El traductor cubano José
Aníbal Campos publicó en El Trujamán del 15 de septiembre pasado la
siguiente reflexión sobre los problemas que plantea la palabra “traducir” en
alemán.
Intraducibles traducciones de traducir
Quizás
en ningún otro idioma europeo los verbos para referirse a la traducción tengan
tantos matices implícitos y difíciles de traducir como en la lengua alemana. El
verbo más común (übersetzen)
tiene dos variantes, una partitiva y otra no partitiva. Über-setzen (la
variante partitiva) significa cruzar, trasladar, llevar de un sitio otro, de
una orilla a la otra, de ahí que en la imagen del barquero sea una de las más
usadas en alemán para referirse a los traductores (existe incluso un premio
llamado Die Übersetzerbarke, la Barca del Traductor,
otorgado con cierta regularidad por el gremio de los traductores alemanes a
personalidades del mundo del libro o la cultura que han realizado una labor
encomiable en la divulgación del trabajo de los «barqueros de la
literatura».
Otra ingeniosa variación de ese verbo nos la ofrece un
espléndido aforismo: «Übersetzen? Üb’ersetzen!» (literalmente: «¿Traducir?
¡Ejercitarse en sustituir!», pero que yo prefiero traer al español irónicamente
de este modo: «¿Traducir? ¡Ejercitarse en suplir!», por el tañido de «suplicio»
que se oye vagamente en esa última palabra).
Sin embargo, el verbo alemán que más me gusta para referirse
al acto de traducir es übertragen.
El prefijo cumple aquí la misma función que en über-setzen, pero el verbo tragen (portar, llevar, soportar, cargar y un
larguísimo etcétera) alude a ese peso que se echan encima los Sísifos
traductores cuando han de traer a hombros, desde el territorio opuesto, la
boronilla de una lengua que servirá para confeccionar las piedras que levanten
la casa nueva en el terreno propio.
Pero hay más: nachdichten es otro verbo de gran belleza
polisémica. Dichtenes el verbo para
sintetizar, adensar, impermeabilizar y, especialmente, para lacomposición de textos literarios. En alemán, como
en cualquier lengua, una persona alfabetizada puede ser un escritor
(literalmente un «colocador de letras»), autor de uno o varios libros, pero no
todo el mundo alcanza la condición de Dichter.
En este caso, el verbo se usa más para la traducción de poesía, y vendría a
indicar lo que en español, a falta de mejor solución, llamamos «versión».
Lo que, por encima de todo, me atrae de estas formas de
aludir al proceso de traducción es su relación, todavía, con algún oficio
artesanal (oficios, además, que con el desarrollo de la tecnología están casi
en vías de extinción, como el de barquero o el de estibador).
Esa misma tecnología, la que nos ha traído un grado de
democratización de la cultura apenas conocido antes, constituye el instrumento
de un proceso que es tan bienvenido como peligroso. Cualquiera puede
actualmente mostrar su creatividad en público sin necesidad de subordinarse a
los canales «oficiales»; pero también cualquier persona sin oficio, sin apenas
experiencia (o simplemente sin talento), puede evacuar a través de la red los
detritos de su afán de notoriedad (e incluso tener éxito de público entre otro
centenar de internautas con similares trastornos de evacuación).
Y aunque una búsqueda en Google puede ahorrarnos ahora mucho
tiempo (y hasta espacio y polvo en las estanterías de casa), la verdadera
traducción de literatura sigue ubicada –quiero creer– en un ámbito artesanal
que casi recuerda al de los amanuenses medievales: un ámbito de trabajo en el
que la paciencia, la dedicación, el trabajo arduo y hasta la ceguera o la
literal puesta en peligro de partes del propio cuerpo (¡ay, en «nombre de la –puñetera–
rosa»!) dejan su huella en el resultado.
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