miércoles, 16 de septiembre de 2015

Una respuesta a Germán Coloma

Guiomar Ciapuscio es profesora titular de Lingüística Facultad de Filosofía y Letras (UBA). El sábado 14 de septiembre publicó la siguiente nota en Ñ, en respuesta a otra nota publicada en la misma revista por Germán Coloma. Tal vez éste sea el principio de una polémica.

De la complejidad de las lenguas

Quiero llamar la atención sobre algunos aspectos –a mi juicio, problemáticos– que presenta la nota de Germán Coloma publicada en Ñ el 22.8.2015. Desde su copete se anuncia como una nota“científica” del área de la lingüística, destinada a informar sobre dos estudios realizados en la Universidad del CEMA por el autor (economista, profesor e investigador en esa universidad). Aun cuando la revista Ñ no es una revista de especialidad, sino un medio cultural y divulgativo, creo que es importante señalar problemas de contenido y de argumentación presentes en el texto que, a mi criterio, afectan su rigor y llevan a conclusiones muy cuestionables (como la que figura en el mismo copete “cada lengua se complejiza según su medio socioeconómico”).

La complejidad de las lenguas se debe considerar a la luz de distintos parámetros, que se relacionan con aspectos de sonido, morfología y sintaxis –es decir, de complejidad gramatical–, y de vocabulario léxico. Es un tema debatido en la disciplina, pero existe un consenso establecido respecto de que no hay lenguas primitivas ni lenguas “superdesarrolladas”:existen en este sentido distintas investigaciones que muestran cómo lenguas de comunidades con un nivel mínimo de desarrollo exhiben, no obstante, un altísimo grado de complejidad gramatical. La dignidad e igualdad de las lenguas no es sólo una posición ideológica, sino que es un fenómeno objetivo que se apoya en el estudio lingüístico, tanto teórico como comparativo.

El autor de la nota, luego de reseñar someramente –y con algunas distorsiones– posiciones dentro de la lingüística respecto de si hay lenguas más complejas que otras, posiciones que califica (o descalifica) como “argumentos conceptuales”, instala sin más la idea de que la estadística y la matemática podrían dar respuestas más satisfactorias, de la mano de la “lingüística sinérgica”, estableciendo así una interpretación de las lenguas como sistemas autorregulados, basados en necesidades de codificación, economía y estabilidad.

En el primer estudio que informa, argumenta que la simplicidad o complejidad de una lengua puede medirse cuantitativamente a partir de correlaciones negativas de características, como la extensión oracional (es decir, el número de palabras por oración) o silábica (número de sílabas por palabra). Así contrapone lenguas como el vietnamita –“el vietnamita es un caso extremo que utiliza frases muy largas (entre 16 y 17 palabras) pero compensa empleando palabras muy cortas (todas monosílabas)”– al yine (que tendría oraciones breves pero palabras largas). Este logro –o “descubrimiento”– que atribuye al método estadístico y que interpreta en términos de “compensación de complejidad”, debe entenderse en realidad a partir de un índice elaborado a lo largo de décadas de investigaciones lingüísticas sobre distintas lenguas del mundo que se conoce como índice de síntesis . Sabemos que el vietnamita es una lengua analítica en la que cada palabra tiene un solo significado –o morfema–, por ello sus oraciones son “largas”, en cambio el yine es una lengua sintética que acumula dentro de una misma palabra varios morfemas. Lo mismo ocurre con el turco o el chukchi, lengua que se habla en mar de Bearing, Rusia. Por ejemplo, la palabra T?mey??levt?p??t?rk?n significa en ckukchi lo que en castellano decimos con la oración “tengo un dolor de cabeza terrible”.

Las lenguas del mundo se distinguen –en el plano morfológico, que es sólo un plano– por el grado en que aglutinan y fusionan o no información semántica dentro de la palabra y por los mecanismos que emplean para relacionar esos formantes. El sufijo -ó en los verbos del castellano (como en cantó o jugó ) no podría ser más breve, sin embargo, aglutina una cantidad notable de información semántica: tercera persona del singular, tiempo pasado, aspecto indefinido, modo indicativo. Presentar la complejidad de las lenguas como una mera cuestión de extensión cuantitativa es una reducción que distorsiona la apreciación de un problema complejo que debería evitarse, más aún cuando en este caso se trata de un destinatario no especialista.

El segundo aspecto que quisiera mencionar es que los criterios y datos de los estudios se presentan de manera incompleta y parcial, de manera que es imposible valorar apropiadamente las conclusiones. Por ejemplo, en la tercera columna de su nota se refiere a un gráfico que no se incluyó; en la presentación del segundo estudio se habla de sesenta características que se habrían medido, pero no se menciona ninguna.

Sin embargo, sobre esa base, se realizan aseveraciones taxativas, a las que se reviste de un presunto grado de novedad (como “la hipótesis de que todos los idiomas son igualmente complejos es falsa”). En la disciplina, en todo caso, hay consenso establecido respecto de que las lenguas tienen distinto tipo de complejidad (y según el punto de vista).

Respecto de las afirmaciones de los párrafos finales de la nota de Germán Coloma con relación a que la geografía y la historia ejercerían presiones sobre la complejidad lingüística, que evidentemente han llevado a la composición de un copete desafortunado, habría que decir que son sólo especulaciones que deberían sostenerse con argumentos o algún tipo de evidencia empírica para ser consideradas con seriedad.


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