El 12 de mayo
pasado, Marietta Gargatagli publicó en El Trujamán el siguiente artículo
Las botas sobre
las baldosas1
En
1966, después de la intervención de las universidades argentinas por el
Gobierno militar de Juan Carlos Onganía, Boris Spivacow y un gran equipo
tuvieron que abandonar la editorial de la Universidad de Buenos
Aires (EUDEBA) que había venido editando
durante ocho años, desde 1958, un libro por día y once millones en 2920 días.
La renuncia de (entre otros muchos) Anibal Ford, Horacio Achával, Gregorio
Selser, Beatriz Ferro, Carlos Pérez, Oscar Díaz, Susana Zanetti, Beatriz Sarlo,
Olga Cosettini y José Bianco no fue inútil. A las pocas semanas, Boris Spivacow
creó el Centro Editor de América Latina (CEAL)
para continuar con el mismo plan de EUDEBA:
más libros para más. Los dos proyectos que definieron el modelo por excelencia
de la edición argentina: libros de calidad, necesarios y baratos.
En el directorio inicial de EUDEBA —proyecto de Risieri Frondizi, rector
de la UBA formado en Harvard— estaban José
Babini, Humberto Ciancaglini, Telma Reca, Alfredo Lanari, Ignacio Winizky, Enrique
Silberstein, quienes, como todos los profesores y graduados de aquella
universidad, contribuyeron con sugerencias para construir un catálogo donde
estaban los libros que los estudiantes debían leer, los que interesaban a
públicos más amplios, los que llevaban la producción universitaria nacional y,
sobre todo, internacional a la sociedad. Desde los Cuadernos iniciales a las
más de treinta colecciones: Los Fundamentales, Ediciones Previas, Ediciones
Críticas, Lectores de Eudeba, Manuales de Eudeba, Temas de Eudeba, Serie del
Siglo y Medio, Serie de los Contemporáneos, Libros del Caminante, Asia y
África, Genio y Figura, Cuentistas y Pintores, Arte para Todos, La Escuela en el Tiempo, La Biblioteca de América,
Diálogos Platónicos. Se hacían grandes tirajes (tiradas) para rebajar los
costos y se cuidaba especialmente la calidad literaria de las traducciones
científicas o literarias que eran encargadas a un experto de la disciplina y
corregidas por un buen escritor. Tal fue el caso, por ejemplo, de las lenguas
clásicas (Diálogos Platónicos, Ediciones Críticas) que llevan el sello
literario de José Bianco. O de otros muchos revisores y traductores como: León
Rozitchner, Eliseo Verón, Mario Bunge, Roberto Juarroz, Oberdán Caletti, Manuel
Lamana, Ernesto Schoo, Patricio Canto, Luis Alberto Bixio o Floreal Mazía.
El catálogo inicial (alrededor de 1.000 títulos en ocho años)
reunía obras de disciplinas tradicionales —clásicos de las ciencias o nuevos
desarrollos de la biología, la física o las matemáticas— y también la
bibliografía de estudios que empezaban en la UBA a finales de 1950 desde la Antropología y la Sociología a las
Técnicas Teatrales, la
Teoría Literaria y la Musicología. Entre
muchas novedades algo curioso: La
máquina de traducir (1961)
de Émile Delavenay, uno de los primeros expertos en la automatización de la
traducción en la naciente ONU de
1945, donde dirigió la revista multilingüe de la institución y las
publicaciones de la UNESCO.
Esos volúmenes compartieron estantes en los kioscos de las
facultades o de la calle con las obras literarias de la Serie del Siglo y Medio,
Serie de los Contemporáneos, Libros del Caminante y con las colecciones
relacionadas con el doble camino de la América Latina de
los sesenta: como realidad cultural y literaria (La Biblioteca de América),
como parte de las nuevas reflexiones poscoloniales del mundo (Asia y África).
La
editorial EUDEBA se recuperó de 1973 y siguió su curso
hasta 1976. Lo que ocurrió con ella luego de ese nuevo golpe militar es otra
historia.
(1) El título es una cita del excelente libro: Boris Spivacow. Memoria de un sueño argentino de Delia Maunás, Buenos Aires, Colihue, 1995
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