas de comprensión, pero hallarán menos dificultades cuanto más culto sea su registro. Sobre todo por el gran conocimiento pasivo que tenemos de las demás variedades (quizás un español peninsular no diga ni “platicar” ni “plomero”, pero entenderá perfectamente al mexicano que use esos términos; sobre todo en una situación comunicativa determinada). Además, en gran cantidad de casos deducimos los significados al percibir esos cromosomas que se descubren dentro de las palabras (si nos hablan de una persona “confiable”, ya entendemos que es alguien de fiar).

Humberto López Morales, secretario de la Asociación de Academias de la Lengua Española, escribió en su libro Aventura del español en América: “Hace ya muchos años que se viene echando en falta un repertorio léxico del español general”. Pero también prevenía contra el empobrecimiento: “Se piensa, equivocadamente, que la buscada neutralidad se consigue simplificando la lengua, reduciendo el vocabulario a mínimos insospechados”. Al contrario, esos trabajos contribuyen a resaltar la riqueza y la variedad del idioma: un solo concepto dispone de muchas formas para ser expresado.

Sin embargo, sostiene Raúl Ávila, los medios –desde la imprenta a Internet– siempre han promovido la unidad de las lenguas. Y su estilo no influye tanto en la gente: “El estilo de los medios es uno; y el de las conversaciones, charlas o pláticas en una cantina o bar, otro. Los medios promueven la unidad, pero los individuos tienen el recurso de la variedad, de acuerdo con el contexto y sin más limitación que el uso adecuado de un vocabulario íntimo. Recordemos que en algunas circunstancias se prohíbe decir malas palabras, pero en otras se prohíbe no decirlas”.

También se puede concluir que en cuestiones como los prospectos farmacéuticos o las instrucciones para usar un extintor con eficacia más vale asegurarse de que no haya equívocos. Y además, según los expertos aquí consultados, siempre resultará útil tener codificadas las afinidades y las diversidades de la lengua, para escoger de entre ellas según el caso; y, sobre todo, para que de esa manera crezca el conocimiento de los usos alternativos de una palabra hasta que incluso se puedan asumir un día como sinónimos. Así sucede ahora en España entre “juerga” y el americanismo “farra”, tomado ya como propio.

Y aunque ese Diccionario universal del español se demore, los estudiosos de nuestro léxico creen que no hay nada que temer, ni ahora ni luego, porque la facilidad de los hablantes para conversar sin problemas en todo el ámbito del español seguirá vigente sin que nada de esto los perturbe.





miércoles, 27 de mayo de 2015

La construcción de una marca y el prestigio



Un interesante artículo de Daniel Gigena –publicado en el diario La Nación, del 14 de mayo pasado– que da cuenta del fenómeno editorial que están produciendo las editoriales universitarias argentinas.



Los sellos universitarios crecen

en las grietas de las editoriales comerciales


Hasta hace pocos años, el libro publicado por las universidades satisfacía sólo necesidades curriculares, pero desde 2010, con el desarrollo de sellos propios, las universidades se ocupan –además– de la literatura, la divulgación científica, las ciencias sociales y las artes visuales con ejemplares que apenas superan los 200 pesos, en volúmenes de calidad, con notas críticas, anexos e imágenes.

Más que ganancias, las editoriales universitarias han buscado hasta ahora construir una marca para sus sellos y darles prestigio con un catálogo original. En la Feria del Libro que terminó el fin de semana, stands como el de la Red de Editoriales de las Universidades Nacionales (REUN) y el de Unsam Edita –que obtuvo el premio al mejor institucional– convocaron a nuevos lectores con títulos como Ejercicio plástico, ensayos sobre muralismo compilados por Néstor Barrio y Diana Wechsler; El hilo grabado, un clásico de Fina Warschaver, o una antología de textos de Luis Gudiño Kramer. Oche Califa, director cultural de la Fundación El Libro, adelantó que en 2016 ocuparán un lugar aún más visible.

Según datos de la Secretaría de Políticas Universitarias, en el país existen hoy 53 universidades nacionales y 49 privadas. Entre las primeras, reconocidas por el Consejo Interuniversitario Nacional –del que depende la REUN–, 42 tienen editorial propia. Y 32 entre las privadas. Estos sellos producen alrededor de 1900 novedades por año, cantidad que representa cerca del 9% de los títulos registrados en la Argentina. El 60% de las editoriales está en proceso de profesionalización; el 20%, como la de la Universidad de Avellaneda, la de Tierra del Fuego o la de Río Negro, en proceso de creación. El 20% restante corresponde a las consolidadas: la de la Universidad del Litoral, la de la Universidad de La Plata, Eduvim (de Villa María), Ediunc (de Cuyo), la editorial de la Universidad de Quilmes, Unsam Edita (de la Universidad Nacional de San Martín) y Eduner (de Entre Ríos).

"La principal incidencia es en materia de bibliodiversidad –opinan Guillermo Mondejar y Gustavo Martínez, de Eduner–. Las editoriales universitarias publicamos títulos que el sector comercial difícilmente consideraría para sus catálogos. Muchas universidades asumimos la edición de obras olvidadas, que suponen un trabajo de largo aliento en cuanto a la investigación y rescate de autores y textos." Eduner ha sacado obras de Amaro Villanueva, Juan José Manauta, Juan L. Ortiz y Francisco Madariaga, entre otros. Paralelamente, la Unsam prepara el lanzamiento de Letras, colección dirigida por el Nobel J.M. Coetzee, con títulos de poesía y narrativa de escritores del hemisferio sur para un público amplio.

Eudeba, en verdad una sociedad mixta, ha actuado como modelo de las editoriales universitarias. Su stand en la feria, construido por Corradini & Asociados, obtuvo el primer premio para puestos de más de 100 metros cuadrados. Allí se destacaba la presentación de Boris, la primera tableta para sus e-books. "La universidad, cuando decide intervenir en el campo editorial, lo hace con el objetivo de cumplir su misión principal, que es promover, preservar y difundir la cultura", dice Gonzalo Álvarez, presidente de Eudeba. Y agrega: "Si bien las editoriales universitarias comparten características, también tienen importantes diferencias, ya que en definitiva el proyecto tiene que ser pertinente con el de la universidad en la que se inserta".

Esas diferencias, opina Flavia Costa, fundadora de la editorial Unipe (Universidad Pedagógica), se vinculan con el grado de profesionalización de las editoriales, que hasta hace poco se consideraban ajenas al circuito de distribución y venta de libros. En los últimos años, el progreso de estas publicaciones impulsó la capacitación de profesionales –muchos de ellos docentes– en cuestiones relativas a la rentabilidad. Como el presupuesto de las editoriales depende del rectorado o de las secretarías académicas, se deben sortear varios obstáculos, desde la contratación de un libro hasta su puesta en circulación. Licitaciones, diseños de tapa e impresión, contratos de personal demandan un tiempo y un esfuerzo que los sellos comerciales allanan por completo. "En las universidades ganar dinero con la publicación de libros estaba mal visto hasta hace poco", comentan. Ese tabú empieza a romperse en beneficio de la construcción de catálogos. Las menos favorecidas se financian con fondos de programas de investigación o de ventas de apuntes.

Mónica Aguilar, responsable del equipo editorial de la Universidad de Quilmes, aporta algunos datos: "La editorial de la Unqui publica entre 25 y 30 títulos por año, y ya posee un catálogo vivo de más de 200 libros". Agrega que en los últimos años el porcentaje de recursos por ventas aumentó de un 20% a un 50%.

Libros insignia
"La edición universitaria en la Argentina debía aprovechar el proceso de polarización entre las editoriales multinacionales y las editoriales comerciales de capital nacional, que tienden cada vez más a dejar de lado libros de fondo, que necesitan publicar cada vez más best sellers que compitan contra los tanques de las corporaciones –dice Carlos Gazzera, director de Eduvim y coordinador de REUN–. La edición universitaria se debe ubicar en esas grietas, entre esos extremos, y construir desde allí un núcleo de fortaleza."

De cara al futuro, la REUN intentará consolidar el Foro Mundial de la Edición Universitaria en la Feria del Libro de Fráncfort y construir, junto con la Asociación de Editoriales Universitarias de América latina y el Caribe (Eulac), políticas regionales para la promoción del libro. La edición universitaria duplicó su producción respecto de 2010. Pasó de 1000 a 1903 novedades, con tiradas que van de los 200 a los 300 ejemplares. "En los próximos años alcanzaremos el umbral de los 350 o 400 ejemplares de promedio por título. Pasaremos de ser un puñado de editoriales con presencia en la cadena comercial a ser más de 20 sellos con distribución", comenta Gazzera.

La REUP (Red de Editoriales Universitarias Privadas) abarca 25 editoriales de instituciones universitarias privadas en la Argentina. Aunque muchos de los libros que publican aún se parecen más a materiales bibliográficos que a libros, hay algunas excepciones. Entre ellas, la Editorial de la Universidad Católica de Córdoba, que publica colecciones de interés general, como la de Arquitectos Cordobeses del Siglo XX, que está dirigida por el arquitecto José Santillán. Carla Slek, directora de publicaciones del sello, responde sobre los desafíos de las editoriales universitarias privadas. "El principal es la profesionalización. No es el único, pero es el que hace falta asumir, y para ello el trabajo en diálogo con otras editoriales universitarias agrupadas en la REUN es fundamental."

Editores de universidades públicas y privadas coinciden en que el paso obligatorio en la tarea de promoción cultural es convertir las editoriales universitarias en empresas competitivas dentro de un mercado concentrado, con profesionales capacitados en el cuidado del libro.


martes, 26 de mayo de 2015

"Es como si nuestra lengua se vistiera de fiesta para recibir al texto original"

La periodista Silvia Hopenhayn, siempre atenta a la novedad en el campo de la novela (que es para ella lo único que importa en la literatura), a veces se distrae y le presta atención a lo realmente importante. En la ocasión, al fenómeno de la traducción local de clásicos, algo que viene sucediendo en forma sostenida desde hace ya muchos años, pero que sólo ahora ella parece descubrir. Así, en esta nota, publicada el 15 de mayo pasado en el diario La Nación, de la Argentina, celebra la aparición de nuevas versiones de La Divina Comedia y Ulises, de Dante Alighieri y James Joyce, respectivamente. También vuelve a El Doble, de Dostoievski, publicado por Eterna Cadencia hace ya dos años, pero olvida la magnífica colección de clásicos que, con nuevas versiones y tapas indigentes, viene publicando de manera sistemática la editorial Colihue o los muchos clásicos publicados en igual lapso por Losada. Y eso, sólo para empezar. Con todo, imaginemos por un momento que la periodista en cuestión ya se pondrá al día, y festejemos con ella las buenas noticias.

Divinas traducciones

Desde hace un tiempo nuestra lengua está recuperando su aliento. Al menos en el terreno de los libros, se pueden leer, con mayor frescura y cercanía, algunos clásicos que reaparecen alegremente en traducciones locales. La alegría es doble: son traducciones nuevas y nuestras. Y si bien es uno sólo el responsable de la traducción, se sirve del estado del lenguaje actual, y eso nos incluye a todos, al menos como habitantes de la misma lengua.

Ya no estamos sometidos a las "gilipolladas" u otros términos de las traducciones españolas, ni tampoco a arcaísmos o tiempos verbales impracticables. Es como si nuestra lengua se vistiera de fiesta para recibir al texto original y su traductor fuese el anfitrión de una imaginación que llega a buen puerto. Hay al menos tres ejemplos, dos de ellos recién aparecidos, de relevancia fundamental en el mundo hispanoparlante: El doble, de Dostoievski (Alejandro González), La divina Comedia, de Dante Alighieri (Jorge Aulicino) y Ulises, de James Joyce (Marcelo Zabaloy, con la colaboración de Edgardo Russo).

Sin caer en festejos nacionalistas, pero tampoco privándome de la sorpresa, ¿no es fantástico que Dostoievski, Dante Alighieri y James Joyce, aparezcan en nuestra lengua, o sea, en traducción argentina, y -contrariamente a la concentración empresarial- publicados en editoriales independientes y de nuestro país (Eterna Cadencia, Edhasa y El Cuenco de Plata)? Mayor es el asombro frente a la coincidencia temporal de las publicaciones: La Divina Comedia y el Ulises aparecieron juntos en el mes de abril. O sea, ¡recién!. Pintura fresca de casas históricas. Ambos libros son lugares para vivir un buen rato...

En otra ocasión me referí a El Doble, en cuidadísimo trabajo de Alejandro González. Ya me adentraré en la nueva Divina Comedia. Empiezo con la dicha del Ulises (y me anticipo a presentarlo dada mi gozosa e inevitable demora en su lectura). El embalaje ya es atractivo -o "nutricional" como diría André Gide. Trae de todo y sin abrumar, tanto las notas como el cuadro de la estructura de la obra; éste incluye las escenas, horas, órganos del cuerpo, color, arte, símbolos y técnica de cada uno de los capítulos (mejor llamados, episodios). También es original la tabla comparativa entre las varias ediciones, donde aparecen diferencias abismales, como si un Ulises fuera necesariamente procaz, hasta diría guarango, mientras que en el original, no lo fuese tanto. Bajo este manto de respeto y fascinación, parece haber estado escribiendo su traductor argentino, Marcelo Zabaloy.

Me voy a uno de mis episodios favoritos: el catequístico. Es cuando vale preguntarse si esta novela es el relato increíble de una evitación (que dura un día, y lo que se evita es encontrar a la propia mujer con otro en la cama.) o, precisamente, es el relato de un encuentro (de los restos que el otro dejó en la cama, sus olores, pliegues en la sábana, etc). O, ¿lo que se evita es lo que se busca encontrar?

Reviso entonces esta escena, en varias traducciones y noto que la actual mejora los neologismos y restablece los colores. Una frase, a modo de bocado: "He kissed the plump mellow yellow smellow melons of her rump", en el original de Joyce. En la traducción de Subirat: "Besó los redondeados sazonadas amelonados cachetes de sus nalgas." En la recién publicada: "Besó los blandos, amarillos y olorondos mamelones de su grupa."

Sí, un beso sabe distinto según su traducción.

lunes, 25 de mayo de 2015

Presentación para las becas del C:N.L.



Isabelle Berneron, a cargo de la promoción y difusión del libro francés en la Embajada de Francia en la Argentina, envía el siguiente mensaje:



Estimados traductores:

 Me permito mandarles el nuevo formulario para presentarse a las becas de traductores confirmados del Centre National du Livre (CNL).

   Les recuerdo que la fecha límite en nuestras oficinas es 10 días antes de la fecha propuesta para que lleguen a tiempo al CNL; en efecto tenemos que presentar nuestros comentarios sobre las candidaturas y mandar los informes por valija diplomática. Para la próxima sesión recibiremos las candidaturas hasta 01/06/2015.

  La comisión del CNL se reunirá en octubre e informará los resultados en noviembre. El becario podrá organizar su viaje en el año siguiente la fecha de la comisión.

  Quedando a su disposición para cualquier información,

  Muy atentamente, Isabelle.

Isabelle Berneron
Promoción y difusión del libro francés

Basavilbaso 1253 (C1006 AAA) Buenos Aires
Tél : (+54-11) 4515.6913
Fax : (+54-11) 4515.6923

Facebook : Embajada de Francia en Argentina



viernes, 22 de mayo de 2015

Videos de traductores que se confiesan en público

Alan Pauls, Alberto Silva, Andrés Ehrenhaus, Carla Imbrogno, Eduardo Gruner, Gonzalo Aguilar, Irene Agoff, Jorge Fondebrider, Marcelo Cohen, Mariana Dimópulos y Rafael Spregelburd grabaron sendos videos que, luego de editados, pasaron a integrar el video que se pasa continuamente en el marco de la exposición “Casi lo mismo” que actualmente se exhibe en el Museo del Libro y de la Lengua.

Sin embargo, para los curiosos, la versión completa fue albergada en la biblioteca digital Trapalanda, de la Biblioteca Nacional. Se los presenta con esta presentación: Entrevistas alrededor de la traducción. Como parte de la muestra ‘Casi lo mismo’, se grabaron una serie de conversaciones con escritores, traductores, pensadores, para develar ese misterioso amor a la lengua que se despliega en cada traducción. En Casi lo mismo habrá juegos, obras de arte, libros, videos, para rodear y pensar ese hecho fundamental y a la vez siempre un tanto desviado. La traducción: que no es lo mismo, ni siquiera de otra manera. Es casi lo mismo.”

jueves, 21 de mayo de 2015

La muerte del Pibe Oscar (célebre escrushiante)

El jueves 21 a las 19 horas, en la Academia Porteña del Lunfardo (Estados Unidos 1379), Unipe Editora Universitaria presenta la edición anotada por Oscar Conde de la primera novela lunfardesca: La muerte del Pibe Oscar (1926) de Luis C. Villamayor, perdida hasta hoy y completamente desconocida para estudiosos e investigadores de la literatura argentina. Están todos invitados.


Evento literario, lingüístico e historiográfico, esta edición de La muerte del Pibe Oscar pone en manos del lector las huellas del denso y agitado bajo fondo porteño del temprano siglo XX. Luis Contreras Villamayor, guardiacárcel y etnógrafo de las poblaciones que custodia, reconstruye la historia de uno de los más célebres «lunfardos» de su tiempo. Narra esa vida con familiaridad y sentido empático, explicando la deriva hacia el delito a partir de una brutal experiencia infantil en los pliegues más oscuros de las instituciones penales, esas que el autor conoce íntimamente. También hay mucho sobre los márgenes de la gran Babel que era la Buenos Aires de la época, allí donde lo ilegal o semilegal imprimía el ritmo inquieto de la vida cotidiana y donde las relaciones humanas exhibían inventiva, comicidad y nobleza.

La gran labor de Oscar Conde pone en valor esta obra extraordinaria mediante un aparato erudito que explicita su riqueza y la hace inteligible: un estudio contextual sobre la obra, el autor y la época, notas aclaratorias de términos lunfardos, un glosario y un valioso apéndice con escritos adicionales de Villamayor. Además de enriquecer la lectura, este marco confirma que tras la firma «Canero viejo» hay un observador –y un autor– que apuesta a la integración de las nuevas formas del habla de Buenos Aires en una narrativa. En otras palabras, confirma que La muerte del Pibe Oscar es una obra clave de la literatura lunfardesca.

Lila Caimari

miércoles, 20 de mayo de 2015

Un programa de radio on line sobre traducción

Silvina Celle es traductora pública. Conjuntamente, con Silvia Comerci comenzaron hace un año “Traductoras, al aire!”, un programa de radio semanal dedicado a los traductores y la traducción. El programa se emite todos los miércoles a las 18 horas, a través de www.alaireradiobar.com.ar (en vivo) y luego sus creadoras comparten el archivo de audio en la página de Facebook "Traductoras, al Aire!" (por ahora, el único canal de difusión...).

Simpática y sin ínfulas, Silvina –a cuyo cargo está la emisión en la actualidad– señala que es el medio más corriente de comunicación entre ella y sus oyentes: “Por lo común tenemos intercambios con ellos a través de mensajes, aunque también tuvimos contactos telefónicos al aire. El teléfono de contacto de la radio es 4783-0222. Y nuestro correo es traductorasalaire@gmail.com”. Y luego, entusiasta, añade: “Inicialmente la idea fue que la gente supiera algo (más) de qué es ser traductor, cómo trabajamos, qué nos pasa cuando traducimos, por qué nunca hay dos traducciones iguales, etc.... Así empezamos. Con las visitas que fuimos recibiendo se fueron dibujando diferentes públicos, y se empezaron a plantear otros temas. Es un espacio para quien tenga ganas de compartir ideas, experiencias, puntos de vista, consejos (¡y hasta secretos!)”. Eso sí, hay límites: “Todo cabe, mientras se hable con respeto y armonía. Puede haber crítica si se fundamenta y dentro de lo posible se propone una solución...”.

El programa es ameno y, merced al talento de su conductora, se pasa volando. Eso sí: tanto la cortina musical como la música que pasa es horrible. Así que los lectores de este blog ya están enterados.

martes, 19 de mayo de 2015

Un recuerdo para EUDEBA

El 12 de mayo pasado, Marietta Gargatagli publicó en El Trujamán el siguiente artículo  

Las botas sobre las baldosas1

En 1966, después de la intervención de las universidades argentinas por el Gobierno militar de Juan Carlos Onganía, Boris Spivacow y un gran equipo tuvieron que abandonar la editorial de la Universidad de Buenos Aires (EUDEBA) que había venido editando durante ocho años, desde 1958, un libro por día y once millones en 2920 días. La renuncia de (entre otros muchos) Anibal Ford, Horacio Achával, Gregorio Selser, Beatriz Ferro, Carlos Pérez, Oscar Díaz, Susana Zanetti, Beatriz Sarlo, Olga Cosettini y José Bianco no fue inútil. A las pocas semanas, Boris Spivacow creó el Centro Editor de América Latina (CEAL) para continuar con el mismo plan de EUDEBA: más libros para más. Los dos proyectos que definieron el modelo por excelencia de la edición argentina: libros de calidad, necesarios y baratos.

En el directorio inicial de EUDEBA —proyecto de Risieri Frondizi, rector de la UBA formado en Harvard— estaban José Babini, Humberto Ciancaglini, Telma Reca, Alfredo Lanari, Ignacio Winizky, Enrique Silberstein, quienes, como todos los profesores y graduados de aquella universidad, contribuyeron con sugerencias para construir un catálogo donde estaban los libros que los estudiantes debían leer, los que interesaban a públicos más amplios, los que llevaban la producción universitaria nacional y, sobre todo, internacional a la sociedad. Desde los Cuadernos iniciales a las más de treinta colecciones: Los Fundamentales, Ediciones Previas, Ediciones Críticas, Lectores de Eudeba, Manuales de Eudeba, Temas de Eudeba, Serie del Siglo y Medio, Serie de los Contemporáneos, Libros del Caminante, Asia y África, Genio y Figura, Cuentistas y Pintores, Arte para Todos, La Escuela en el Tiempo, La Biblioteca de América, Diálogos Platónicos. Se hacían grandes tirajes (tiradas) para rebajar los costos y se cuidaba especialmente la calidad literaria de las traducciones científicas o literarias que eran encargadas a un experto de la disciplina y corregidas por un buen escritor. Tal fue el caso, por ejemplo, de las lenguas clásicas (Diálogos Platónicos, Ediciones Críticas) que llevan el sello literario de José Bianco. O de otros muchos revisores y traductores como: León Rozitchner, Eliseo Verón, Mario Bunge, Roberto Juarroz, Oberdán Caletti, Manuel Lamana, Ernesto Schoo, Patricio Canto, Luis Alberto Bixio o Floreal Mazía.

El catálogo inicial (alrededor de 1.000 títulos en ocho años) reunía obras de disciplinas tradicionales —clásicos de las ciencias o nuevos desarrollos de la biología, la física o las matemáticas— y también la bibliografía de estudios que empezaban en la UBA a finales de 1950 desde la Antropología y la Sociología a las Técnicas Teatrales, la Teoría Literaria y la Musicología. Entre muchas novedades algo curioso: La máquina de traducir (1961) de Émile Delavenay, uno de los primeros expertos en la automatización de la traducción en la naciente ONU de 1945, donde dirigió la revista multilingüe de la institución y las publicaciones de la UNESCO.

Esos volúmenes compartieron estantes en los kioscos de las facultades o de la calle con las obras literarias de la Serie del Siglo y Medio, Serie de los Contemporáneos, Libros del Caminante y con las colecciones relacionadas con el doble camino de la América Latina de los sesenta: como realidad cultural y literaria (La Biblioteca de América), como parte de las nuevas reflexiones poscoloniales del mundo (Asia y África).

La Universidad de Buenos Aires proveía de libros a las otras universidades y bibliotecas del país, también a los lectores comunes «por menos de lo que valía un kilo de pan» (según el conocido eslogan). Ese bajo precio no suponía ofrecer una cultura o una educación degradadas; implicaba que los lectores eran ciudadanos con derechos, con el derecho de tener libros accesibles.

La editorial EUDEBA se recuperó de 1973 y siguió su curso hasta 1976. Lo que ocurrió con ella luego de ese nuevo golpe militar es otra historia.

(1) El título es una cita del excelente libro: Boris Spivacow. Memoria de un sueño argentino de Delia Maunás, Buenos Aires, Colihue, 1995


lunes, 18 de mayo de 2015

"Una tensión inusitada"


El 9 de mayo pasado, Pablo Gianera publicó el siguiente artículo en el diario argentino La Nación, donde se traza una genealogía de las versiones argentinas de La Divina Comedia.

La divina comedia: una epopeya argentina

No diremos que toda traducción es imposible porque hacerlo sería, además de contrafáctico, inexacto. En cambio, sí diremos que hay libros (poemas, novelas) que resisten especialmente ser vertidos a otra lengua, como si se guardaran su secreto para la lengua original. Entre todos ellos, La divina comedia, de Dante Alighieri, es un caso aparte. El hecho mismo de que se existan tantas traducciones muestra su resistencia. Esto prueba no tanto el entusiasmo de los traductores con el poema sino la insatisfacción con las soluciones encontradas por otros y, a la vez, la voluntad de hacer públicas las propias. Dante destina al Infierno, el Purgatorio y el Paraíso una condición sonora específica. Podrá verterse la descripción diversa del sonido (alaridos de dolor, órganos, un grito ronco o aun el canto llano), pero no la diferenciación musical que Dante reserva para cada uno.

La traducción en verso mutiplica infinitamente esas dificultades. Es muy llamativo que la Argentina cuente con toda una tradición de traducciones en verso de la Comedia. La primera aventura fue la de Bartolomé Mitre, que publicó su versión en verso rimado en 1897. La segunda es la que Ángel J. Battistessa concluyó a principios de la década de 1970. En 2003, el Grupo Editor Latinoamericano editó, a instancias del poeta Luis Tedesco, la versión del psiquiatra Antonio Milano. Ahora, en coincidencia con la Feria, Edhasa acaba de publicar (tres volúmenes bilingües) la traducción de otro poeta, Jorge Aulicino, de la cual el Infierno se había conocido ya en 2011.

No es fácil comparar estas versiones ni las razones que las justifican. Sobre esto último, da la impresión de que, en lugar de existir una teoría propia, cada traductor la descubre, durante la faena, y aún después. En lugar de ser un presupuesto, la teoría es algo que se remonta del trabajo a su formulación. Mitre, por ejemplo, incluyó como prólogo el ensayo "Teoría del traductor", en el que reclamaba para las "obras maestras" el tratamiento de los textos sagrados: traducir "al pie de la letra", lograr un "reflejo directo" del original y no una bella infidel. Battistessa, por su lado, nota con acierto que el problema no consiste en traducir del italiano sino en traducir a Dante, y llena su traducción de notas; todo lo contrario de lo que hace Aulicino, que prefiere que nos enfrentemos con Dante en sus propios términos, o en los nuestros, en un combate que se debe librar solo, sin refuerzos eruditos, como pasaría con un poema -de Aulicino o de otro- publicado el mes pasado. La posición de Aulicino no podría ser más modesta, y de hecho esa modestia es inversamente proporcional a sus logros. Dice en el escueto prólogo: "El protagonista de este texto, que tiende a anclarse en el tiempo, es el lenguaje en movimiento". Buen punto de partida.

Pero el laberinto de Dante es inagotable, y lo es aun en palabras aisladas. Pensemos nada más en el segundo terceto del Canto I del Infierno. Dante presenta de entrada la imposibilidad de nombrar: "Ah quanto a dir qual era è cosa dura/ esta selva selvaggia e aspra e forte/ che nel pensier rinova la paura!". Pero difícil es también decir lo difícil que es decir. "Paura": Mitre tradujo "pavura"; Battistessa lo refutó con "pavor". Por fin, Aulicino, corrigió a Battistessa y optó por "pavura". Más de un siglo para dar la vuelta completa. Ahí terminan las semejanzas. Tal vez por una cuestión cronológica, tal vez, más probablemente, por el pulso del poeta, Aulicino conquista una tensión inusitada. ¿Es definitiva? Ninguna lo será. A los traductores de Dante podría decírseles, como mayor muestra de simpatía, el famoso lema de Beckett en Worstward Ho: "Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor".


viernes, 15 de mayo de 2015

"¿Qué es hacer un libro desde un país todavía llamado México?"

La presencia mexicana en la última Feria del Libro de Buenos Aires fue francamente extraordinaria. A lo largo de tres semanas más de cuatro actos diarios pusieron en contacto al público argentino con muchos de los mejores escritores de México, lo cual permitió medir ambas realidades, ya que en la mayoría de las mesas hubo una saludable convivencia entre escritores locales y de la ciudad invitada. Tampoco faltaron los editores. Se destaca especialmente la presencia de José María Espinaza, de Ediciones Sin Nombre, y la de Víctor Manuel Mendiola, de El Tucán de Viriginia. No fueron los únicos. Ayer, 14 de mayo, Silvina Friera publicó en el diario Página 12 una entrevista con los escritores y editores mexicanos Vivian Abenshushan, Luigi Amara y Verónica Gerber Bicecci, de Tumbona Ediciones, donde dan su punto de vista sobre la edición independiente en su país.

“Que el libro no sea una mercancía más”

El radical despabilamiento surge de un colectivo de espíritu heterodoxo y provocador. Un trío iconoclasta de editores mexicanos, integrado por artistas y escritores, patea el tablero de la edición. Vivian Abenshushan, Luigi Amara y Verónica Gerber Bicecci combaten contra la uniformidad instaurada por el neoliberalismo. Sin horarios fijos, sin oficina, sin jefes, la cooperativa Tumbona Ediciones es un laboratorio político, estético y vital que reivindica la publicación ecológica –pocos títulos, aquellos tan imprescindibles como incómodos– y “el derecho universal a la pereza”. El impulso de crear esta editorial nació en Buenos Aires, en un viaje que hicieron a fines de 2004, cuando se encontraron con la efervescencia de las editoriales independientes porteñas. El catálogo de este sello, que se presentó en la Feria del Libro y pronto se distribuirá en las librerías del país, es hospitalario con el ensayo y la narrativa breve, los textos inclasificables o paradójicos; con los autores que permanecen en los sótanos de la tradición, como Ulises Carrión (Veracruz, 1941-Amsterdam, 1989) o Carlos Díaz Dufoo Jr. (Ciudad de México, 1888-1932) y con los escritores inéditos que se mueven en los márgenes.

“Nos parece muy importante que la edición se pregunte qué es hacer un libro hoy desde un país todavía llamado México, pero que vive en una profunda crisis de violencia. Queremos también extender la pregunta hacia cómo circulan los libros. El monopolio de las librerías mexicanas impide la circulación natural. Las editoriales independientes tienen muy pocos espacios en las librerías. Hay casi que pedir de rodillas que te dejen poner tus libros”, cuenta Abenshushan (Ciudad de México, 1972), autora de El clan de los insomnes y Una habitación desordenada. Amara (México D.F., 1971) comenta a Página/12 que la editorial rescató al escritor-artista Ulises Carrión para producir “una suerte de sacudida en el medio literario”. La colección Versus resignifica y potencia el desgastado arte de la diatriba con títulos como Contra el amor, de Laura Kipnis, Contra la belleza, de Rafael Gumucio, Contra la vida activa de Rafael Lemus, Contra el trabajo, “seis ensayos en huelga” de Séneca, Friedrich Nietzsche, Theodor H. Adorno, Samuel Johnson, Bertrand Russell y E. M. Cioran; Contra los hijos de Lina Meruane y Contra el copyright, “cinco ensayos combativos” de Richard Stallman, Wu Wing, César Rendueles y Kembrew McLeod, entre otros títulos. “Hay mucha gente interesada más en la circulación de los libros que en el sueño un poco delirante de obtener regalías y que un día Hollywood compre tu libro. Abrimos la editorial para que se pudieran hacer cosas en copyleft. Muchos libreros y editores dicen que estamos locos, que deberíamos defender el copyright. Pero el copyright lo detenta la corporación, no el autor. Nosotros estamos en contra del copyright y a favor del derecho de autor”, aclara el editor.

Ensayista y poeta, autor de Historia descabellada de la peluca, Amara recuerda que la idea de hacer la editorial nació de aquella visita a Buenos Aires a fines de 2004. “Nos dimos cuenta de que se podía alcanzar vitalidad editorial con imaginación y sin dinero. Entendimos que no tenía sentido hacer una editorial para que el libro sea una mercancía más.” Gerber Bicecci (Ciudad de México, 1981), artista visual que ha publicado Mudanza, libro en que narra la transformación de cinco escritores en artistas visuales, plantea que “editar es señalar, hacer uso de un poder”. “A diferencia de las editoriales independientes en México, Tumbona edita colectivamente; es muy sabido que hay mucha gente que mete mano en un libro, pero normalmente hay una figura de editor. En Tumbona discutimos tanto cómo editar cada libro que nos volvemos absolutamente inoperantes. Nosotros editamos a seis manos y discutimos hasta el último detalle.” Tumbona –en México– es una reposera, una silla cómoda para leer.

–Hay una irreverencia en el catálogo que no se corresponde con el nombre, con esa idea de la reposera para leer cómodo, ¿no?
Vivian Abenshushan: –Es cierto, lo hemos pensado... Hubo una campaña de lectura México por un País de Lctores, que puso en marcha el entonces presidente Vicente Fox, que impuso la idea de la lectura casi como una obligación moral. La peor campaña es decir que leer te hace mejor persona o que te ayuda a prevenir el Alzheimer. Frente a esa condición moral de la lectura, nos parecía importante generar una tensión con la idea del carácter gratuito de la lectura, que no tiene una utilidad práctica, cuantificable. Cuando estuve acá en 2004, en San Telmo, vi un esténcil que decía: “Mate a su jefe: renuncie”. Yo trabajaba doce horas diarias en una revista y renuncié. Lo maté simbólicamente. Hay una defensa de la haraganería, de la lentitud, de la improductividad a contracorriente de un discurso que en México se instaló de manera muy fuerte con el Tratado de Libre Comercio con la productividad, la competencia, el dinero, la ganancia, todos estos valores neoliberales que es importantísimo discutir.

Verónica Gerber Bicecci: –En México no es un cliché la figura del lector tirado con un libro como lo es en Argentina. Al contrario, el grueso de la población en México aprende a leer por obligación, porque se lo imponen en la escuela; la cultura de la lectura es mucho más pobre que la de Argentina. Entonces el nombre de la editorial tiene mucho que ver con invitar a algo que para usted, como argentina, es totalmente un cliché: tirarse a leer.

Luigi Amara: –Hablar de leer por placer en México es antiproductivo. Las campañas de lectura son tan absurdas que ahora una propone: “cuantifica el tiempo que lees, llega a los veinte minutos al día”. Son parámetros completamente ridículos.

V. A.: –Imagino a la gente leyendo con sus hijos: “¡A ver, llevamos quince minutos, sigue, sigue, tú puedes...” ¡es horrible! Nuestros niveles de consumo y de desgaste son inmensos, entonces nos parecía importante ralentizar la producción de libros.

–¿Qué significa editar libros en un país con tanta violencia y con un futuro tan incierto?
V. G. B.: –Si algo se puede detectar, viendo el problema de manera muy general, es una ruptura irreparable en la sociedad que va a tener unas consecuencias que ni siquiera alcanzamos a imaginar. Este ejercicio que hacemos de discutir cada libro genera una pequeña comunidad. Si esto se repitiera, podría subsanar las grietas sociales, que son muchas. Aunque siempre nuestros libros buscan incomodar, esa incomodidad también en el fondo está tratando de coser una herida.

L. A.: –El problema del narco es consecuencia de una visión individualista y completamente mercantil de la vida. El narco, el que cree que puede secuestrar y asesinar al otro, responde a una lógica neoliberal desatada. Nuestra idea como editorial es luchar contra el individualismo intentando crear redes, haciendo fiestas colectivas, incluso contra la lógica de los demás sellos que quieren chingarte, como decimos en México. Hay un punto en que sentimos que quizá seguir editando libros es un poco frívolo o inconsecuente. Sigue la pregunta qué hacer, cómo responder a una situación en la que hay una falta total de horizontes. No es sólo la violencia, sino todo lo que se ha resquebrajado socialmente.

V. A.: –Para nosotros es una pregunta abierta porque hay una violencia declarada desde hace ocho años, pero en los últimos siete meses, desde Ayotzinapa, todo entró en un estado de excepción. Nuestros códigos culturales están también entrando en un estado de excepción.


jueves, 14 de mayo de 2015

Tutatis es grande

El artículo, firmado por Andrés Valenzuela, se publicó ayer en el diario argentino Página 12: dos editoriales locales comienzan a editar las aventuras de Asterix en la Argentina, alcanzando de ese modo a otra generación más. Resta por ver en qué traducción, no sea que los romanos sigan estando “majaretas”…

La aldea gala en la Argentina

Edith Piaf, el Museo del Louvre y Astérix. Luego cada quien le podrá agregar a la lista sus pendones franceses preferidos: los vinos, sus quesos, sus monumentos, su cine, sus filósofos posmodernos. Pero es imposible quitar esos ítems de la lista en la que los mismos ciudadanos franceses reconocen parte fundamental de su identidad cultural nacional. Y Astérix, la historieta creada por el guionista René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo, es desde 1959 un emblema de la cultura contemporánea de las Galias. La irreductible aldea gala se convirtió desde hace décadas en símbolo de resistencia contra la ocupación y expresión fuera de serie de una de las artes populares más apreciadas por ese país.

En Argentina se publicó durante muchos años en revistas escolares y hasta hubo alguna recopilación de las aventuras. Pero desde hace años, el único modo de leer este clásico de la historieta universal era accediendo a ediciones extranjeras. Ahora, por el trabajo conjunto de Libros del Zorzal y Grupo Planeta, se relanzan las aventuras de Astérix, Obélix y su entrañable galería de personajes. La edición local tendrá el tamaño del típico álbum francés, pero será en tapa blanda. La coedición comenzó su tarea publicando los dos primeros títulos de la serie (sobre un total de 35 ya publicados y otro más por llegar en Francia): Asterix el Galo y La hoz de oro.

El primer tomo presenta a los personajes y sitúa la acción en tiempo y espacio: la aldea gala rodeada de campamentos militares romanos, sus habitantes y su belicosa, pero despreocupada relación con las legiones del César. En el segundo volumen, Goscinny y Uderzo mandan a sus personajes hasta Lutecia y empiezan a construir el gran mundo que involucra a sus protagonistas y que con el devenir de las aventuras los llevará incluso a tierras tan distantes como Egipto.

La saga es uno de esos infrecuentes casos donde el éxito popular no desentona con la devoción que le dedica la crítica. Sus centenares de millones de ejemplares vendidos en decenas de idiomas la confirman como una obra popular y universal, pero eso no riñe con el criterio de los especialistas, que la reconocen como una obra maestra del noveno arte y un ejemplo prototípico de la historieta francobelga.

Lo notable de la relectura de estos libros es cómo resistieron el paso del tiempo. Más de medio siglo después de su primera publicación, se pueden seguir leyendo casi como si fueran una novedad. Y no sólo porque aparece siempre algún matiz o detalle nuevo (que también), sino por la solidez narrativa que encierra. A Goscinny y Uderzo les alcanza un álbum para plantar las reglas de un universo maravilloso que se permite contener a la vez guiños para chicos y grandes, divertir a lectores de cualquier edad, jugar con la identidad nacional francesa y, de yapa, hacer historieta de la buena.

Además, en estos tomos ya aparecen los elementos fundamentales que serán recurrentes en toda la serie: la fuerza descomunal que provee la pócima mágica del druida Panoramix, la inteligencia de Astérix para arreglárselas sin ella, la relación con los soldados romanos (y su uso aparentemente caótico de los lugares comunes del latín), los acentos típicos de otras regiones de Francia (y más adelante, del mundo), los menhires y la ingesta desproporcionada de jabalíes asados. Por Tutatis, qué bueno que es tener a estos galos en la biblioteca.