martes, 4 de febrero de 2020

La muerte de Sonny Metha

La mayoría de los editores suelen pensar más en el mercado que en la literatura y, a la larga, confunden las dos cosas y gana el mercado. Algunos, con todo, son más cultos y llegan a hacer cosas notables. Tal parece ser el caso de Sonny Metha editor indio, quien estuvo al frente del sello estadounidense Knopf. La noticia de su muerte se publicó en La Nación, de Buenos Aires, el pasado 2 de enero, pero, en realidad, había sido levantada del diario El País, de Madrid, que vaya a saber uno cuál fue su fuente original. La firma de Andrea Aguilar,

Murió en Nueva York Sonny Metha,
una de las últimas leyendias de la edición

No había segunda opción, ningún otro candidato posible. Esa fue la respuesta en 1987 del excéntrico Robert Gottlieb a S. I. Newhouse, entonces dueño del prestigioso sello Knopf y de la revista The New Yorker. Su sucesor al frente de la editorial debía ser un indio de 45 años no muy conocido en los círculos literarios neoyorquinos: Sonny Mehta.

Aquel fue el principio de una larga y brillante historia que concluyó el pasado día 30 de diciembre, a los 76 años, con el fallecimiento, a causa de una neumonía, de uno de los más grandes editores del mercado estadounidense, que supo mantener el prestigio y la calidad sin perder de vista el éxito comercial, que navegó las sucesivas fusiones y la formación de grandes conglomerados editoriales sin perder el norte y que supo ganarse el respeto y la admiración de sus colegas manteniendo su aura de misterio.

Después de 32 años al frente de Knopf, Mehta era una de las últimas leyendas de la edición. Creía en la promoción y en la literatura: la labor del editor era no solo trabajar con el autor, sino hacer que los libros llegaran a sus lectores potenciales. Unos meses después de llegar a Knopf, en los ochenta, logró que Gabriel García Márquez entrara por primera vez en la lista de best sellers en Estados Unidos con  El amor en los tiempos de cólera, y en 2015 aún recordaba la importancia de aquel éxito y su primer encuentro con el autor en La Habana. Mehta tenía el aplomo para pujar y apostar, por libros y por su equipo: los editores debían despachar con él directamente y sin comité de por medio sus planes, y lo más importante siempre era la pasión que estaban dispuestos a ponerle al proyecto, porque editar un libro, sostenía, “es un trabajo largo”. No temió tirar adelante con la polémica American Psycho, o mezclar en su catálogo a Alice Munro y otros ocho premios Nobel con autores de novela negra como Stieg Larsson o Jo Nesbo. “Mis debilidades son esas: Dashiell Hammett, Raymond Chandler y los ganadores de los Nobel” declaraba en una entrevista en 2015, al cumplirse el centenario de Knopf. Ajeno a cualquier fanfarronería, añadía casi excusándose: “Soy un lector compulsivo y no sé qué haría si no estuviera leyendo, es un hábito terrible”.

Discreto, tímido, irónico, cortés y distinguido, sus jerséis de cuello vuelto y vaqueros, sus chaquetas Nehru, le valieron un hueco en las listas de los hombres más elegantes. Pero Mehta trataba de esquivar el primer plano, no le gustaba llamar la atención, ni aceptaba asumir ningún tipo de protagonismo de puertas afuera. Ajai Singh Mehta nació en Nueva Delhi en 1942, hijo de uno de los primeros diplomáticos de la India independiente. Tras licenciarse en Cambridge, donde fue compañero de Germaine Greer –autora a quien encargó La mujer eunuco, uno de sus primeros grandes éxitos como editor–, se durmió la mañana en que debía hacer el examen para ingresar en el cuerpo diplomático indio y acabó trabajando en la editorial londinense Hart-Davis antes de dar el salto a un nuevo sello de bolsillo, Paladin, y luego a Pan, donde impulsó las carreras de un pujante grupo de jóvenes como Salman Rushdie y Julian Barnes. Su aterrizaje en Nueva York fue complicado y durante años se especulaba sobre su inminente cese. Pero el cosmopolita y sofisticado Mehta, que siempre mantuvo una casa en Londres, demostró que la loca idea de Gottlieb era un golpe de genio.

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