Guiomar Ciapuscio es profesora titular de
Lingüística Facultad de Filosofía y Letras (UBA). El sábado 14 de septiembre
publicó la siguiente nota en Ñ, en respuesta a otra nota publicada en la misma
revista por Germán Coloma. Tal vez éste
sea el principio de una polémica.
De la complejidad de las lenguas
Quiero
llamar la atención sobre algunos aspectos –a mi juicio, problemáticos– que
presenta la nota de Germán Coloma publicada en Ñ el 22.8.2015. Desde su copete se
anuncia como una nota“científica” del área de la lingüística, destinada a
informar sobre dos estudios realizados en la Universidad del CEMA
por el autor (economista, profesor e investigador en esa universidad). Aun
cuando la revista Ñ no es una revista de especialidad,
sino un medio cultural y divulgativo, creo que es importante señalar problemas
de contenido y de argumentación presentes en el texto que, a mi criterio,
afectan su rigor y llevan a conclusiones muy cuestionables (como la que figura
en el mismo copete “cada lengua se complejiza según su medio socioeconómico”).
La complejidad de las lenguas se debe considerar a la luz de
distintos parámetros, que se relacionan con aspectos de sonido, morfología y
sintaxis –es decir, de complejidad gramatical–, y de vocabulario léxico. Es un
tema debatido en la disciplina, pero existe un consenso establecido respecto de
que no hay lenguas primitivas ni lenguas “superdesarrolladas”:existen en este
sentido distintas investigaciones que muestran cómo lenguas de comunidades con
un nivel mínimo de desarrollo exhiben, no obstante, un altísimo grado de
complejidad gramatical. La dignidad e igualdad de las lenguas no es sólo una
posición ideológica, sino que es un fenómeno objetivo que se apoya en el
estudio lingüístico, tanto teórico como comparativo.
El autor de la nota, luego de reseñar someramente –y con
algunas distorsiones– posiciones dentro de la lingüística respecto de si hay
lenguas más complejas que otras, posiciones que califica (o descalifica) como
“argumentos conceptuales”, instala sin más la idea de que la estadística y la
matemática podrían dar respuestas más satisfactorias, de la mano de la
“lingüística sinérgica”, estableciendo así una interpretación de las lenguas
como sistemas autorregulados, basados en necesidades de codificación, economía
y estabilidad.
En el primer estudio que informa, argumenta que la
simplicidad o complejidad de una lengua puede medirse cuantitativamente a
partir de correlaciones negativas de características, como la extensión
oracional (es decir, el número de palabras por oración) o silábica (número de
sílabas por palabra). Así contrapone lenguas como el vietnamita –“el vietnamita
es un caso extremo que utiliza frases muy largas (entre 16 y 17 palabras) pero
compensa empleando palabras muy cortas (todas monosílabas)”– al yine (que
tendría oraciones breves pero palabras largas). Este logro –o “descubrimiento”–
que atribuye al método estadístico y que interpreta en términos de
“compensación de complejidad”, debe entenderse en realidad a partir de un
índice elaborado a lo largo de décadas de investigaciones lingüísticas sobre
distintas lenguas del mundo que se conoce como índice de síntesis . Sabemos que el vietnamita es una
lengua analítica en la que cada palabra tiene un solo significado –o morfema–,
por ello sus oraciones son “largas”, en cambio el yine es una lengua sintética
que acumula dentro de una misma palabra varios morfemas. Lo mismo ocurre con el
turco o el chukchi, lengua que se habla en mar de Bearing, Rusia. Por ejemplo,
la palabra T?mey??levt?p??t?rk?n significa en ckukchi lo que en castellano
decimos con la oración “tengo un dolor de cabeza terrible”.
Las lenguas del mundo se distinguen –en el plano morfológico,
que es sólo un plano– por el grado en que aglutinan y fusionan o no información
semántica dentro de la palabra y por los mecanismos que emplean para relacionar
esos formantes. El sufijo -ó en los verbos del castellano (como en cantó o jugó )
no podría ser más breve, sin embargo, aglutina una cantidad notable de
información semántica: tercera persona del singular, tiempo pasado, aspecto indefinido,
modo indicativo. Presentar la complejidad de las lenguas como una mera cuestión
de extensión cuantitativa es una reducción que distorsiona la apreciación de un
problema complejo que debería evitarse, más aún cuando en este caso se trata de
un destinatario no especialista.
El segundo aspecto que quisiera mencionar es que los
criterios y datos de los estudios se presentan de manera incompleta y parcial,
de manera que es imposible valorar apropiadamente las conclusiones. Por
ejemplo, en la tercera columna de su nota se refiere a un gráfico que no se
incluyó; en la presentación del segundo estudio se habla de sesenta
características que se habrían medido, pero no se menciona ninguna.
Sin embargo, sobre esa base, se realizan aseveraciones
taxativas, a las que se reviste de un presunto grado de novedad (como “la
hipótesis de que todos los idiomas son igualmente complejos es falsa”). En la
disciplina, en todo caso, hay consenso establecido respecto de que las lenguas
tienen distinto tipo de complejidad (y según el punto de vista).
Respecto de las afirmaciones de los párrafos finales de la
nota de Germán Coloma con relación a que la geografía y la historia ejercerían
presiones sobre la complejidad lingüística, que evidentemente han llevado a la
composición de un copete desafortunado, habría que decir que son sólo
especulaciones que deberían sostenerse con argumentos o algún tipo de evidencia
empírica para ser consideradas con seriedad.
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