La periodista Silvia
Hopenhayn, siempre atenta a la novedad en el campo de la novela (que es para ella lo único que importa en la literatura), a veces se distrae y le presta
atención a lo realmente importante. En la ocasión, al fenómeno de la traducción
local de clásicos, algo que viene sucediendo en forma sostenida desde hace ya
muchos años, pero que sólo ahora ella parece descubrir. Así, en esta nota,
publicada el 15 de mayo pasado en el diario La Nación ,
de la Argentina ,
celebra la aparición de nuevas versiones de La Divina Comedia y Ulises, de Dante Alighieri y James
Joyce, respectivamente. También vuelve a El
Doble, de Dostoievski, publicado por Eterna Cadencia hace ya dos años, pero
olvida la magnífica colección de clásicos que, con nuevas versiones y tapas
indigentes, viene publicando de manera sistemática la editorial Colihue o los
muchos clásicos publicados en igual lapso por Losada. Y eso, sólo para empezar.
Con todo, imaginemos por un momento que la periodista en cuestión ya se pondrá
al día, y festejemos con ella las buenas noticias.
Divinas traducciones
Desde
hace un tiempo nuestra lengua está recuperando su aliento. Al menos en el
terreno de los libros, se pueden leer, con mayor frescura y cercanía, algunos
clásicos que reaparecen alegremente en traducciones locales. La alegría es
doble: son traducciones nuevas y nuestras. Y si bien es uno sólo el responsable
de la traducción, se sirve del estado del lenguaje actual, y eso nos incluye a
todos, al menos como habitantes de la misma lengua.
Ya no estamos sometidos a las "gilipolladas" u
otros términos de las traducciones españolas, ni tampoco a arcaísmos o tiempos
verbales impracticables. Es como si nuestra lengua se vistiera de fiesta para
recibir al texto original y su traductor fuese el anfitrión de una imaginación
que llega a buen puerto. Hay al menos tres ejemplos, dos de ellos recién
aparecidos, de relevancia fundamental en el mundo hispanoparlante: El doble, de Dostoievski (Alejandro
González), La divina Comedia, de
Dante Alighieri (Jorge Aulicino) y Ulises,
de James Joyce (Marcelo Zabaloy, con la colaboración de Edgardo Russo).
Sin caer en festejos nacionalistas, pero
tampoco privándome de la sorpresa, ¿no es fantástico que Dostoievski, Dante
Alighieri y James Joyce, aparezcan en nuestra lengua, o sea, en traducción
argentina, y -contrariamente a la concentración empresarial- publicados en
editoriales independientes y de nuestro país (Eterna Cadencia, Edhasa y El
Cuenco de Plata)? Mayor es el asombro frente a la coincidencia temporal de las
publicaciones: La Divina Comedia y el
Ulises aparecieron juntos en el mes
de abril. O sea, ¡recién!. Pintura fresca de casas históricas. Ambos libros son
lugares para vivir un buen rato...
En otra ocasión me referí a El Doble, en cuidadísimo trabajo de Alejandro González. Ya me
adentraré en la nueva Divina Comedia.
Empiezo con la dicha del Ulises (y me
anticipo a presentarlo dada mi gozosa e inevitable demora en su lectura). El
embalaje ya es atractivo -o "nutricional" como diría André Gide. Trae
de todo y sin abrumar, tanto las notas como el cuadro de la estructura de la
obra; éste incluye las escenas, horas, órganos del cuerpo, color, arte,
símbolos y técnica de cada uno de los capítulos (mejor llamados, episodios).
También es original la tabla comparativa entre las varias ediciones, donde
aparecen diferencias abismales, como si un Ulises
fuera necesariamente procaz, hasta diría guarango, mientras que en el original,
no lo fuese tanto. Bajo este manto de respeto y fascinación, parece haber
estado escribiendo su traductor argentino, Marcelo Zabaloy.
Me voy a uno de mis episodios favoritos: el
catequístico. Es cuando vale preguntarse si esta novela es el relato increíble
de una evitación (que dura un día, y lo que se evita es encontrar a la propia
mujer con otro en la cama.) o, precisamente, es el relato de un encuentro (de
los restos que el otro dejó en la cama, sus olores, pliegues en la sábana,
etc). O, ¿lo que se evita es lo que se busca encontrar?
Reviso entonces esta escena, en varias traducciones y noto
que la actual mejora los neologismos y restablece los colores. Una frase, a
modo de bocado: "He kissed the plump
mellow yellow smellow melons of her rump", en el original de Joyce. En
la traducción de Subirat: "Besó los redondeados sazonadas amelonados
cachetes de sus nalgas." En la recién publicada: "Besó los blandos,
amarillos y olorondos mamelones de su grupa."
Sí, un beso sabe distinto según su traducción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario