martes, 15 de septiembre de 2015

El principio de una futura polémica

Germán Coloma es profesor e investigador de la Universidad del CEMA. El 25 de agosto pasado, publicó el siguiente artículo en la revista Ñ.  Allí sostiene quecada lengua se complejiza según su medio socioeconómico”.

Cuestiones de pronunciación

Hay idiomas más complejos que otros? Cuando un idioma es más complejo en cierta dimensión (por ejemplo, en su pronunciación o en su sintaxis), ¿compensa dicha complejidad con una mayor simplicidad en otra dimensión? La literatura lingüística ha dado dos tipos de respuestas a estas preguntas: afirmativas y negativas. En efecto, existe toda una tradición que sostiene que “todos los idiomas son igualmente complejos”, y que, por lo tanto, si determinada lengua posee alguna característica extremadamente complicada, ella se verá compensada por algo muy simple en algún otro aspecto. Pero también existe otra línea de pensamiento que sostiene lo contrario, y que cree que son las distintas presiones sociales las que van haciendo que los idiomas se vuelvan más simples o más complejos, y que esto hace evolucionar a las lenguas de maneras que pueden ser muy divergentes entre sí.

Tradicionalmente, la idea de que los idiomas eran igualmente complejos se basó en una especie de “principio democrático” sostenido por los primeros lingüistas que se dedicaron a estudiar los idiomas americanos y africanos, y que lucharon contra el prejuicio de que tales idiomas eran “primitivos” en relación con los europeos. Más cerca en el tiempo, los lingüistas enrolados en la denominada “gramática generativa” sostuvieron una tesis parecida, basada en la idea de que el idioma es una facultad innata del ser humano y que, por lo tanto, su codificación en términos de cualquier lengua en particular tiene que estar guiada por “principios universales” que hacen que ningún idioma pueda ser excesivamente complejo ni excesivamente simple.

Por su parte, la idea de que los idiomas no necesariamente compensan una mayor complejidad en un área con mayor simplicidad en otra, está ligada al llamado “enfoque sociolingüístico”. La hipótesis más estudiada dentro de este enfoque es la que sostiene que los idiomas más simples son los llamados “criollos” (creole languages), que surgen cuando personas de distinto origen adoptan otro idioma para comunicarse entre sí, y terminan produciendo una versión simplificada (que luego pasa a tener autonomía respecto de la lengua madre).

Hasta hace relativamente poco, estas controversias se saldaban utilizando argumentos conceptuales, pero hoy hay cada vez más estudios que recurren a herramientas estadísticas y, a veces, a modelos matemáticos que les sirven de soporte. Entre esos modelos se destacan los de la “lingüística sinergética”, que sostiene que el idioma es un sistema autorregulado cuyas propiedades provienen de la interacción de distintos requerimientos, que tienen que ver con necesidades de codificación, economía y estabilidad de los idiomas.

Como parte de un proyecto sobre el uso de herramientas estadísticas para analizar problemas lingüísticos, hemos realizado (en la Universidad del CEMA) dos estudios relacionados con la complejidad de los idiomas. En el primero de ellos tomamos un texto traducido a 40 lenguas distintas (la fábula El viento norte y el sol , de Esopo, usada por la Asociación Fonética Internacional para ilustrar la pronunciación de los distintos idiomas), y calculamos una serie de indicadores (sonidos por sílaba, sílabas por palabra, y palabras por frase o por enunciado).

Como resultado de esto, vimos que entre dichos indicadores existía una correlación negativa importante (en especial entre sílabas por palabra y palabras por frase, tal como representa el gráfico). De los idiomas analizados surge, por ejemplo, que el vietnamita es un caso extremo que utiliza frases muy largas (entre 16 y 17 palabras) pero compensa empleando palabras muy cortas (todas monosílabos). En el otro extremo, el idioma yine (que se habla en la selva amazónica peruana), usa enunciados que tienen entre 6 y 7 palabras, y compensa con términos relativamente largos (de 3,75 sílabas promedio).

En el otro estudio cuantitativo que encaramos, usamos datos del Atlas Mundial de Estructuras Lingüísticas (www.wals.info) y tomamos una muestra de 100 idiomas que representa a todos los continentes y a todas las familias lingüísticas significativas. Seleccionamos 60 características para clasificar a los idiomas en simples y complejos, y con ellas construimos indicadores. Llegamos así a un “índice de complejidad total” para cada idioma, que le asignó un valor máximo al idioma abjasio (lengua hablada en el Cáucaso) y un valor mínimo al tailandés.

La gran diferencia que encontramos entre los índices de complejidad total de los distintos idiomas nos permitió concluir que, en su versión más extrema, la hipótesis de que “todos los idiomas son igualmente complejos” es falsa. Pero vimos también que, evaluando por separado las 60 características usadas, no hay ningún idioma que sea tan simple que no supere a cualquier otro en por lo menos una característica. Estos y otros resultados semejantes nos llevaron a pensar que, si bien es cierto que algunas lenguas son en promedio más complejas que otras, también se da que cuando un idioma es más complicado, en cierto aspecto, tiende a compensar dicha complejidad con una mayor simplicidad en otra dimensión.

Estas conclusiones pueden interpretarse a la luz de los postulados de la lingüística sinergética. Cuando un idioma es más complejo, eso ayuda a satisfacer la necesidad de codificación, pero es malo para cumplir con la necesidad de economía (ya que implica usar más tipos de sonidos, más clases de palabras, más cantidad de palabras, etc.). Para balancear ambos requisitos, por lo tanto, es bueno que un idioma que se vuelve complejo en un aspecto se simplifique en otro.

Pero como la historia y la geografía también juegan, puede ser que las presiones del entorno induzcan a cambiar algunas cosas y que otras sean difíciles de modificar, y allí entra a pesar el requerimiento de estabilidad. Esto puede hacer que, si bien en general existen fenómenos de compensación entre distintas dimensiones de la complejidad de los idiomas, tales fenómenos no tienen un carácter lineal. Y es por ello que a la larga terminamos encontrándonos con lenguas que, en promedio, son mucho más complejas o mucho más simples que otras.


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