A pocos días de la muerte de Eugene Nida, el traductor Pollux Hernúñez le rinde homenaje en un artículo publicado en El País, de Madrid, el 10 de septiembre pasado.
Eugene Nida, traductor y lingüista
La traducción ha oscilado siempre entre la literalidad y la interpretación ad sensum, según su sentido. Los textos religiosos casi siempre se han traducido ad uerbum, pues, por definición, la llamada palabra de Dios no puede someterse a interpretación. Tyndale, Dolet, Encinas y muchos otros pagaron con la vida la osadía de traducir los textos bíblicos de manera que se entendieran.
Desde mediados del siglo XX se ha venido produciendo una verdadera revolución, pues no solo no se quema a nadie por traducir la Biblia , sino tampoco por hacerlo de modo que el vulgo pueda entender su discurso (si no sus arcanos). Cientos y hasta miles de millones de habitantes del planeta pueden leer hoy ese libro en su lengua de cada día, aunque ignoren que es gracias al empeño de un hombre del que seguramente nunca han oído hablar: Eugene Nida (Oklahoma, EE UU, 1914), fallecido el 25 de agosto.
Formado en Clásicas, Teología y Lingüística y ordenado sacerdote baptista, pronto se preguntó por qué si el Nuevo Testamento se escribió en koiné, la lengua común griega, su versión en las lenguas contemporáneas se envolvía en un lenguaje rancio, huero y a menudo ininteligible.
A cargo de las traducciones de la Bible Society of America, durante medio siglo formó a traductores nativos de casi doscientas lenguas, sobre todo del Tercer Mundo, para ofrecer traducciones adaptadas a sus culturas.
Entrelazando disciplinas (lingüística, sociosemiótica, antropología, lexicología, teoría de la comunicación), Nida establece el principio de la "equivalencia dinámica (o funcional)", es decir, el equilibrio entre la comprensión del contexto del original y su correlato en la lengua traducida, teniendo siempre en cuenta los parámetros culturales del lector.
Según este principio, la traducción correcta en algunas lenguas africanas de "Ama al Señor con todo tu corazón" sería "Ama al Señor con todo tu hígado", ya que sus hablantes sitúan en este órgano la sede de los sentimientos. Para algunos fundamentalistas esto es anatema y a veces se ha tachado a Nida hasta de hereje.
La pujanza de las teorías de Nida y su intensa labor de campo no solo beneficiaron a lenguas indígenas o minoritarias, algunas de las cuales se alfabetizaron o pudieron forjar ciertas identidades (como el fenómeno de la teología de la liberación), sino que marcaron también la traducción de la Good News Bible (1976), realizada en inglés para lectores no nativos, que ha superado los 200 millones de ejemplares.
Propició la edición de los textos hebreo y griego de ambos Testamentos (publicados por las Sociedades Bíblicas Unidas), inigualables por sus exhaustivas exégesis e imprescindibles hoy para cualquier traductor de la Biblia. Como lo es el diccionario bíblico semántico que diseñó con el mismo fin.
Durante medio siglo visitó 80 países, impartiendo conferencias y seminarios, escribió 40 libros (entre ellos obras señeras como Towards a Science of Translating y, con Taber, The Theory and Practice of Translation) y numerosos artículos, siempre en un estilo claro, simple y conciso. Fundó dos revistas, Practical Anthropology y The Bible Translator, y su labor continúa en el instituto que lleva su nombre en la Bible Society.
Pronto se vio que la idea nidiana de traducción era aplicable a cualquier tipo de textos y se le adaptó de mil maneras. Pero por encima de todo el maremágnum de teorías de la traducción destaca inconfundible y clara la suya.
Este gran teórico escribía: "A los mejores traductores les sobran todas las teorías". Para él la traducción no era teoría, sino oficio, artesanía. Solía contar que, cuando su equipo estaba traduciendo la Biblia en Japón, le preguntaron: "¿Y si ahora se entiende, qué harán los predicadores?".
Se va un gran pensador de la traducción, pero también un hombre generosísimo, bondadoso, sencillo, cortés, que cultivaba rosas en su jardín y amistades por donde iba. Hablaba español, que aprendió en México, y otra media docena de lenguas. Murió con 96 años en su casa de Madrid, horas antes de recibir las pruebas de su último libro.
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