La traducción de un manifiesto
El arte literario de las vanguardias fundó un nuevo cosmopolitismo y circuló por el mundo en forma de proclamas, poemas y prosas breves que eran velozmente traducidos ya que ésta era la condición esencial de su existencia. Esas versiones tenían como soporte revistas y periódicos que reflejaban las reglas artísticas de lo moderno: fragmentariedad, fugacidad, reproducción compulsiva de novedades, triunfo de la originalidad frente al origen.
Un ejemplo de esta multiplicada y rápida difusión fue el «manifiesto futurista» publicado por Filippo Tommaso Marinetti el 20 de febrero de 1909. En abril apareció el comentario y la traducción de Rubén Darío, en La Nación de Buenos Aires, y, casi al mismo tiempo, la versión de Ramón Gómez de la Serna en Prometeo de Madrid. En agosto se publicó en México la traducción de Amado Nervo, y en noviembre, la de Rómulo Durón en Tegucigalpa, Honduras. En 1914, Vicente Huidobro retocó la versión de Darío y desarrolló lo que el fundador del modernismo había dejado entre líneas: el plagio de Marinetti del artículo del mallorquín Gabriel Alomar, auténtico fundador del futurismo en 1905.
La existencia de cinco traducciones casi simultáneas revela la ávida urgencia que presidió la construcción de las vanguardias; también muestra el abandono (por algunos años) del aburrido debate entre fidelidad y libertad creadora. Una prueba: la aparición en todas las versiones de la palabra manifiesto, un verdadero icono de la modernidad, que no figuraba en el texto de Marinetti, llamado simplemente Le futurisme.
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